¿Nación de castrados?

por Herbert Mujica Rojas


¿Qué pueblo renuncia a su historia, declina el recuerdo de sus héroes o modifica lo acontecido para tender "lazos de fraternidad" con sus antiguos opresores los mismos que hoy repiten, bajo diferentes métodos, idénticos regímenes de invasión y sujeción económica, política, periodística, propagandística, mediática de sur a norte y con algo más de 7 u 8 mil millones de dólares colocados en estas tierras?: ¡sólo uno castrado y lobotomizado! En efecto, la exclusividad y vergüenza corresponden a semejante conjunto humano si existe alguno con tales oprobiosas características.

 

Hasta hoy Perú, a pesar de los avances tecnológicos al alcance, no ha confeccionado su versión fílmica en torno a lo más aproximado que el rigor historiográfico puede dar acerca de la guerra de invasión acaecida entre 1879-1883 y que pretextó Chile bajo razones que ni ellos mismos repiten con gran entusiasmo. Para eso tienen a los neohistoriadores que dicen construir castillos de fraternidad donde antes hubo sangre, saqueo, expoliación, injusticia, absurdo escarnecimiento. Y los años han pasado y nada ha cambiado. El sentido del meridión al septentrión repite su escalada con el respaldo tácito y móvil de una maquinaria armada de altísimo poder letal. Lo disuasivo en este caso específico sólo es una broma del peor mal gusto.

¿Y cómo es que ocurre lo antedicho? ¿Querría decir que en nuestro país no hay quienes puedan contar la genuina historia de esos hechos entre 1879-1883? ¿y lo que pasó desde entonces? Nada hay más importante en la vida republicana que aquella huella. El Perú fue otro a partir de aquellas fechas y la república volvió a fojas cero, a la ruina material gracias a la riqueza de quienes sí cautelaron sus bienes aquí y acullá y supieron aclimatarse a la invasión y fueron cómplices de la pezuña foránea. Los peruanoides que definió el médico Pedro Villanueva en libro recientemente reeditado escribieron páginas de lacerante aberración contra la patria. ¿Dónde están los historiadores? ¿y los periodistas? ¿y los hombres de bien? ¿y los embajadores y especialistas en estrategia y geopolítica?

Llegó pocas semanas atrás la noticia que en Chile se ha logrado la versión fílmica del combate de Iquique y hay hasta la interpretación de Miguel Grau a cargo de nacionales del país del sur. Cada quien maneja su libertad como quiere pero tengo la sospecha que debió ser acá el lugar de génesis de semejantes iniciativas no sólo porque el piurano murió bajo el pendón glorioso del Perú sino porque esa guerra constituyó una de las más sucias claudicaciones de castas oligárquicas ineptas y absolutamente miopes. Desposeídas de conceptos nacionales, éstas, regalaron el país y tuvieron en traidores y aventureros como Piérola, símbolos ocasionales de enorme improvisación sospechosa. Pero los historiadores han cubierto de gloria a los felones y no pocas plazas, calles, jirones y avenidas ostentan el nombre de quienes dieron la espalda al país.

¿Cuántos filmes más hay que esperar desde Chile para comprender que en ese terreno también hay que pelear? Debo reivindicar, porque no todo es yerto y mustio, que pocos meses atrás el grupo de investigadores, periodistas e historiadores nucleados en Perú Heroico y bajo la acertada batuta de Plinio Esquinarila Bellido, planteó la iniciativa de organizar la megaproducción nacional de la Guerra de Rapiña 1879-1883 con el propósito soberano —y desde todo punto de vista pendiente— de poseer la lectura patria. El proyecto sigue caminando con las monstruosas dificultades que se plantea siempre a las dinámicas iconoclastas y hasta se pensó en algún momento emprender desde las tribunas en que brilló el valor patrio del Alto de la Alianza, Tacna, Concepción, Junín y Huamachuco, La Libertad, el comienzo de la gran colecta nacional. De hecho Esquinarila anunció por radio en la Ciudad Heroica semejante bella cruzada. ¿Tan difícil embarcarse en la empresa?

Aquí faltan brazos y se requieren contribuciones de todo jaez e índole, inteligencia y genialidad creadora. La voluntad hecha objetivo supremo de levantar a la nación de su eterno marasmo y enfilarla en una dinámica edificadora no es el deber de construirla con ciencia y conciencia. Sobran, eso sí, esos historiadores que buscan editoriales o paraguas sospechosas del sur porque no dan cuenta rigurosa de los hechos sino los maquillan en nombre de fraternidades que no pueden eludir lo ocurrido ni refundirlo para desterrarlo. Están demás los peruanoides y los pusilánimes. En cambio, debe estar siempre en el altar de la gloria, la memoria de los que cayeron por la patria.

¿Cuánto cuesta adormecer a un pueblo e idiotizarlo con placebos tecnológicos?

Volvamos a la génesis de esta modesta columna: ¿nación de castrados reales y cerebrales?

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!