Secuestrados de la vida
Por Carlos Miguélez (*)
En un día “normal” de nuestras vidas nos levantamos, nos aseamos, desayunamos y salimos hacia el trabajo, o quizá a la iglesia o a casa de un amigo con la certeza de que esa misma noche volveremos a dormir en casa. Decenas de ciudadanos de varios países del mundo han visto interrumpida su vuelta a casa por secuestradores que los han transportado a centros de detención en el extranjero.
El secuestro es sólo el inicio de la pesadilla. La CIA ha confesado que torturó a tres sospechosos de Al Qaeda, una cifra muy inferior a la que manejan activistas y grupos para la defensa de los derechos humanos que, desde el 11-S, han intentado frenar la normalización de la tortura como método para luchar contra el terrorismo.
Algunos de estos activistas han denunciado la compra por parte de Estados Unidos de sospechosos en Afganistán y en Pakistán por 5.000 dólares. Uno de esos detenidos, protagonista de la película Camino a Guantánamo, ciudadano inglés y que vive hoy en Sevilla, fue capturado por la Alianza del Norte, el grupo enemigo de los talibanes que ayudó a Estados Unidos en su incursión en Afganistán, en Kandahar y entregado al ejército estadounidense.
Después de 3 años de pesadilla en Guantánamo, fue liberado en 2004 sin juicio ni explicación. “Seguiría allí si no fuera británico”, dice este ciudadano, que voló de su Inglaterra natal a Pakistán para asistir a la boda de un familiar y luego capturado en Afganistán. Como él, otros ciudadanos británicos han sido liberados sin cargo y sin explicación.
Un caso similar es el del periodista que fue acusado de entrevistar a Bin Laden y que no ha tenido cargos ni juicio y que es alimentado a la fuerza después de que se pusiera en huelga de hambre. También el de otros presos que han sido sometidos a cientos de interrogatorios y padecido tortura psicológica, humillaciones a su cultura y su religión, temperaturas extremas, ruido constante y luz cegadora para que no puedan dormir, golpes y posturas incómodas.
Guantánamo tiene actualmente 800 presos en el único centro de detención conocido en el mundo. Pero no se sabe con exactitud cuántos de los capturados en Afganistán, Pakistán o Iraq están ahora mismo encerrados en las cárceles secretas que existen en países de Europa del Este, o cuántos fueron llevados a las cárceles de Marruecos, Egipto, Siria y Pakistán, donde la tortura es práctica común.
La confesión de la CIA llega justo antes de que el gobierno estadounidense prohiba de manera expresa la utilización de un método de tortura que consiste en simular ahogamientos. La práctica de la tortura para obtener información es común en comisarías de países de América Latina, de África y de Asia. Si los esfuerzos para erradicar estas vejaciones han avanzado en algo, se debe en parte a presiones internacionales desde países con una sólida tradición como Estado de Derecho. Si estos países no mantienen una coherencia, ¿quién velará por esos derechos?
Si la culpabilidad de las personas queda condicionada a un precio en dólares, si la vida de personas que no han tenido juicio y que todavía no se ha demostrado su culpabilidad queda truncada por una experiencia degradante no sólo para ellos, sino también para el mundo Occidental que defiende los valores de la libertad y del Estado de Derecho, el orden político y social del mundo corre peligro.
Esta lucha también correría peligro si se utilizaran argumentos de utilidad que, hasta hoy, funcionan porque el empleo de la tortura no ha evitado los atentados en Iraq, en Afganistán, en Argelia y en Marruecos. Además del peligro latente que supone para los países occidentales, en donde se han detenido a células terroristas con la intención de matar.
Si se buscan argumentos basados en la utilidad, los gobiernos que dicen defender nuestra libertad enfocarán sus esfuerzos en crear métodos eficaces de tortura para obtener la información que necesitan. En realidad, ya la están obteniendo con sus cámaras ocultas, con la información de nuestras compras por Internet y de nuestros datos bancarios. La lucha contra la tortura se debe basar en principios éticos que debemos defender si pretendemos ser civilizados.
(*) Periodista
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