José Carlos García Fajardo (*)
“América Latina y su madre patria viven como dos ilustres desconocidos”, escribe Jordi Soler en “Los nuevos españoles”, cuyo eje es que vemos una invasión en los inmigrantes cuando en realidad son la nueva realidad de España. Y llega a preguntarse “¿a quién se le ocurre llevar al Rey de España a una cumbre latinoamericana, a ese continente cuyo imaginario vive perturbado por los fantasmas de la colonia?”
Arranca con una cita de Borges “Las naciones no son otra cosa que actos de fe" y, por más razón que tenga Borges, afirma, parece que el mundo y sus naciones van en sentido contrario, y todos los días tenemos episodios que lo confirman, desde los muros que dividen una nación de otra, y de paso las reconcentran, hasta los aspavientos nacionalistas de la gente que se empeña en pensar que el metro cuadrado donde, por puro azar, ha nacido, es mejor, y más hermoso, que el metro cuadrado donde han nacido los demás.
El acto de fe que señala Borges es crucial, porque quien tiene fe simplemente cree sin que intervengan demasiado ni la observación ni la razón y esto, en un país como España que empieza a enfrentarse a la inmigración masiva de personas con diversas nacionalidades, resulta especialmente delicado.
El autor cita a J. M. Coetzee, ese escritor misterioso y deslumbrante como pocos, en su libro en Diario de un mal año. Coetzee explica su relación con el metro cuadrado de tierra en Sudáfrica, donde nació: "La consideraba mi ciudad no sólo porque hubiera nacido en ella, sino porque conocía su historia con suficiente profundidad para ver su pasado en palimpsesto por debajo de su presente. Sin embargo, para las bandas de jóvenes negros que hoy merodean por sus calles en busca de acción es su ciudad y yo soy el forastero".
Palimpsesto es el pergamino manuscrito cuya primera escritura ha sido borrada para escribir en él de nuevo. Y dice Soler que mirar el pasado de un país y su presente, tendría que ser un deber ciudadano; porque sin esta visión integral, la de la ciudad que primero fue habitada por unos, y luego por otros distintos, “lo que vemos en un fenómeno como el de la emigración es simple y llanamente una invasión creciente e incontrolable, y no lo que de verdad es: la nueva realidad de España”.
Los flujos migratorios entre España y Latinoamérica en los últimos cien años han retornado al origen: una multitud que se desplaza al otro lado del mar y al cabo de unos años, otra multitud que regresa al punto de partida. Yo suelo decir que los inmigrantes son personas educadas que nos devuelven la visita que les hemos hecho anteriormente.
Los nuevos inmigrantes no son una invasión sino los nuevos habitantes de España y hubiéramos debido prever y organizar la emigración desde aquel continente para resolver los problemas que se plantean y que deben comenzar pro reconocer la necesidad que en Europa tenemos de esos inmigrantes dada la precariedad de nuestra demografía.
Ahora decidimos conceder la nacionalidad a aquellos nietos de españoles, nacidos en América Latina, que la soliciten; una iniciativa justa, sostiene Soler, pero que “parece fundamentada, más que en el deseo de hacer justicia, en el susto que desde el 11-M provocan las emigraciones menos afines a la forma de vida española”.
Quizás exagera el ilustre escritor pero creo que ya es hora de reconocer con Cicerón, que “mi patria está en donde puedo vivir bien” y no movernos en atavismos de terruños, sangre y nacionalismos obsoletos, dada la revolución de las comunicaciones. Nos reconocemos ciudadanos del mundo y estamos obligados a urgir a nuestros mandatarios que revisen el sistema legal internacional para que sea más justo y solidario.
Por este desconocimiento mutuo se pueden provocar episodios tan chuscos como el del presidente Chávez y el Rey, dos instituciones de otro tiempo que no pueden más que enfrentarse y entrar en colisión.
De ahí, la afirmación que señalábamos “¿a quién se le ocurre llevar al Rey de España a una cumbre latinoamericana, a ese continente cuyo imaginario vive perturbado por los fantasmas de la colonia?”. Cierto que es un argumento demoledor que alcanza al absurdo de mantener la institución monárquica o los populismos asamblearios o de cuartel pero que sirven al autor para este colofón admirable:
“… los hijos y los nietos de los emigrantes ecuatorianos, por citar un contingente numeroso, serán tan españoles como El Quijote y en unos años comenzarán a gobernar municipios y ciudades, y antes de que podamos comprobar que efectivamente "las naciones no son otra cosa que actos de fe", el presidente de España no será ni andaluz, ni gallego, ni vasco, ni catalán; será ecuatoriano”. En todo caso, será español y ciudadano de la Unión Europea.
(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Director del CCS
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