Por Carlos Berzosa (*)
Antes de que tuviera ocasión de ver la película Salvador, acerca de la ejecución de Salvador Puig Antich, había hablado con jóvenes que ya la habían visto y que ignoraban los hechos. La mejor descripción la hizo una chica que dijo que le pareció impactante. Realmente lo es, y lo que más les extrañaba es que esos hechos pudieran haber sucedido en la España de los años setenta. Se enfrentaban, a través de esa película, al horror que había supuesto el franquismo. Pero resulta lógico que los jóvenes no sepan nada acerca de estos hechos, pues nadie les ha hablado de ellos.
Esta falta de información me recuerda la que también padecimos tantos jóvenes universitarios españoles en la década de los sesenta, incluso entre los que nos enfrentábamos al franquismo. En realidad, no podía ser de otra manera ya que los libros más rigurosos acerca de la República y la Guerra Civil españolas, como los de Hugh Thomas y Gabriel Jackson, estaban prohibidos y no resultaba fácil adquirirlos en el cuarto de atrás de determinadas librerías o comprarlos en Francia.
¿Cómo se encuentra el conocimiento de la juventud universitaria hoy respecto a lo que fue el franquismo y su última etapa? Mi experiencia como profesor universitario es que la mayoría no tiene ningún conocimiento. Un testimonio notable lo ofrece Jordi Soler en Los rojos de ultramar, cuando explica el porqué de ese libro basado en las memorias de su abuelo. Pensó, en principio, que su publicación carecía de interés, pues no dejaba de ser un libro más sobre la Guerra Civil. Sin embargo, cambió de idea cuando impartiendo una conferencia en la Universidad Complutense de Madrid, un estudiante le preguntó cómo es que se llamaba Jordi y hablaba con acento mexicano. Como contestación, contó la historia del exilio de su familia. Cuando terminó su explicación los alumnos se quedaron desconcertados, como si acabara de contarles algo que hubiera sucedido en otro país o en la época del Imperio Romano. Tras las preguntas y las caras de asombro, dejó su conferencia de lado y habló sobre el exilio republicano.
Las razones de este desconocimiento pueden ser muchas: unos me señalan que los acontecimientos más recientes apenas se abordan en la asignatura de historia del bachillerato, debido a la extensión del programa; otros apuntan que en esas clases percibían la impresión de que los profesores, no todos, por supuesto, demostraban poco interés en querer entrar en lo que parece ser un agujero negro.
Tampoco en las familias se habla del tema. Hace pocos años, hablando con estudiantes de doctorado, me confesaban que no conocían nada acerca de las muertes que se produjeron en el final del franquismo y el inicio de la transición. No sabían nada acerca de la matanza de Montejurra, ni de la de Vitoria, ni sabían nada acerca de la muerte de estudiantes como Luz Nájera, Carlos González, ambos de la Universidad Complutense. Algo sí sabían sobre la matanza de Atocha.
La idea que tienen los universitarios del franquismo es vaga, algo así como que fue una dictadura y que algunos de sus padres corrieron delante de los grises, planteándolo como algo divertido y folklórico. Sin saber que detrás de esas carreras había detenidos, torturas, expedientes de expulsión de la universidad, depuraciones, exilios, e incluso muertes. Este desconocimiento procede tal vez del pudor de muchos padres de no hablar de esa parte de la historia que hemos vivido.
Mi experiencia como profesor me indica que los estudiantes saben más del nazismo, gracias al cine, o de lo que sucedió en las dictaduras de Chile y Argentina, por las informaciones de los medios de comunicación, que de lo que fue la dictadura en España, y, por supuesto, que no tienen una idea exacta de la brutalidad que supuso el régimen de Franco.
Otro factor que aclara este escaso conocimiento sobre el ayer cercano, y es que, en la actualidad, la curiosidad intelectual y la inquietud política y cultural es menor. Hay una menor afición por la lectura y, por tanto, menos interés por averiguar por uno mismo aquello que no se encuentra en los programas de las asignaturas oficiales. El porqué esto es así tendría que ser objeto de un análisis sociológico profundo, pero creo necesaria la adaptación de la enseñanza a los tiempos actuales, y también que no debemos consentir que la historia de España más cercana haya quedado extirpada o deformada, máxime cuando llevamos 30 años de democracia y ésta se encuentra ya consolidada.
Rector de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
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