I Cáceres y la Guerra del Pacífico
La vigésima segunda edición del diccionario de la RAE define hazaña como la acción o hecho señalado y heroico. Indica también que para la mitología antigua, es héroe el nacido de un dios y de una persona humana, por lo cual le reputaban menos que dios pero más que hombre y, como Hércules, Aquiles, Eneas, etc. Héroe es también el Varón ilustre y famoso por sus hazañas o virtudes.
Ciertamente, Andrés Avelino Cáceres reúne con creces la esencia fundamental del héroe legendario, pues sus hazañas militares se caracterizaron por la habilidad para capitalizar favorablemente las desventajas de sus fuerzas, frente a las del invasor. Así, nadie como Cáceres para comprender de manera brillante cada escenario bélico en el que debía batirse y nadie como Cáceres para alejar al oponente de su base de operaciones, atraerlo a las alturas del país, separarlo de su frente de guerra para cortar así sus líneas de abastecimiento, aislarlo, dividirlo y derrotarlo.
Pero Andrés Avelino Cáceres transciende lo estrictamente militar pues la resistencia peruana no hubiese podido concretarse de no haber sido por los particulares atributos personales del caudillo de La Breña. Como sabemos Cáceres, quien naciera en 1836, era hijo de Don Domingo Cáceres y Oré, hacendado de Ayacucho, y Doña Justa Dorregaray Cueva, respetable dama huancaína, descendiente por línea paterna de Catalina Wanka, quien fuera princesa inca.
Es pues también el gran caudillo militar del que tratamos hoy, un personaje entrañable y profundo, de aquellos que como José María Argüedas y Ciro Alegría, provienen del difícil y a veces conflictivo sincretismo cultural del Perú. Cáceres era de dos mundos, de dos repúblicas —como llamaban los españoles a los estamentos sociales coloniales—. En suma, era el producto de dos cosmovisiones cuyos encuentros y desencuentros explican el éxito de su convocatoria militar.
Que duda cabe que este llamado se realizó desde una posición de superioridad jerárquica, militar y socialmente, pero el apoyo decidido de las poblaciones rurales de los Andes centrales del Perú, nos habla también de los vasos comunicantes ya trazados en el interior de una sociedad en donde los derechos ciudadanos no se extendían aún a todos sus integrantes. Es así como Cáceres reúne a los diferentes actores sociales del país y es por ello también que hoy se le recuerda a través de diversas representaciones colectivas; él es el Taita Cáceres en el imaginario popular y el Gran Mariscal Cáceres en el Perú oficial.
Sobre este último, la voz que de Cáceres nos llega hasta el presente es ciertamente la de un llamado de atención. Hay quienes han dicho que la derrota peruana en la Guerra del Pacífico es el resultado de las fracturas sociales del país, a mi me parece que la explican mejor, las profundas fracturas políticas, así como los faccionalismos y rivalidades caudillistas de aquellos que se encontraban al frente del Estado o querían estarlo y que en muchos casos superpusieron intereses mezquinos a las más altas finalidades de la patria, en pocas palabras, al imperativo de defenderla frente al invasor.
Existían pues, por esos días, una serie de bandos y partidos que en más de una oportunidad boicotearon la unidad nacional tan requerida en aquellas circunstancias. Así, por ejemplo, la defección de Miguel Iglesias, expresada en el grito de Montán y en un colaboracionismo abierto con las fuerzas invasoras, se inició en circunstancias en las que Cáceres se encontraba sólido en la sierra central, en agosto de 1882.
Debemos también recordar que fue debido a la instauración en Cajamarca de un gobierno peruano apócrifo y paralelo, dispuesto a aceptar incondicionalmente las condiciones de paz impuestas por el invasor, que el caudillo de La Breña abandonó su base de operaciones en el centro y tomó rumbo al norte, tornándose así vulnerable. Y fue precisamente en ese trance que logró ser interceptado por las fuerzas chilenas y derrotado en Huamachuco, un aciago 10 de julio de 1883.
En tal sentido, no se trata sólo —como han dicho respetables colegas míos en el pasado y en el presente— que la acción iglesista supuso el sacrifico político de aquél que actuó de buena fe porque creyó que la guerra estaba perdida, sino de un elemento desestabilizador en el escenario bélico, que es el que precipita la derrota de la resistencia, mucho más que la acción de las fuerzas invasoras.
Antonia Moreno de Cáceres, la abnegada esposa del Gran Mariscal fue también testigo de las vicisitudes y dudas de algunos peruanos que titubeaban al momento de socorrer a la patria; así como de los obstáculos interpuestos a la obtención de recursos económicos y militares, los que, en muchas ocasiones, eran sembrados por los bandos peruanos contrarios al caudillo resistente.
El apoyo de los comuneros de la sierra central y las vicisitudes del Perú oficial —intermitente entre su respaldo a Cáceres y la convivencia con los invasores— me lleva a la positiva idea de que el héroe de La Breña hizo germinar la nación allí donde aún permanecía en proyecto. Largo es el debate acerca de la fundación de la nación peruana, entendida ésta como conjunto de individuos con una identidad común, con un pasado en común y que comparten la realidad o el proyecto de pertenecer a una colectividad políticamente autónoma.
Pero es cierto que Cáceres sacó lo mejor de cada uno de los sectores involucrados, así como lo es, que su gesta resistente supuso tal vez la primera ocasión en que los peruanos, de diferente condición y estrato social, se identificaron como parte de un colectivo específico que además tenía un objetivo compartido, la defensa de la patria.
La existencia de sectores que no tuvieron esto en claro en aquellos aciagos días, debe comprenderse en el proceso histórico y nos habla de lo endebles que por aquel entonces estaban las bases del liberalismo político en el Perú, y cuánto permanecían aún los resquicios de una sociedad estamental y políticamente caudillista. Y es por eso que es grande Cáceres, porque además de engendrar la nación en su dimensión más pura, expresa también la síntesis del Perú de ese entonces; Cáceres es un mestizo apoyado por las comunidades campesinas y Cáceres es un mestizo apoyado al menos por una parte de las élites blancas.
Lugar donde refulge la nación naciente, síntesis del Perú en tanto que proyecto multicultural unificado del que todos podemos y debemos ser partícipes, ése es el legado de Cáceres a la historia del Perú. Discutamos y lucubremos pues, lo que le deja Cáceres a la posteridad, el significado de Cáceres para el Perú contemporáneo.
Cáceres y el Perú contemporáneo
Aunque son muchas las enseñanzas que Cáceres le ha legado a las nuevas generaciones, yo creo que existen sobre el particular dos tópicos fundamentales que no podemos pasar por alto: El frente interno y el frente internacional.
Para el primer caso, el mensaje del Caudillo de La Breña es la exigencia de integración e inclusión de los diferentes sectores sociales que conforman la nación. Hagamos que la nación lo sea para todos, hagamos que el país y el Estado sean de y para todos, porque cuando la patria estuvo compungida por la agresión de una potencia extranjera, las fuerzas resistentes del Perú nos ofrecieron el sagrado sacrificio de aquellos que solemos olvidar.
Entonces integremos, entonces descentralicémonos todavía más, entonces seamos todos ciudadanos del Perú con igualdad de derechos porque recordemos que Cáceres no hizo distingos para convocar las fuerzas profundas del Perú y recordemos que con éstas se escribieron las gestas militares más gloriosas de la patria.
Acerca del frente externo; el legado de Cáceres es que nunca más podemos permitirnos dejar caer al país en la crisis y la corrupción, que nunca más podemos ser irresponsables, que nunca más podemos dilapidar el tesoro de la República, como lo hicimos en los tiempos del guano. Y lo más importante, nunca más debemos permitir que ningún país vecino poseedor de una geopolítica tradicionalmente hostil a nuestros intereses, incline la correlación de fuerzas militares en su favor como lo hiciera en la década de 1870.
Cáceres es pues un libro abierto que le cuenta a la posteridad los relatos más gloriosos y románticos de la construcción de la patria; Cáceres es el ingenio para posibilitar lo imposible, para tornar en ventajosa la peor de las encrucijadas.
Cáceres es, por qué no admitirlo, el superhéroe de mi infancia, el de las epopeyas patrióticas que me contaba Ezio, mi querido y recordado padre; Cáceres es la intersección exitosa de las diferentes cosmovisiones culturales que conforman el Perú, es la cálida voz que nos dice que podemos hacerlo unidos.
Pero Cáceres es también ese pasado que nos mira en el presente con ojos vigilantes y que a veces frunce el ceño. Cáceres, qué duda cabe, es el Perú, es el Perú como debe ser; es la imagen de un Perú grande y que lo será si nosotros realmente deseamos que así sea.
Muchas gracias.
La versión original de este artículo se encuentra publicado en el blog Palabras Esdrújulas de la autoría intelectual de su autor, en el siguiente link:
http://blog.pucp.edu.pe/item/90294
http://www.voltairenet.org/article164812.html
Pero Andrés Avelino Cáceres transciende lo estrictamente militar pues la resistencia peruana no hubiese podido concretarse de no haber sido por los particulares atributos personales del caudillo de La Breña. Como sabemos Cáceres, quien naciera en 1836, era hijo de Don Domingo Cáceres y Oré, hacendado de Ayacucho, y Doña Justa Dorregaray Cueva, respetable dama huancaína, descendiente por línea paterna de Catalina Wanka, quien fuera princesa inca.
Es pues también el gran caudillo militar del que tratamos hoy, un personaje entrañable y profundo, de aquellos que como José María Argüedas y Ciro Alegría, provienen del difícil y a veces conflictivo sincretismo cultural del Perú. Cáceres era de dos mundos, de dos repúblicas —como llamaban los españoles a los estamentos sociales coloniales—. En suma, era el producto de dos cosmovisiones cuyos encuentros y desencuentros explican el éxito de su convocatoria militar.
Que duda cabe que este llamado se realizó desde una posición de superioridad jerárquica, militar y socialmente, pero el apoyo decidido de las poblaciones rurales de los Andes centrales del Perú, nos habla también de los vasos comunicantes ya trazados en el interior de una sociedad en donde los derechos ciudadanos no se extendían aún a todos sus integrantes. Es así como Cáceres reúne a los diferentes actores sociales del país y es por ello también que hoy se le recuerda a través de diversas representaciones colectivas; él es el Taita Cáceres en el imaginario popular y el Gran Mariscal Cáceres en el Perú oficial.
Sobre este último, la voz que de Cáceres nos llega hasta el presente es ciertamente la de un llamado de atención. Hay quienes han dicho que la derrota peruana en la Guerra del Pacífico es el resultado de las fracturas sociales del país, a mi me parece que la explican mejor, las profundas fracturas políticas, así como los faccionalismos y rivalidades caudillistas de aquellos que se encontraban al frente del Estado o querían estarlo y que en muchos casos superpusieron intereses mezquinos a las más altas finalidades de la patria, en pocas palabras, al imperativo de defenderla frente al invasor.
Existían pues, por esos días, una serie de bandos y partidos que en más de una oportunidad boicotearon la unidad nacional tan requerida en aquellas circunstancias. Así, por ejemplo, la defección de Miguel Iglesias, expresada en el grito de Montán y en un colaboracionismo abierto con las fuerzas invasoras, se inició en circunstancias en las que Cáceres se encontraba sólido en la sierra central, en agosto de 1882.
Debemos también recordar que fue debido a la instauración en Cajamarca de un gobierno peruano apócrifo y paralelo, dispuesto a aceptar incondicionalmente las condiciones de paz impuestas por el invasor, que el caudillo de La Breña abandonó su base de operaciones en el centro y tomó rumbo al norte, tornándose así vulnerable. Y fue precisamente en ese trance que logró ser interceptado por las fuerzas chilenas y derrotado en Huamachuco, un aciago 10 de julio de 1883.
En tal sentido, no se trata sólo —como han dicho respetables colegas míos en el pasado y en el presente— que la acción iglesista supuso el sacrifico político de aquél que actuó de buena fe porque creyó que la guerra estaba perdida, sino de un elemento desestabilizador en el escenario bélico, que es el que precipita la derrota de la resistencia, mucho más que la acción de las fuerzas invasoras.
Antonia Moreno de Cáceres, la abnegada esposa del Gran Mariscal fue también testigo de las vicisitudes y dudas de algunos peruanos que titubeaban al momento de socorrer a la patria; así como de los obstáculos interpuestos a la obtención de recursos económicos y militares, los que, en muchas ocasiones, eran sembrados por los bandos peruanos contrarios al caudillo resistente.
El apoyo de los comuneros de la sierra central y las vicisitudes del Perú oficial —intermitente entre su respaldo a Cáceres y la convivencia con los invasores— me lleva a la positiva idea de que el héroe de La Breña hizo germinar la nación allí donde aún permanecía en proyecto. Largo es el debate acerca de la fundación de la nación peruana, entendida ésta como conjunto de individuos con una identidad común, con un pasado en común y que comparten la realidad o el proyecto de pertenecer a una colectividad políticamente autónoma.
Pero es cierto que Cáceres sacó lo mejor de cada uno de los sectores involucrados, así como lo es, que su gesta resistente supuso tal vez la primera ocasión en que los peruanos, de diferente condición y estrato social, se identificaron como parte de un colectivo específico que además tenía un objetivo compartido, la defensa de la patria.
La existencia de sectores que no tuvieron esto en claro en aquellos aciagos días, debe comprenderse en el proceso histórico y nos habla de lo endebles que por aquel entonces estaban las bases del liberalismo político en el Perú, y cuánto permanecían aún los resquicios de una sociedad estamental y políticamente caudillista. Y es por eso que es grande Cáceres, porque además de engendrar la nación en su dimensión más pura, expresa también la síntesis del Perú de ese entonces; Cáceres es un mestizo apoyado por las comunidades campesinas y Cáceres es un mestizo apoyado al menos por una parte de las élites blancas.
Lugar donde refulge la nación naciente, síntesis del Perú en tanto que proyecto multicultural unificado del que todos podemos y debemos ser partícipes, ése es el legado de Cáceres a la historia del Perú. Discutamos y lucubremos pues, lo que le deja Cáceres a la posteridad, el significado de Cáceres para el Perú contemporáneo.
Cáceres y el Perú contemporáneo
Aunque son muchas las enseñanzas que Cáceres le ha legado a las nuevas generaciones, yo creo que existen sobre el particular dos tópicos fundamentales que no podemos pasar por alto: El frente interno y el frente internacional.
Para el primer caso, el mensaje del Caudillo de La Breña es la exigencia de integración e inclusión de los diferentes sectores sociales que conforman la nación. Hagamos que la nación lo sea para todos, hagamos que el país y el Estado sean de y para todos, porque cuando la patria estuvo compungida por la agresión de una potencia extranjera, las fuerzas resistentes del Perú nos ofrecieron el sagrado sacrificio de aquellos que solemos olvidar.
Entonces integremos, entonces descentralicémonos todavía más, entonces seamos todos ciudadanos del Perú con igualdad de derechos porque recordemos que Cáceres no hizo distingos para convocar las fuerzas profundas del Perú y recordemos que con éstas se escribieron las gestas militares más gloriosas de la patria.
Acerca del frente externo; el legado de Cáceres es que nunca más podemos permitirnos dejar caer al país en la crisis y la corrupción, que nunca más podemos ser irresponsables, que nunca más podemos dilapidar el tesoro de la República, como lo hicimos en los tiempos del guano. Y lo más importante, nunca más debemos permitir que ningún país vecino poseedor de una geopolítica tradicionalmente hostil a nuestros intereses, incline la correlación de fuerzas militares en su favor como lo hiciera en la década de 1870.
Cáceres es pues un libro abierto que le cuenta a la posteridad los relatos más gloriosos y románticos de la construcción de la patria; Cáceres es el ingenio para posibilitar lo imposible, para tornar en ventajosa la peor de las encrucijadas.
Cáceres es, por qué no admitirlo, el superhéroe de mi infancia, el de las epopeyas patrióticas que me contaba Ezio, mi querido y recordado padre; Cáceres es la intersección exitosa de las diferentes cosmovisiones culturales que conforman el Perú, es la cálida voz que nos dice que podemos hacerlo unidos.
Pero Cáceres es también ese pasado que nos mira en el presente con ojos vigilantes y que a veces frunce el ceño. Cáceres, qué duda cabe, es el Perú, es el Perú como debe ser; es la imagen de un Perú grande y que lo será si nosotros realmente deseamos que así sea.
Muchas gracias.
La versión original de este artículo se encuentra publicado en el blog Palabras Esdrújulas de la autoría intelectual de su autor, en el siguiente link:
http://blog.pucp.edu.pe/item/90294
http://www.voltairenet.org/article164812.html