corte la hayaPor Eduardo González Viaña

Para ganar un juicio se necesita tener una buena causa y un excelente abogado. En sus alegatos ante el tribunal de La Haya, el Perú cuenta con ambos requisitos.

Los puntos que se defienden son correctos, casi obvios. En cuanto a sus defensores, la nuestra es una de las mejores diplomacias de América Latina.

Hay, sin embargo, un peligro. La prensa amarilla y algunos políticos están haciendo de las suyas. En vez de ilustrar al país sobre los argumentos del alegato, los titulares de la prensa están colmados de un sombrío clima de guerra.

Según las primeras planas sensacionalistas, que son las leídas por el pueblo en los periódicos colgados en el kiosco, sea cual fuere el fallo, los tanques estarán cruzando las fronteras y los aviones, bombardeando las ciudades. El pánico vende.

Algunas amas de casa se preguntan si ya es hora de almacenar alimentos para el caso de una escasez producida por la invasión.

Todavía faltan algunos meses para que se emita el fallo. No obstante ello, este clima ya está llegando al paroxismo.

Hay un concepto sociológico que puede servirnos para entender las sinrazones que motivan y alimentan climas como éste. Se trata del llamado pánico moral. Se le define como una condición, episodio, persona o grupo de personas que son consideradas como una amenaza contra los valores e intereses sociales y acaso la propia supervivencia de la nación.

Quienes manejan los controles del pánico, conducen al pueblo a una mentalidad del desastre.

En tanto que el pánico aumenta hay un sentido de urgencia para hacer algo ahora o de otra forma la sociedad ha de sufrir graves consecuencias más tarde. Este sentimiento se expresa en el endurecimiento de os aparatos de control social del estado y en un clima de sospecha en el que todos debemos probar que no somos terroristas ni antipatriotas.

La tensión se advierte en expresiones del más iletrado chauvinismo. Ya hace meses, por ejemplo, de que un escritor declarara que no le gustaba mucho la comida peruana porque producía gases. Ello estuvo a punto de desatar un linchamiento por supuestamente ser un antipatriota.

En verdad, la preocupación primera debe ser la de liberarnos de los tiempos en que la dictadura destruyó nuestras instituciones sociales. Ello porque, aparte de que la razón esté de su parte, en todo juicio se requiere que el demandante sea creíble. ¿Lo es el Perú?... ¡Claro que s!

El Perú es una democracia bien establecida, y su último dictador está entre rejas. Se olvida sin embargo que, además de tirano y de ladrón, el hombre del penal Barbadillo es un terrorista de estado que ordenó y justificó un genocidio. No se le trata con la vara con que debe ser medido. Al líder de Sendero Luminoso se le ha prohibido la visita de un sacerdote. Sin embargo, a Fujimori se le ha aceptado a trámite su petición de indulto y se le hace vivir en una cárcel de cinco estrellas.

De otro lado, técnicamente, esta democracia no tiene una constitución. Se vive todavía bajo el acta de gobierno que se dio el golpista.

Por fin, el subsecretario general de las Naciones Unidas, Heraldo Muñoz, ha recomendado al gobierno peruano el fortalecimiento del diálogo interno. En vez de condenar el conflicto social y criminalizar la protesta, aconseja “visualizar el conflicto no como algo negativo, sino como una oportunidad para resolver situaciones concretas mediante el diálogo y la negociación.”

En vez de la catástrofe, se debe estimular al recuerdo de la grandeza peruana. Ella se debe expresar ahora en la voluntad de fundar una democracia estable. Sólo así, el país ganará todos los días el veredicto de la historia.

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