Alan Fairlie
Una campaña inusual en medio de la terrible pandemia, no ha sido el mejor escenario para presentar propuestas al electorado. La proliferación de candidatos, gracias a la cuestionable decisión de permitir postular a los vientres de alquiler, tampoco ayudó.
Candidatos de última hora, “jales” y “fichajes” a la hora nona, estuvieron a la orden del día. También, “técnicos” que se alquilan, como afirmaba uno de los patriarcas de la política peruana. Así, candidatos y técnicos, acumulan ya varias camisetas en diferentes elecciones. También, buenos candidatos que no pudieron inscribir sus organizaciones, o que están en listas que no tienen precisamente los mejores liderazgos.
A la base está la crisis de partidos, pero también de visiones o proyectos nacionales que ofrecer al país. La captura del Estado por los poderes fácticos, hizo innecesaria la mediación de los partidos o convencer al país que su proyecto era el que convenía al país. Se pudo imponer por diferentes mecanismos, como el control de los medios masivos de comunicación. Pero, los cuestionamientos crecieron, y estallaron en crisis en el país modelo de la estrategia dominante. La coyuntura internacional ya no era favorable, y la pandemia terminó por mostrar las deficiencias estructurales en salud, educación, ciencia y tecnología, informalidad, productivas, de un crecimiento concentrador y excluyente. La propaganda y la venta del sueño del ingreso a la OECD, se estrellaron con la realidad.
El Perú del Bicentenario, demanda propuestas no solo para enfrentar unidos la pandemia y medidas de corto plazo para reactivar la economía y los empleos perdidos. Se necesita también una estrategia de desarrollo y de inserción internacional alternativas, de largo plazo, que se alineen con los objetivos de desarrollo sostenible, enfrenten los efectos del cambio climático, diversifiquen la economía con un ordenamiento territorial adecuado. Y, un nuevo pacto fiscal que permita financiarla. No podemos continuar con lo mismo, tampoco destruir todo para comenzar de nuevo, ni repetir los errores de nuestra historia económica.
Esta estrategia de desarrollo, debe formar parte de la visión que en los ámbitos social, cultural, político, nos permitan abordar de manera integral los desafíos actuales y del Bicentenario. Nos parece que ha estado ausente no solo en los debates, sino en la campaña toda. Seguro, que los formatos no ayudaban, tampoco estuvo agendada la discusión del tema económico. Pero, eso no justifica no darle al país por otros medios o mecanismos, esa propuesta alternativa.
También se han desnudado las deficiencias clamorosas de los candidatos, que no tienen en su gran mayoría ni las capacidades, ni las credenciales, la biografía, para tan alta responsabilidad. Algunos bien intencionados, pero varios aventureros o con fines subalternos que la República no se merece. Claro, como la historia reciente muestra que casi cualquiera puede llegar, muchos se preguntan porque no es su caso, y se lanzan. Propuestas demagógicas, populistas, sin fundamento, no financiables, inviables, se han hecho. Pero, no importa, el objetivo es alcanzar votos sino para ganar, para mantener la inscripción o llegar al Parlamento (y la impunidad).
Independientemente quien llegue a la segunda vuelta, todo parece indicar que habrá un Congreso fragmentado. Y, como ya se ha visto, sin bancadas orgánicas, sino un conjunto de individuos que actuará según su leal saber y entender. Debieron formarse coaliciones, con planes de gobierno y propuestas, pero hemos señalado también los límites estructurales para ello. No se trata de pactos para no vacar ni cerrar el Congreso. Se necesita unidad nacional para enfrentar la pandemia, reactivar la economía y emprender los cambios estructurales que el cambio de época demanda. No lo están planteando, y es lo que el Perú del Bicentenario necesita. Ojalá en la segunda vuelta, luego de la depuración de esta proliferación de candidaturas, este debate se procese. Por el bien del país. Por nuestra Historia milenaria, nos lo merecemos en este Bicentenario.