Atahualpa y Pizarro. |
por Edgar González Ruiz; Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
En su discurso titulado “La soledad de América Latina”, que pronunció en Estocolmo, a fines de 1982, al recibir el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez señaló que uno de los “grandes misterios” de la historia continental es el de las “once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron de Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino” (Proceso 319, 13 de diciembre de 1982).
Esa afirmación se ha difundido mucho. En la web, los buscadores registran decenas de páginas que la reproducen textualmente.
Polémicas y embustes
Muy pocos se han atrevido a cuestionarla abiertamente, aunque en foros del ciberespacio, algunos han comentado en forma anónima que pasajes del discurso, como el mencionado, son bastante fantasiosos.
Como excepción, un articulista del periódico jalisciense El Occidental refutaba en 2009 esa y otras frases del discurso.
Decía:
“El gran embustero de García Márquez nos embauca deliciosamente cuando dijo que uno de los grandes misterios del continente americano es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una. Dichas mulas salieron de Cuzco (el ombligo del mundo) para pagar el rescate de Atahualpa- Dichas mulas nunca llegaron a su destino. ¿Se imagina usted once mil mulas cargadas con oro?”.
“….¿Llegaron todas las once mil mulas cargadas con oro? Cuestión de imaginación a lo García Márquez, porque el rescate se pagó pero Pizarro improvisó una conspiración de Atahualpa contra el rey de España y lo mandó estrangular, ¿Dónde quedó el tesoro de Atahualpa?” (Herberto Sinagawa Montoya “Las mariposas amarillas” El Occidental, 11 de octubre de 2009)
Es verdad que Pizarro pidió un enorme rescate por Atahualpa, aunque hay cierta polémica acerca de si este fue pagado completamente, o no.
Lo que resulta increíble es que el Inca hubiera recurrido a once mil mulas, pues esos animales no existían en Perú antes de la llegada de los españoles, y menos todavía en tal cantidad.
Las crónicas hablan de “cargadores”, y tal vez puede suponerse que se ayudaron de llamas, camélidos que como las vicuñas, habitan todavía en algunas regiones de ese país y sobre todo de Bolivia, pero no mulas. ¿de dónde habrían podido salir esos equinos en el Perú precolombino?
Tal vez, con los años, de tanto ver esa frase, que nadie pone en duda, la gente llegará a creer que en verdad existían.
Lo más alarmante es que las afirmaciones de alguien famoso se consideren verdaderas por sí mismas.
Seguramente, si un escolar peruano respondiera en un examen que el tesoro de Atahualpa se transportó en miles de mulas que se perdieron misteriosamente, no recibiría elogios, sino una reprimenda, porque no es alguien conocido, no tiene influencia, y está muy lejos de obtener el premio Nobel.
Juzgar si algo es verdadero o falso, atendiendo no a lo que se dice sino a quién lo dice, no es ético, ni razonable, ni gracioso, sino una actitud miserable.
El cuarto del rescate de Atahualpa en Cajamarca |
Esa credulidad, basada en un exacerbado servilismo, sea al poder, al dinero o al prestigio intelectual, evoca el viejo chiste del diálogo entre un burócrata y el presidente: “¿qué hora es, don Panchito?. La que usted guste, señor presidente”.
Si alguien es un escritor muy grande, hay que reconocerlo como tal, y si ha hecho algo bueno por su país o por el mundo, también, pero si dice algo falso no hay que tomarlo como verdadero.
De lo contrario, estaríamos fabricando santos y supersticiones.
Otros misterios
En el rescate de Atahualpa hay otros misterios, o hechos olvidados, que antes mencionaban los historiadores y cronistas.
El español Francisco Pizarro González (1478-1541) fue el conquistador de Perú, empresa que llevó a cabo en noviembre de 1532 secuestrando al emperador de los Incas, Atahualpa, quien estaba en la localidad de Cajamarca.
A la fecha, en ese lugar se conserva el llamado “cuarto del tesoro”, que Pizarro exigió a su víctima llenara de oro hasta donde alcanzaba su mano levantada; otros dos cuartos debían ser cubiertos de plata.
El t raslado de objetos de oro para el rescate |
William Prescott relata cómo Pizarro y sus hombres llegaron hasta la morada de Atahualpa con el pretexto de hacerle una visita.
El español le hizo saber que él era súbdito de un rey poderosísimo, y un cura que lo acompañaba, el dominico Vicente de Valverde, más tarde obispo de Cuzco, intimó al inca a que se convirtiera a la “verdadera religión”, obedeciendo las disposiciones del rey y del Papa.
Entonces, “los ojos del monarca indio lanzaron chispas y sus negras cejas se fruncieron aún más mientras respondía: ¡Yo no seré tributario de ningún hombre!…”.
Si el rey de España era tan grande, lo reconocería como hermano, y en cuanto a “ese Papa de que me habláis”, le dijo, “debe ser un loco para dar países que no le pertenecen. Y en cuanto a mi fe, no pienso cambiar”.
Le preguntó al dominico, en qué autoridad apoyaba sus palabras.
En respuesta el religioso le enseñó una biblia, que Atahualpa arrojó al suelo con desprecio.
Escandalizado, el fraile intimó a Pizarro a que apresara al emperador, en lugar de cansarse “discutiendo con ese perro”.
“¡Echáos sobre él¡ Yo os doy la absolución”.[1]
Pizarro esperaba sólo un pretexto para apresar al gobernante y tomar así el control de su imperio.
El Inca pagó el enorme rescate que se le exigía, y cuyo valor total se calcula en un millón trescientos veintiséis mil quinientos treinta y nueve pesos en oro y más de cincuenta mil marcos en plata.
Los funerales de Atahualpa |
No obstante, fue juzgado y condenado por los españoles, quienes lo acusaron de doce cargos, entre ellos, que Atahualpa era un usurpador, que había asesinado a su hermano Huáscar; que había derrochado el dinero del Estado; que era polígamo y adúltero, y que había convocado a sus súbditos a la rebelión contra España.
Algunos de los conquistadores intercedieron por el inca, alegando que no se le podía juzgar por normas civiles y religiosas a las que no estaba sujeto, ni siquiera conocía.
Todo fue en vano. Prevaleció el fanatismo y la ambición, por lo que el soberano fue condenado a morir en la hoguera.
El 29 de agosto de 1533, Atahualpa fue ejecutado en la plaza de Cajamarca. No fue quemado sino sometido al garrote vil, luego de que el dominico Valverde lo había exhortado a convertirse a bautizarse, por lo que antes de morir recibió el nombre de “Juan de Atahualpa”.
Se calcula que en la conquista de Perú, Pizarro obtuvo un botín mucho mayor que Cortés en la de México.
Lo cierto es que Pizarro recurrió a estrategias similares a las que en México aplicó su primo Hernán Cortés Pizarro.
Los dos recurrieron al secuestro de los soberanos, tomando como pretexto haber cometido ofensas a la religión de los conquistadores y albergar planes de rebelión contra ellos.
Tanto Moctezuma como Atahualpa fueron asesinados a pesar de haber cumplido las demandas de sus captores.
Pizarro y Cortés aprovecharon también en su beneficio los problemas internos de los pueblos americanos.
En otros aspectos, no había afinidades entre los dos conquistadores.
Cortés tenía instrucción y escribía bien, como lo muestran las Cartas de Relación que envió a la Corona española.
De Pizarro se dice que ni siquiera sabía escribir, versión que comenta Ricardo Palma en sus tradiciones peruanas.
“…se ha generalizado la anécdota de que estando Atahualpa en la prisión de Cajamarca, uno de los soldados que lo custodiaban le escribió en la uña la palabra Dios. El prisionero mostraba lo escrito a cuantos le visitaban, y hallando que todos, excepto Pizarro, acertaban a descifrar de corrido los signos, tuvo desde ese instante en menos al jefe de la conquista, y lo consideró inferior al último de los españoles. Deducen de aquí malignos o apasionados escritores que don Francisco se sintió lastimado en su amor propio, y que por tan pueril quisquilla se vengó del inca haciéndole degollar”.[2]
Ante todo, Pizarro y Cortés tuvieron en común haber actuado movidos por el fanatismo y la ambición, dejando una herencia de la que América todavía no se puede liberar.
En México, los movimientos liberales tuvieron fuerza en el siglo XIX y en la Revolución iniciada en 1910.
En Perú, por el contrario, el poder del clero casi no ha encontrado obstáculos.
La Iglesia está en todas las instituciones públicas, desde la escuela hasta la milicia.
Domina también la memoria histórica, al grado de que hay calles y monumentos dedicados a los conquistadores.
Uno de ellos es la estatua ecuestre de Francisco Pizarro en Lima*.
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[1] Wlliam H. Prescott Historia de la Conquista del Perú, Los Amigos de la Historia, Madrid, 1972., pp. 82-83.
[2] Ricardo Palma “Tres cuestiones históricas sobre Pizarro” en Tradiciones Peruanas, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1971, Tomo I, p. 53.
*Años atrás fue retirada dicha estatua al costado de Palacio de Gobierno. (NdE)
http://www.voltairenet.org/article167478.html