Arnaldo Panizo |
Por: Juan Carlos Flórez Granda
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
A raíz del álbum titulado “Historia Secreta de la Guerra con Chile” se hace necesario presentar la otra versión del mal llamado “Combate de Acuchimay” con la finalidad que el lector saque sus propias conclusiones.
Panorama nacional en 1881
Para comprender el incidente de Acuchimay es vital entender el caos político que vivía el país en esa época, impulsado por una fuerte presión del ejército de ocupación a las personas más adineradas de Lima, cobrando fuertes cupos bajo amenaza de liquidar sus bienes. Todo esto tenía por finalidad obligar a acelerar la paz según sus conveniencias y para ello era necesario formar un gobierno legal que se adecué a sus intereses y de ninguna forma tratar con Piérola ya que sabían que nunca iba a firmar la paz con cesión territorial. Es así que mientras Piérola reorganizaba un plan de contra-ataque desde la sierra, en Lima se formaron varias juntas de gobierno que tuvieron en febrero como resultado el haber elegido a Francisco García Calderón, Presidente Provisorio de la República con la venia chilena.
Para ese mismo mes Piérola asciende a Cáceres a General de Brigada en mérito a sus actuaciones en San Juan y Miraflores y en abril se pone las órdenes del dictador, nombrándolo el 25 Jefe Político Superior de los Departamentos del Centro. En mayo Piérola establece su gobierno en Ayacucho.
Plan de contra ataque peruano boliviano
Sobre esta estrategia no se ha dicho casi nada y por el contrario se ha procurado ocultar. Existe amplia documentación que, por razones de espacio no hemos podido consignarla en este artículo.
El plan consistía en que el General Narciso Campero saldría de La Paz con su ejército sobre Tarapacá, con el fin de quitarle a Chile la Caja Fiscal, destruyendo cuantas salitreras hubiesen en pié. Los del Ejército del Sur, emprenderían la marcha a unirse con el ejército del Centro al mando de Cáceres, en La Quebrada de Huarochirí, y el ejército del Norte al mando de Montero, limpiaría los Departamentos de su mando de fuerzas chilenas. Para llevarlo a cabo, Piérola viaja a Bolivia. Envía emisarios a comprar armas a Argentina, se establecen las juntas preparatorias para dar la figura constitucional al Gobierno de Ayacucho a fin de proseguir con las negociaciones. A este panorama habría que agregar un factor externo y es la intervención norteamericana. El ministro de los Estados Unidos en el Perú, Mr. Stephen Hurburt influyó en el ánimo de los peruanos la idea de obtener la paz sin cesión territorial.
Piérola regresa de Bolivia y mediante juntas preparatorias y el discurso del 28 de Julio se da forma legal al gobierno eligiendo al Piérola Presidente Constitucional.
Con fecha 16 de agosto de 1881, el General Cáceres le envía una carta de felicitación y lealtad:“…yo no puedo más que congratularme, en muy alto grado, al ver tanto la espontaneidad como la virtud resplandeciente y por tanto felicitar a V.E., muy sinceramente como así mismo al país por tan acertada disposición legislativa…”
Volvamos al tema de García Calderón. Con la venia del ejército de ocupación, no vaciló en enviar emisarios y cartas a todos los jefes políticos superiores con el fin de plegarse a su gobierno. La empresa no tuvo éxito sino hasta el 07 de Octubre, cuando en Arequipa se subleva el Coronel José la Torre. Irónicamente Patricio Lynch, Jefe de la ocupación chilena había ya disuelto el gobierno provisorio porque, coincidentemente, en este punto con Piérola, García Calderón tampoco iba a firmar la paz con cesión territorial. ¿Fue necesario crear otro gobierno para llegar a lo mismo?
El 3 de Octubre Montero acepta la vicepresidencia y desconoce a Piérola, influenciado por Hurburt sobre la paz sin cesión territorial y la demora en la compra de armamento.
Piérola reorganiza el Sur convirtiéndola en Comandancia General, dejando en el cargo al coronel Arnaldo Panizo nombrándolo el 29 de Octubre, Comandante en Jefe del Ejército del Sur. Al contrario de lo que dice la historia, es recién en este momento que aparece en el panorama el coronel Panizo.
Panizo y Cáceres eran de la firme idea de no aceptar bajo ningún pretexto al gobierno de García Calderón, al que calificaban de títere.
El 6 de noviembre García Calderón es llevado preso a Santiago y Lizardo Montero ocupa su lugar. En este lapso Piérola, con la finalidad de poner al tanto de los planes y asegurar la unidad, viaja a Chosica a reunirse con Cáceres pero en Tarma se entera que el General lo había desconocido pero sin reconocer a García Calderón. Piérola, ya sin apoyo dimite en un decreto de tono duro, ordenando a las fuerzas que le obedecían ponerse a las órdenes de Cáceres.
Tenemos, entonces, a dos ejércitos, Centro y Sur, con una misma idea: no aceptar al fenecido gobierno de García Calderón (GC). Cáceres envió una carta al Ministro Hurburt comunicándole el firme propósito de convocar a una asamblea donde se pueda elegir al Jefe Supremo. El 09 de diciembre Cáceres ordena a las fuerzas del Sur comandadas por Panizo su movilización al cuartel general en Huarochirí. Panizo ordena al Prefecto de Ayacucho proveer de todos los materiales y alimentación para la movilización de su ejército. Envía cartas a los coroneles Ibarra, Suárez Moreno y La Torre a plegarse al ejército del Centro.
Cuando todo estaba listo ocurrieron varias deserciones dejando la plaza de Ayacucho sin recursos para la movilización. Este hecho fue comunicado a Cáceres y el 30 de Diciembre de 1881 dicta nuevas órdenes al Coronel para su traslado pero esta vez hacia Huancayo debido a tres factores: la epidemia de tifoidea que había en su ejército, las constantes deserciones nocturnas y la persecución que el ejército chileno había iniciado contra el Ejército del Centro.
Paralelamente a esta comunicación le había llegado a Panizo una misiva de Belisario Suárez informando el reconocimiento del general Cáceres al Gobierno de García Calderón.
Panizo escribe a Cáceres una carta. La respuesta el 02 de enero de 1882 fue muy clara:
“...Tengo en mi poder su muy estimable fecha 2 del presente; y por ella me he impuesto de los temores infundados que abrigan UU. por allá. Me dice U. que corre con insistencia, la voz de que aquí tratamos de aceptar como gobierno al de la Magdalena, y que al ser cierto esto, está usted resuelto, así como los Jefes que le obedecen, a retirarse, por completo, a sus hogares. Esta decisión de U. y los suyos les honra sobremanera y crea U. que semejantes rumores carecen de fundamento. Bien notorio es que el país entero rechaza indignado, un gobierno nacido al amparo de las bayonetas enemigas y rodeado de un grupo de malos peruanos que en su obcecación están escarneciendo al Perú en su agonía…”
Pero nuevamente la intervención del plenipotenciario Hurburt, influyó en el cambio de decisión el General y el 24 de enero reconoce a García Calderón sabiendo que estaba preso en Santiago desde el 06 de noviembre, y tuvo conocimiento de este hecho desde el 18 del mismo mes por carta del Secretario General del Estado, comunicándole que a raíz de la prisión de GC. el contralmirante Montero asumía la presidencia de la república.
Los constantes cambios de opinión del General mermaron la confianza de Panizo. Aquí
Algunos ejemplos: Entre febrero y abril acepta los títulos otorgados por Piérola. El 16 de agosto de 1881 lo felicita por su nueva elección como Presidente. El 25 de Octubre protesta por las defecciones del Norte y Sur, tildando de traidores a los de Magdalena. El 24 de Noviembre desconoce a Piérola pero sin reconocer a García Calderón. El 23 de diciembre confirma a Panizo su posición de combatir a García Calderón. El 21 de enero de 1882 reconoce a García Calderón pero sin perder los títulos otorgados por Piérola.
La noticia del reconocimiento al gobierno de Magdalena llega a Ayacucho el 24 de enero de 1882. Panizo inmediatamente renuncia al mando de la Comandancia, permaneciendo en su puesto hasta que el General designe su reemplazo.
“…En tal virtud, espero que VS. en el término de la distancia se digne mandar el Jefe que debe reemplazarme, y aceptar mis servicios como último soldado, en el único caso de tener que combatir con el Ejército chileno...” (Feb. 02/1882)
“…No dejaré de hacerle recordar que desde mi primera carta hasta la última que le he dirigido, en todas ellas, le he hecho ver con la mayor franqueza que jamás me uniría a la causa de la Magdalena, por lo que no ha debido Ud. creer nunca, ni suponer siquiera que yo pudiera variar de opinión, sin causa que pudiera ser justa; y es por esto que antes de ahora he pedido a Ud. mi relevo y que por medio de oficio vuelvo a renunciar irrevocablemente…” (Feb 05/1882).
Aquí es necesario aclarar: El hecho que el General Cáceres haya reconocido a un gobierno, no obliga al Coronel Panizo reconocerlo porque no existía ya gobierno legal.
La Batalla
Esta se originó por la negativa de Panizo de secundar las ideas políticas de Cáceres y por la obstinación del general de someter al Ejército del Sur.
Cáceres cuidó mucho de no dar aviso a Panizo de su venida a Ayacucho. El Ejército del Sur firma un acta desconociendo a Cáceres. Panizo no la firma, cumpliendo su palabra de esperar su reemplazo pero igual se la remite.
Citemos lo que nos dice el historiador Jorge Basadre sobre esta batalla:
Cáceres escaló a caballo el Acuchimay con su escolta. Cuenta un testigo de lo que entonces ocurrió por haber pertenecido al bando de Panizo, el coronel Juan Vargas Quintanilla (en carta publicada en el opúsculo El coronel Arnaldo Panizo y el Combate de Acuchimay), que este no quiso disparar en esos momentos porque dijo: “Al fin es general peruano”. Después de breves palabras con mutuas recriminaciones, sigue narrando Vargas Quintanilla, diversos jefes, oficiales y soldados adversarios habían ya subido al Acuchimay a rendirse. Según Cáceres en sus memorias, después de escalar el cerro y al encontrarse frente a Panizo que estaba rodeado de otros jefes y oficiales, 300 individuos de tropa formados en columna y 4 piezas de artillería, alcanzó a ver a un corneta que había servido a sus órdenes en Tarapacá y le dijo: “¿También tu traicionas a tu general?,. ¡Viva el Perú! El soldado repuso: “Nos han engañado general” y dio también un estentóreo viva el Perú coreado por la tropa que así se plegó al caudillo. Las fuerzas de Cáceres no llegaban a 500 hombres; Panizo había estado mandando a unos 1500 (22 de febrero de 1882). Panizo y algunos de sus jefes fueron sentenciados por un consejo de guerra; pero Cáceres los hizo poner en libertad…” “…Parece que el plan de este caudillo (Cáceres) consistió en que parte de sus huestes aparentara que se rendía para de esa manera rodear a Panizo y deponerlo mediante un golpe sorpresa...”…” En el caso de Panizo no hubo el obedecimiento a las órdenes de una autoridad suprema. Combatiente pundonoroso en las campañas de acababan de efectuarse, fugado de Lima para ir a la sierra, su actitud no era de pacifismo ante los chilenos. Carecía por otra parte de ambiciones políticas…”…”En suma, este desgraciado episodio, en el que no hubo ánimo nefando, es una expresión de las lamentables consecuencias de la quiebra del Estado organizado que se había producido en el Perú y de la confusión espiritual que desconcertaba a muchos peruanos de buena fe en aquella época patética…”
La historia la escribe los que ganan y sobre este hecho en particular echaron al olvido injustamente al coronel Panizo, militar de brillante trayectoria que nunca fue borrado del escalafón militar. Entender el caudillismo que se originó por el quiebre moral, producto de las constantes derrotas y los planes de Chile es una tarea que es necesario profundizar para no volver a cometer los mismos errores.
Es nuestra intención, como mencionábamos al principio, presentar la otra versión de los hechos y esperamos que en un futuro cercano, nuestros historiadores puedan ofrecer, así como en este suceso, un profundo estudio de la pasada guerra del 79 más acorde a la realidad, con fuentes a la vista y libre de pasiones políticas que han afectado a tantos personajes hasta hoy olvidados.
Ayacucho, Marzo 1º. De 1882.
Querido amigo:
Aprovecho de la ida a ésa de un amigo para sacarte del cuidado en que estarás por las exageradas que allí deben correr con motivo de la batalla que tuvimos el 22 del pasado en las alturas de Cuchimain, entre nuestras fuerzas y las de Cáceres.
A consecuencia de que este General se adhirió al titulado Gobierno Provisorio, siempre por él desconocido, las fuerzas de Ayacucho suscribieron un acta negándole su obediencia, puesto que dejaba de ser Jefe Supremo y reconocido.
No podíamos tampoco reconocerlo como Jefe Político, porque la Constitución invocada por el Gobierno a quien debía obedecer no reconoce esos cargos, creados por la dictadura en fuerza de las circunstancias y en mérito de su omnímodo poder. Solo nos quedaba para proceder honrosamente, uno de dos caminos: o disolver las fuerzas, privando al país de ese elemento de defensa, con tanto trabajo acumulado, o reservarlas para ponerlas a disposición del Gobierno que se forme alguna vez y que sea fruto de la voluntad de los pueblos y no de motines de cuartel o de la violación escandalosa de la misma Constitución que se invoca para alcanzar un prestigio que nunca se obtendrá.
Nos decidimos por lo último procediendo con un patriotismo levantado y que la pasión política no comprende, pero al que se hará justicia cuando el tiempo pase y haga volver el juicio a nuestros conciudadanos.
Informado el General Cáceres de nuestra resolución, el que había huido del enemigo común perdiendo casi íntegro el ejército del centro, dirigió sus fuerzas contra nosotros, que no éramos aun amenaza para nadie, y aprovechándose de que era hijo de este pueblo y tenia muchas relaciones, hizo introducir armas y municiones a las haciendas y caseríos de los suburbios y decidió sorprendernos en la mañana del 22 pasado. Nosotros solo tuvimos noticias de su aproximación a las 8am, y mientras nos preparábamos y municionamos las tropas, se pasó una hora. Desfilamos a las 10, pero no sabíamos por donde nos traerían el ataque; mas al dejar el pueblo se sublevó éste con las armas que había recibido y nos comenzó a hostilizar por retaguardia.
A la 1pm. las guerrillas anunciaron la presencia del enemigo por el lado del Carmen Alto en son de combate. Entonces pasamos del cerro de Santa Ana al de Cuchimain, y allí tendimos nuestra línea. No bien había concluido esta operación, cuando se rompieron los fuegos muy nutridos, tanto de artillería como de infantería hasta las 5.30pm, durante tres horas tres cuartos.
Como el General Cáceres hubiese traído armas sobrantes, armó al pueblo de Carmen alto, y esta gente con las de las haciendas y la tropa que trajo, ascendía como a 3000 hombres. Nosotros teníamos 1200 escasos, y sin embargo, sufríamos fuego por vanguardia y fuego de la población por retaguardia; aquello era un infierno; y en medio de todo, lo más raro es que después de vencedores estamos prisioneros, debido a la generosidad del Coronel Panizo y su noble corazón.
Es el caso que se pasaron a nosotros, ya en la tarde, la mayor parte de los principales jefes y oficiales con tropa, las tropas con culatas arriba y los jefes implorando nuestra generosidad y tratándonos de hermanos. Panizo, al fin caballero, como lo es, no quiso inferirles el desaire de desarmar ni a los jefes, ni a los oficiales, ni a la tropa, y esperábamos que llegase el General Cáceres a rendirse, pues veíamos que también venía. Mientras tanto se fueron organizando a retaguardia de dos compañías del Batallón Libres, que mandaba en persona el intrépido Coronel Vargas, y también a retaguardia de la artillería, todos pasados con sus armas. Sube el General Cáceres y se pone a cuestionar con el coronel Panizo; los desleales pasados dan sorpresivamente el grito de ¡Viva Cáceres! y todo se vuelve un espantoso laberinto.
El coronel Vargas pudo mandar a hacer fuego, y habría castigado esa vileza; pero habrían muerto inevitablemente los coroneles Panizo y Bonifaz, y aun el mismo General Cáceres y sus demás jefes. Ante tan dura extremidad, y recordando que la guerra aun no ha concluido y que quizá son necesarias esas vidas para la salvación de la patria, el coronel Vargas prefirió entregarse como prisionero, convencido de que las victorias entre hermanos no son verdaderos triunfos y que era muy caro el precio de que él pudo obtener. Está, pues, preso por sus nobles sentimientos, y dice que no se arrepiente de haber perdonado la vida a los que se llaman sus vencedores.
Los que hemos sido honrados soldados y hombres de honor, estamos, pues, en una prisión. Nuestra culpa es no haber reconocido a un Gobierno que no lo fue jamás para los mismos que creen delito hoy nuestro modo de juzgar; que juzgaron ayer lo mismo que nosotros. Y se nos llama traidores, a los que solo hemos defendido la bandera de la patria y caído defendiéndola, por los que la han traicionado dos veces. El resultado de tantos escándalos es la ruina del país, pues el ejército del centro y la magnífica división del Coronel Panizo casi no existe. Están reducidos a 500 hombres cuando más, porque todas las fuerzas se han dispersado. Así ha acabado este drama abominable, dejando una página de vergüenza en la historia de nuestras desgracias.