Ccesar hildebrandt 10ésar Hildebrandt

El TPP es el arma con que Estados Unidos quiere arrinconar a China mientras termina de doblegar la voluntad del mundo. No sabemos si lo logrará pero lo que es indiscutible es que el TPP es el arma nuclear creada por la cultura corporativa con sede en Washington.

El secretismo del tratado, vergüenza para quienes lo suscribieron, se explica. Ni la sesgada OMC (Organización Mundial del Comercio) se habría atrevido a tanto. 

El blindaje absoluto de las inversiones extranjeras, la extensión de las patentes en el mercado de las medicinas biológicas (el futuro inminente de la medicina), la renuncia a toda soberanía en materia de contenciosos con las multinacionales es algo que manchará al ya manchado Humala y que obligará al Congreso del 2016 a rechazar el TPP ya no en nombre de alguna ideología sino de la más elemental dignidad.

Pobre diablo, Humala. Le vende medio país minero a los chinos y después se subasta ante los Estados Unidos. ¿Peor será Bachelet, que se dice socialista y que acepta que Obama la llame para urgirla y recordarle que la negociación de Atlanta está a la espera de la firma del delegado de Chile? Seguramente. ¿Y México? Bueno, como es público y notorio México es, en muchos sentidos, un estado supernumerario del coloso del norte, un satélite de espaldas chorreantes y deportables (Trump dixit).

Lo que está en juego es una nueva fase del dominio mundial, una embestida renovada del imperialismo. Esta vez no son tierras conquistadas ni petróleo bajo vigilancia sino patentes, nanotecnología, información, softwares, invención de nuevos materiales, ingeniería genética, aplicaciones de las células madre. Estados Unidos aspira a controlar al mundo a base de regalías por lo que sus científicos puedan descubrir. Es el fin de cualquier mundo solidario que algún iluso (me incluyo) habría podido imaginar. Y Japón juega el papel de secuaz inferior. Así quedó desde los dos bombazos de agosto de 1945.
Este mundo era desagradable antes del TPP. Ahora lo es más. Por eso digo: en manos del Congreso —no este envilecido sino del próximo— está la posibilidad de librarnos de esta nueva humillación.

Las preguntas que me hago son muchas. ¿Por qué los pueblos no se rebelan? ¿Por qué aceptamos que un tratado que decidirá si podremos acceder a un tratamiento moderno contra el cáncer se discuta en absoluto secreto durante cinco años? ¿Qué nos han hecho para que nos hundamos en esta apatía, en esta complicidad indigente y churrupaca? ¿Qué mundo es este en el que los tiburones convencen al sardinaje de que no hay inequidad en la lucha? ¿Qué nos pudrió? ¿Qué nos mató? ¿Por qué todo termina como con Tsipras en Grecia o como con Iglesias en España? Marx, ¿por qué diablos te moriste? Lenin, ¿por qué toleraste que el socialismo cayera en manos de un campesino georgiano con tendencias criminales? Váyanse al carajo.

http://www.hildebrandtensustrece.com/ (Publicado el 9/10/2015)

 

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