Documento N.o 137*
Guerra del Pacífico: Cáceres denuncia protectorado chileno
"Epopeya": soldadesca chilena borracha |
Exige renuncia de Iglesias y retirada del invasor
Cuartel general de Huancayo
Junio 19, 1884
Sr. Dn. Ignacio de Osma
Estimado amigo:
He leído con marcada atención, su carta fecha 10 de los corrientes, que paso a contestar.
Desde luego acepto que sólo obedeciendo a generosos propósitos y sentimientos sinceros, se halla Ud. determinado a tomar parte en la política de un gobierno que no cuenta con las simpatías generales de la república.
Con el interés que la actual situación inspira, me manifiesta Ud. los deseos que animan al señor general Iglesias para entrar en un acuerdo cuyos resultados prácticos, alcancen a evitar la efusión de sangre
hermana.
Aplaudo tan nobles propósitos; y por mi parte, no son menos los que abrigo en pro de la tranquilidad y el bienestar de mi patria.
Por lo tanto, ya que Ud. apela a mi patriotismo, y solicita de mí le exponga un medio que salve las dificultades del presente, cumple a mi deber de ciudadano honrado y leal, proponerle el siguiente proyecto que, a no dudarlo, merecerá la aceptación de Ud. y de la república toda.
1) Que el general Iglesias fiel a la palabra que tiene empeñada con el país y en cumplimiento del tratado que él mismo celebró, consiga la inmediata liberación del territorio peruano por las fuerzas chilenas.
2) Nombrar un nuevo ministerio cuyo personal inspire plena confianza al país, pudiendo ser Ud. y el coronel García León miembros del gabinete.
3) Dimitir el general Iglesias el mando ante dicho consejo de ministros.
4) Que el gabinete proceda a convocar a elecciones de presidente, vicepresidente y una asamblea constituyente.
5) Aceptar y reconocer, por mi parte, la autoridad de ese ministerio.
Voy ahora a manifestar a Ud. las razones fundamentales que me asisten para exponerle el anterior proyecto.
Desde que se celebró y ratificó el tratado de octubre los pueblos todos que ansiaban libertarse de la odiosa presencia del enemigo extranjero, esperaron y con razón, que el retiro de éste, del suelo nacional, sería el primer paso que el general Iglesias realizaría en cumplimiento de una estipulación sagrada, cuya observancia prescribe el derecho internacional y cuya ejecución era exigida por la soberanía de un pueblo libre, amante de su dignidad y de su buen nombre.
Sin embargo, contra toda previsión y contra toda esperanza, las fuerzas chilenas han seguido ocupando el territorio de la patria; las bayonetas enemigas continúan ejerciendo presión en los pueblos de la república y permanecen en actitud bien poco tranquilizadora ante fuerzas regulares de la nación, y en una palabra, las tropas de Chile no significan por hoy, en el Perú, sino un manifiesto protectorado a cuya sombra se ejercita un grupo político que hace alarde de esa protección, con mengua del decoro nacional, cuyos sagrados fueros merecen la más alta consideración y el más profundo respeto.
Tal conducta, estimado amigo, después de las odiosas concesiones que este tratado consigna, es algo que no tiene nombre. Ella importa falta de circunspección, deslealtad evidente en el gobierno que la observa y un ataque inmerecido e injusto a la soberanía de un pueblo, que harto hace en aceptar ese tratado como un hecho consumado, en cambio de conseguir el legítimo deseo de ver su territorio completamente libre de la planta extranjera.
Esta defraudación de tan funestas esperanzas, no ha podido menos que crear para los ciudadanos todos, una situación difícil y por demás humillante a su dignidad y sus derechos.
El primer punto propuesto es, pues, una necesidad imperiosa, cuya satisfacción reclama el país y que conviene al general Iglesias, en reparación de sus procedimientos, hasta hoy desfavorables y amargamente calificados por sus conciudadanos. Por lo demás, tal exigencia está en completa armonía con los nobles propósitos que animan a Ud., según lo manifiesta en su carta.
La conducta del general Iglesias, ha inspirado justificadas desconfianzas en el país, que hasta hoy no ha conseguido el objeto primordial que lo ha preocupado. Un círculo reducido se ha adueñado del poder, ocupando los ministerios y los asientos de la representación nacional, sin que la protesta de los pueblos haya encontrado eco en los directores y agentes de tan reprobados manejos.
El sufragio popular, institución sagrada, que descansa en la libertad y la independencia, ha sido atropellado por una consigna, y la nación, una vez más, ha sido víctima de un flagrante desconocimiento de sus fundamentales derechos. He allí por qué es menester, que una agrupación de ciudadanos independientes y extraños a todo partido político, dirija transitoriamente los destinos de la república, ofreciendo las garantías que son indispensables para que los ciudadanos manifiesten su voluntad y lleven a la práctica sus determinaciones.
La dimisión del señor general Iglesias no es un problema cuya solución exige poderosos esfuerzos. Ud. me habla de los sinceros propósitos que animan a ese jefe, en beneficio de la tranquilidad y bienestar del país. Por lo tanto, hoy se presenta la envidiable oportunidad de hacer efectivos esos generosos impulsos del patriotismo, removiendo los obstáculos que su presencia opone a esa misma tranquilidad por la que manifiesta tan señalado interés. De esa manera, probará el general Iglesias al país, con hechos, no con palabras, que no es una ambición personal, no es un censurable egoísmo, los que norman sus actos y que sus generosas aspiraciones obedecen a un móvil más elevado, conducente a extinguir las profundas inquietudes que origina su presencia en el poder.
Tal procedimiento, lejos de amenguar la dignidad del señor general Iglesias, estoy cierto enaltecería su nombre y le ofrecería motivos de reconocimiento, por parte de sus conciudadanos.
Separado el general Iglesias del poder, es lo más natural que el nuevo ministerio, con la independencia que debe acompañarlo, convoque a elecciones para que la voluntad libre de los pueblos designe sus mandatarios y una asamblea que fije las bases de su porvenir.
Sólo así, la situación del país será completamente definida por los únicos que tienen derecho, en uso de su propia soberanía, de decidir su suerte, eligiendo a los ciudadanos que puedan levantar al Perú de sus escombros, encaminándolo por la senda de su bien entendida prosperidad.
Toca, ahora, manifestar a Ud. algo que a mí se refiere. Alejado del poder el general Iglesias, en obsequio de la unión y tranquilidad que los pueblos necesitan en el ejercicio de sus derechos sagrados, lógico es, que por mi parte, dé también a la nación una prueba más de patriotismo y desprendimiento, cediendo a influencias benéficas toda autoridad que pueda ejercer presión en los procedimientos de mis conciudadanos.
Lo he repetido antes, y lo digo hoy mismo, que no he sostenido la bandera de la resistencia guiado por el mezquino propósito de personal aspiración. No. Desde Tarapacá hasta Huamachuco, he dedicado a mi patria, sin reserva, mis esfuerzos, mis sacrificios y mi vida. Bien sabe el país, que en esas luchas de honor y de la gloria, nada omití por ofrecer al Perú un día de triunfo que atenuara sus inmerecidos
infortunios.
Mi actitud de hoy sólo obedece al móvil sincero de levantar a la república de la humillación que todavía soporta con la presencia de los que la condujeron a su ruina.
Pero se trata del bien nacional, se trata de remover todo obstáculo para facilitar el tranquilo ejercicio de la voluntad del pueblo, y ante esa perspectiva, ante ese ideal, que siempre ha inspirado mi conducta, el gabinete será reconocido y respetado por mí con la lealtad que acostumbro en mis actos.
Aborrezco la guerra civil, porque conozco sus consecuencias. Jamás me resignaría a que pesaran sobre mi conciencia los remordimientos que originan siempre esas luchas fratricidas, con todo su cortejo de horrores y de sangre.
Salvar a la república de esa guerra, conseguir la unión y la concordia de la familia peruana, he allí, estimado amigo, algo que dejaría satisfecha mi conciencia y que sería para mí un motivo de legítimo
orgullo.
También propongo a Ud., como un medio igualmente conciliador y práctico, y dando una muestra concluyente de mi ninguna aspiración al poder, se llame al primer puesto de estado al señor vicepresidente constitucional general don Luis La Puerta, por ser él quien inviste un título de mayor legalidad. Este mandatario en el ejercicio de sus funciones convocaría, a la brevedad posible, a elecciones de
presidente, vice presidente y personal nuevo y completo de representantes bajo los principios y práctica de la constitución de 1860.
He manifestado a Ud. los verdaderos propósitos que me han guiado al exponerle los proyectos a que me refiero.
Toca, ahora, contestar un punto más que contiene su atenta carta.
En ella me dice Ud. que me ofrece garantías extensivas a los verdaderos patriotas que me acompañan, las cuales me serán acordadas hasta cuando puedan aunarse con la seguridad y decoro de su gobierno.
A este respecto, diré a Ud. que hasta hoy tanto yo como los que sostienen en el centro el principio de la honra nacional, hemos cumplido nuestro deber con la abnegación que la patria nos impone. Quienes así han permanecido y permanecen fieles a las inspiraciones de un patriotismo noble y sin mancha, no necesitan garantías. Ellos están firmemente asegurados por sus propios procedimientos.
Los delincuentes, los desertores de una buena causa, los malos hijos que han abandonado a su patria en las horas del conflicto y que la han visto en su desgracia con indiferencia, ésos son los que han menester garantías para excusarse con ellas de la sanción penal que merecen, del castigo ejemplarizador de sus conciudadanos y del fallo justiciero de la historia.
Antes de concluir y para cerrar esta carta en la cual me he extendido demasiado, repetiré a Ud. sus propias palabras: "Salvemos al Perú del escándalo de una guerra civil, de la verguenza de una lucha entre hermanos, de la ruptura de los últimos vínculos sociales que unen a los miembros de esta desgraciada familia peruana".
Persevere Ud. en tan nobles y levantadas ideas, y con la mano en el corazón y escuchando los dictados de la conciencia, procure contribuir, por su parte a la práctica de los pensamientos que acabo de manifestarle, de completa conformidad con las aspiraciones y los intereses permanentes de la república.
De Ud., S.S.
Andrés A. Cáceres
EBP, Lima, martes 8 de julio de 1884