Tiempo de acción
Por Federico Mayor Zaragoza (*)
El propósito del presidente Bush al convocar una Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático podía ser positivo, pero también constituir, como tantas otras comisiones, paneles, etcétera, que proliferan actualmente a escala local y global, una manera de posponer la toma de decisiones, que es lo que realmente importa a la humanidad.
No más demoras. No más informes. No más reuniones para acordar lo que ya está acordado desde hace años. Los diagnósticos ya están hechos. Y bien hechos. El mérito mayor corresponde a Naciones Unidas, que, a pesar de su marginación por las grandes potencias, ha dejado en la década de los noventa y hasta hoy excelentes propuestas de acción, entre las que destacan los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Por eso, cuando se convocan nuevas conferencias sobre lo ya convenido, cuando se aplaza su puesta en práctica, cuando se oculta la falta de voluntad política en la realización de nuevos estudios, la comunidad internacional debe oponerse a estas maniobras y reclamar a los Gobiernos el cumplimiento de sus responsabilidades, sobre todo cuando pueden alcanzarse puntos de no retorno.
Es la “ética del tiempo”. El deber de actuar antes de que se alcance una situación sin marcha atrás. Es necesario fomentar la capacidad de anticipación, de previsión, de acción. No se trata tan sólo de conocer el tratamiento adecuado sino de aplicarlo de manera oportuna.
Actuar a tiempo extrayendo las lecciones del pasado, pero sabiendo en todo momento que el pasado puede y debe describirse de la manera más fidedigna posible, pero sabiendo que ya está escrito. Lo que sí debe escribirse con total libertad es el futuro, y el presente.
Tener memoria permanente del futuro, sabiendo distinguir lo importante de lo urgente y abordando las instituciones apropiadas los grandes retos de nuestro tiempo. Los ciudadanos deben ser activos y nunca más sumisos espectadores que contemplan de manera pasiva e incluso con indiferencia lo que sucede en su entorno. Es tiempo de acción, de no ser simples receptores de informaciones, sino actores que participen, cada uno en su ámbito, teniendo presente la máxima de Burke: “Nadie comete mayor error que quien no hace nada porque piensa que sólo podría hacer muy poco”.
Todas las semillas, sin excepción, son necesarias. Todos los granos de arena. Todas las gotas, como recordó la Madre Teresa de Calcuta a un famoso escritor que se excusaba de que su contribución fuera pequeña, “como una gota en el océano”, dijo. Y añadió: “Si esta gota le faltara, el océano la echaría de menos”.
Para “comportarse fraternalmente”, como establece el artículo primero de la Declaración Universal, es indispensable repartir mejor. ¿Desarrollo para qué, para quién? Para dotar a los ciudadanos de las capacidades que les permitan utilizar por sí mismos o, al menos, colaborar en la utilización de sus recursos, de tal manera que las condiciones de vida cumplan unos mínimos que eviten flujos migratorios y la incubación de resentimientos. Para asegurar la igualdad de oportunidades. Para hacer posible el principio supremo de la igual dignidad de todos los seres humanos.
Es tiempo de acción. Más que nuevos informes, diagnósticos, recomendaciones y resoluciones, lo que falta son acciones, cambios sustantivos aconsejados por el rigor científico que permitan reducir el gasto militar y aumentar los fondos que hagan posible de forma urgente, como exigencia ya inaplazable de la conciencia mundial, que dejen de morir miles de personas cada día por inanición y por falta de acceso a tratamientos adecuados para su salud y calidad de vida. Para hacer frente a los grandes retos de nuestro tiempo es necesario contar con una ONU reforzada, dotada de los recursos humanos y financieros adecuados.
Es imperativo abordar los grandes desafíos a escala mundial. ¡Ética del tiempo! La energía, el medio ambiente, la salud... son los retos a los que debemos responder conjuntamente.
A través de la moderna tecnología, la sociedad civil tiene, además de su innegable papel protagonista en la ayuda solidaria, la posibilidad no sólo de hacerse oír sino de hacerse escuchar.
Es tiempo de acción, de sustitución de la fuerza por la palabra. La cultura de paz, como modelo ético y político, puede resolver la bipolaridad actual, la que opone y divide. Frente a los retrógrados que se refugian en el terror y el dogma, debemos inventar nuevas fórmulas. Debemos dar un giro al concepto de democracia: el sujeto principal de la democracia es el ciudadano y no el Estado. Es la gente.
¿El siglo XXI, siglo de la gente? Para ello es imprescindible no guardar silencio. Es imprescindible participar. Corresponde hablar porque, como Garcilaso, exclamamos: “Yo que tanto callar ya no podía!”. O, siguiendo el verso reciente de Rafael Guillén en Los dominios del cóndor, “no había sitio en que albergar tanto silencio”.
Es tiempo de acción.
(*) Presidente de la Fundación Cultura de Paz
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