Miguel Iglesias, sirviente de Chile, sigue motivando reflexión
El precursor de poner monumentos a los invasores chilenos, Miguel Iglesias, sigue motivando estudios y reflexiones. Para estar de acuerdo con estos tiempos en que lo bueno es mostrar servidumbre a Chile y permitirle dominar el Perú, se ha trasladado su esqueleto al Panteón de los Héroes, pese a que fue junto con Nicolás de Piérola un fiel lacayo de los delincuentes chilenos. Debe notarse que la acción del títere chileno Miguel Iglesias fue secundada por las personas pudientes que temían que la continuación de la guerra despertara en los indígenas combatientes la idea de recuperar sus tierras que estaban en manos de blancos y mestizos. Así, los terratenientes prefirieron ceder a las intenciones de los rateros chilenos porque de esta manera evitaban que la indiada se les rebelase.
Un triste aniversario de Huamachuco
Por Daniel Parodi
Confieso que en estas líneas voy a participar en un debate historiográfico a la manera positivista; es decir, utilizando argumentos y contraargumentos para sentar mi posición sobre un evento del pasado. Digo esto pues siempre he cuestionado esa modalidad de hacer historia y porque creo que los acontecimientos poseen la magia de generar muchas representaciones sobre sí mismos.
Confieso también que soy consciente de que los combates por la historia1 se libran en el presente y que, por ello, los políticos influencian en su escritura. Sin embargo, la obscena heroización2 de Miguel Iglesias me obliga a referirla con más detalle que en mi nota anterior.
En ella señalé que son dos las interpretaciones más difundidas sobre el caudillo de Montán: la que lo tilda de traidor por su colaboración con las fuerzas chilenas y la que lo ubica en el umbral de la heroicidad e interpreta su accionar como un gesto de desprendimiento. Pero coloquemos a Iglesias en su hora más difícil y retrotraigámonos al 31/8/1882 —difusión del manifiesto de Montán— para ver qué sucedía en la guerra por aquellos días.
Para empezar, no es cierto que entonces la resistencia peruana estuviese prácticamente derrotada, ni que la firma de la paz se cayese de madura. Por el contrario, el Ejército del Centro, con la colaboración de las guerrillas campesinas, se encontraba en su mejor momento pues apenas unas semanas antes había derrotado a las fuerzas invasoras en Marcavalle, Pucará y Concepción, y expulsado de la región a la expedición chilena de Letelier.
Así pues, el colaboracionismo iglesista no se debió a la derrota de la Resistencia sino a sus victorias. Esta paradoja se explica en las fracturas socio-culturales de entonces que hacían que buena parte de los gamonales y hacendados viesen con profunda preocupación el fortalecimiento de la movilización campesina liderada por Andrés Avelino Cáceres. Esta, y no la “inmolación política”, fue la motivación de Iglesias, la que se demuestra en testimonios de época que ilustran el resquemor de los sectores económicos altos frente a la eventualidad de una “guerra de razas”3.
Por otro lado, en septiembre de 1882, la Alianza Perú-Boliviana había resurgido gracias a la instalación del gobierno de Lizardo Montero en Arequipa, quien desde allí fortaleció sus vínculos con Narciso Campero, su homólogo paceño. La Alianza buscaba negociar con Chile un tratado de paz sobre la base de la sesión única y exclusiva de Tarapacá. Sin embargo, el colaboracionismo de Iglesias echó por tierra estos esfuerzos y jugó en pared con el plan chileno de acabar con la Alianza e imponer la paz por separado a cada uno de sus países miembros. Por cierto, una comisión oficial del gobierno de Bolivia lo visitó para rogarle deponer su actitud: no quiso.
Finalmente, la existencia de un gobierno colaboracionista en Cajamarca y la imperiosa necesidad de acabar con él obligaron a Cáceres a dejar la sierra central y dirigirse hacia el norte. Y fue allí, en Huamachuco, donde encontró la derrota un 10/7/1883, fecha triste para los peruanos, especialmente hoy, debido a que de esta innecesaria controversia no son responsables ni los restos de Miguel Iglesias ni sus descendientes.
Al meditar sobre el tema, he recordado la novela 1984 de Orwell, en la que un lóbrego Ministerio de la Verdad cambiaba las noticias del pasado de acuerdo con las conveniencias del presente. Por ello me asombra que se haya nombrado a Miguel Iglesias vencedor de San Juan, cuando esa batalla la perdimos. A pesar de todo, conservo la esperanza de que nuestra realidad no supere la ficción, pues ni los más grandes totalitarismos pudieron soterrar las versiones disidentes de la historia, porque los héroes, es sabido, no se crean por decreto, ¿o sí?
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1 Así tituló Lucien Febvre su célebre libro.
2 Me hago responsable por el neologismo.
3 Juan Rodríguez: Los ecos de la Comuna de París en el Perú durante la Guerra del Pacífico, Lima, 2010, (s/p).
La República, Lima 19-07-2011.