¿A quién beneficia el disparate?
Por Carlos Miguélez (*)
La independencia de Kosovo puede suponer un precedente para una posible atomización de Europa. Con la adhesión acelerada de los países del Este y con las presiones para incorporar a Turquía en la Unión, Europa parece ceder otros grandes ejes de poder.
Esta situación nos remonta a una imagen de la Europa de 1812, cuando Napoleón llevaba a cabo su campaña en Rusia. Casi dos siglos más tarde, parecía que Europa había sido capaz de dejar atrás una historia de guerras y genocidios apoyados en los nacionalismos, pero la guerra que fracturó los Balcanes tras la caída del muro de Berlín sembró las semillas de la fragmentación europea. ¿Quiénes pusieron el agua y el abono para que las semillas germinaran?
La Unión Europea tendrá que plantearse los posibles costes políticos, económicos y sociales de la independencia de Kosovo y del mensaje que da a muchos países en cuanto a su política exterior. Su debilitamiento refuerza la incertidumbre en una era con nuevos desafíos globales como la erradicación de la pobreza, el diálogo para modelos de inmigración alternativos y un mercado común más coherente con los principios de justicia y solidaridad sobre los que está fundada la Unión Europea.
La importancia de China en el panorama internacional ya no es una hipótesis. Al gigante asiático podría beneficiarle una Europa sin una política exterior clara que ha bajado el listón en cuanto al respeto de los Derechos Humanos, la transparencia y la lucha contra la corrupción y el crimen organizado para que se incorporasen los países de Europa del Este.
Carlos Taibo, analista español experto en Rusia y Europa del Este, sostiene que aunque el Kremlin se oponga a este proceso por su alianza con Serbia, Putin podría aplicar los mismos criterios para Kosovo en Georgia y Moldavia. Rusia también podría utilizar el proceso de independencia para desestabilizar la zona del Cáucaso y tensar aún más las relaciones que tiene con Georgia y con Ucrania desde que tuvieron lugar sus respectivas revoluciones.
También se beneficia Estados Unidos que, desde la caída del comunismo, ha movido piezas para fragmentar a las ex Repúblicas Soviéticas con el fin de instalar bases militares y Gobiernos favorables a su política exterior al tiempo que reconfiguraba a la OTAN. Por otro lado, ha apoyado las revoluciones en Ucrania, Georgia y Uzbekistán y ha despreciado a la “Vieja Europa”, en palabras del anterior Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
La independencia de Kosovo supone un fracaso europeo en los Balcanes al no lograr que pueblos diferentes convivieran bajo un mismo sistema político, algo que habían logrado el régimen comunista de Tito y antes el imperio austrohúngaro.
El remedio ya está resultando peor que la enfermedad. Human Rights Watch denuncia la violación de Derechos Humanos a las minorías serbias que viven en Kosovo. Asaltos, violencia y saqueos de iglesias y monasterios ortodoxos están a la orden del día. También ha habido vejaciones contra otras minorías.
La independencia se interpreta como un castigo a Serbia por la violencia ejercida durante la década de los 90. Si continúa la tendencia a incorporar nuevos Estados a la Unión, es previsible que busquen su ingreso los países independizados recientemente. Además, tendrán que pasar muchos años antes de que Kosovo pase de ser un territorio bajo protectorado y financiación de la Unión Europea a un Estado funcional. Con toda probabilidad, no contará con el aval del Consejo de Seguridad de la ONU por el bloqueo de Rusia.
El peor escenario sería el de una declaración de independencia unilateral. Pero aún si fuera bajo supervisión internacional, conviene recordar que la fragmentación europea aligera los hilos que manejan los grandes ejes en esta situación. Si Europa quiere tener algo que decir, éste es el momento.
(*) Periodista
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