Percepciones sobre relaciones históricas de Bolivia, Perú y Chile
La asimilación e interpretación que hoy se tiene de las relaciones entre Bolivia, Chile y Perú surgen de su antecedente histórico en las maniobras de supervivencia y dominio de las minorías criollas de Perú y Bolivia, cuyo objetivo central era y es mantener el control del estado imponiéndose a una mayoría de la población, que es indígena y mestiza.
En la nota que reproducimos —completamente certera— se expone cómo las declaraciones que el electo presidente Ollanta Humala dio durante su visita a La Paz tocan un punto importante de la naturaleza cultural e histórica de Perú y Bolivia: nuestros dos países son en el fondo la misma patria.
Se menciona que en el caso peruano de oposición a la Confederación Perú-Boliviana hay un ingrediente de racismo, lo cual es cierto. Actuando como si representase a todo el Perú, la minoría que eran y son los criollos blancoides desató una intensa campaña de oposición y desprestigio contra el mariscal Andrés Santa Cruz, y eran comunes las burlas por su aspecto físico e incluso se componían poemitas ofensivos contra él. Era grande el temor que tenían los parásitos blancoides de perder el control del país: la actuación de un caudillo indígena como Santa Cruz —que, además, era descendiente de los incas por línea materna— se veía como un precedente nefasto, que podría servir para que la indiada levantase cabeza y pusiera en tela de juicio la propiedad de las tierras que usurpaban los blancos.
Otro punto en que acierta el artículo es en aclarar que la destrucción de la Confederación Perú-Boliviana no fue obra exclusiva de Chile. La verdad es que existiendo ya una clara y pública predisposición chilena contra la reunificación Perú-Bolivia (Diego Portales), varios caudillos peruanos opuestos a la Confederación buscaron y consiguieron la intervención militar chilena. Habría sido muy difícil que Chile hubiese tenido éxito en su guerra contra la Confederación si no hubiese sido por la conducta de los generales Felipe S. Salaverry, Agustín Gamarra y Ramón Castilla, que no midieron las consecuencias de sus actos.
En el artículo del señor Pedro Godoy se menciona una tendencia a la fragmentación, y debemos decir que es muy fuerte en el Perú; más se busca la división y la subdivisión que la unión. Así como los corruptos de aquella época se oponían a la reunificación Perú-Bolivia, hoy los sinvergüenzas que gobiernan las regiones descentralizadas del Perú se oponen tenazmente a la formación de macrorregiones. La verdad es que ahora las regiones existen solo de nombre: son simplemente los departamentos a los que se llama “regiones”.
La conducta antihistórica de los blancoides parasitarios de Lima y La Paz fortaleció la posición de Chile, pero sus historiadores y políticos se esfuerzan por diluir el conocimiento de esta consecuencia indeseada. En el Perú siguen una orientación chilena cuando cargan la culpa de su fracaso a Bolivia, diciendo que “traicionó” al Perú, o que el Perú innecesariamente entró en la guerra para “defender” a Bolivia. Lo cierto es que la acumulación de armamento de Chile y sus preparativos militares eran desproporcionados si lo que buscaba era apoderarse únicamente de Antofagasta.
Lo que en equipo militar y tropas tenía Chile era mucho más de lo que se necesitaba para ocupar el litoral boliviano —que estaba prácticamente incomunicado con la parte central de Bolivia— y para defenderse de una hipotética intervención peruana para desalojar a los chilenos en Antofagasta. El desarrollo de la guerra demostró que el objetivo principal de Chile fue en todo momento el Perú; Antofagasta era solo una estación en el camino. Por tanto, con o sin la mediación diplomática —que era todo lo que el Perú podía hacer en el verano de 1879—, debe entenderse que de todas maneras nuestro país, más que Bolivia, estaba en la mira.
Finalmente, si de traiciones se trata, las cotas más altas de traición las tenemos con Mariano Ignacio Prado, Nicolás de Piérola y Miguel Iglesias, fervorosos y leales sirvientes de Chile.
Humala, patriotería y revisionismo histórico
Por Prof. Pedro Godoy P.*
La rehabilitación del mariscal Andrés Santa Cruz efectuada por Ollanta en La Paz es sorprendente. Ello incluye el elogio a la Confederación Perú-Boliviana que edifica aquel estadista paceño. El experimento (1832-1835), que tuvo simpatizantes en Santiago y en Quito, es destruido no sólo por la oligarquía chilena, sino también por adversarios internos. Los generales Salaverry, Gamarra y Castilla de Perú así como otros militares bolivianos como Ballivián, Velasco y Gamio son fragmentadores y, por ende, sus adversarios tenaces.
El proyecto crucista se inspira en San Martín y Bolívar de cuyos Estados Mayores el mariscal de Zepita es integrante. En Chile se difunde hasta hoy la teoría del imperialismo incaico que podría derivar de la consolidación del eje La Paz-Lima y se insiste en rasgos personales negativos de Santa Cruz como, por ejemplo, “perfidia” y “doblez” para justificar agresión que culmina en Yungay con el derrumbe de la Confederación. Incluso en los textos escolares aparece el retrato del personaje ya anciano y nunca con la estampa que corresponde a la época en que integra a las dos repúblicas.
Juan Manuel de Rosas impulsa una frustrada guerra “contra el Cholo Santa Cruz”. Allí está germinal un dato racista. Sabemos que fracasa en el esfuerzo bélico que, en cierto modo, estaba coludido con Santiago. En Chile nace ya entonces la fobia a los bolivianos. Con la Guerra del Pacífico (1879-1883) se intensifica. Hoy está incorporado al ADN de todo mi pueblo. En Bolivia la oposición a Santa Cruz se nutre de antiperuanismo. Los centrifugadores propalan que el ensayo confederal favorece a Perú en perjuicio de Bolivia. Lo mismo se manifiesta, a la inversa, en Perú. Allí, más que eso, hay un factor racista que involucra desprecio a lo serrano... A los incas se aplaude, pero se aborrece a "los indios".
Tal fobia es cosa viva en las elites blancas de la costa, en particular, de Lima. Allí se ve a Santa Cruz como un invasor, un conquistador, un napoleón de pacotilla, un "macedón" aimara. Para esos “caballeros de fina estampa” aquello que bajaba del macizo andino era la muchedumbre indígena y como blancos repudian estar bajo la tutela de un mundo que imaginan semibárbaro. Ellos se oponen a la Confederación “bala en boca”. Como son derrotados acuden al auxilio externo. Vicente Rocafuerte les cierra las puertas de Ecuador. Entonces acuden a Chile. Allí encuentran gobernando a otra elite blanca y se confabulan.
Nace así el Ejército Restaurador encabezado primero por Manuel Blanco Encalada y luego por Manuel Bulnes. En los estados mayores de una y otra expedición están los militares y los civiles que abominan del crucismo y anhelan la secesión que bautizan como “independencia”. En la medida en que la II Expedición registra éxito hasta obtener una victoria contundente en Pan de Azúcar brotan, como hongos después de un aguacero, incluso en Bolivia, los desmembradores. Por cierto todos, después del derrumbe confederal, brindarán honores a jefes, oficiales y tropas de Chile. Se genera así una ingenua chilenofilia en Perú y Bolivia.
No sólo chilenofilia, sino en Perú se vigoriza la fobia a Bolivia y a los bolivianos que se incorpora al ADN peruviano. Restará —hasta hoy— simpatía a la Confederación. Tal actitud se vigoriza, 40 años después, con la guerra del guano y del salitre. Los peruanos se estiman abandonados por sus aliados. La presunta traición habría facilitado el arrollador triunfo de las tropas chilenas. Tanto en la historiografía peruana como en el imaginario colectivo está el prejuicio del chileno = ladrón y boliviano = desleal. No nos extrañemos: cada oligarquía amamanta a sus gobernados —pobres e ignorantes— con odio, desdén o resentimiento respecto a los pueblos vecinos. La fragmentación se legitima con esa siembra prolija de patriotería denominada, a la francesa, "chauvinismo".
Quienes hemos estudiado el patrioterismo que es epidemia en toda nuestra América y que lo señalamos en la esfera psicocultural como una barrera para que cuaje la reintegración quedamos impactados por las declaraciones de Humala en La Paz. Equivalen a las opiniones favorables al Paraguay de F. Solano López en la Guerra de la Triple Alianza formuladas —entre varios— por Juan Bautista Alberdi en el siglo XIX y en el XX por Jorge Abelardo Ramos. Es la fuerza revolucionaria del revisionismo histórico que surge por diversos conductos. Las opiniones del próximo mandatario peruano exaltando al Andrés Santa Cruz y alabando a la Confederación Perú-Boliviana per se son un aporte tan innovador como manifestar que bolivianos y peruanos constituyen una misma nacionalidad.
* Centro de Estudios Chilenos CEDECH
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