Y si miras atrás…
Por Ana Muñoz (*)
Una galleta de barro es lo único que pueden llevarse a la boca cientos de personas que sobreviven en países como Haití. En este país, familias enteras tan sólo pueden permitirse comprar en el mercado estas “galletas” que cuestan tres céntimos de euro. Una taza de arroz, son 20 céntimos.
Más de mil millones de personas sobreviven con menos de un dólar al día, algunos de ellos con menos de 15 céntimos, como ocurre en Puerto Príncipe y tantos otros lugares del mundo. Sin embargo, en los países del Norte nos preocupamos por el último modelo de celular o la nueva colección de Prada.
Las desigualdades no han dejado de crecer en un mundo, donde por primera vez en la historia, existen los recursos, el conocimiento y las tecnologías para erradicar el hambre. Hoy, el 40% más pobre de la población del planeta recibe sólo el 5% del total del ingreso mundial. Pero, además, la brecha de desigualdad interior está debilitando el vínculo entre el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. El PNUD señala que el 10% más pobre de los brasileños es más pobre que sus contrapartes de Vietnam, un país con un nivel de ingreso menor. Estas desigualdades internas, también, se están dejando notar en los países ricos. En EEUU, el país más rico del mundo, estaban creciendo los niveles de pobreza y son 37 millones los estadounidenses que viven bajo el umbral de la pobreza, según el censo de 2004.
La pobreza no es un estado para llegar al bienestar. La pobreza existe porque hay otros que derrochan los recursos, que son de todos. Basta la cuestión del agua, como ejemplo. Hoy se pueden destinar más de 43.000 kilómetros cúbicos al consumo de agua, sin embargo, tan sólo se consumen 6.000 kilómetros cúbicos. Y el 60% de esa agua potable lo consumen nueve, privilegiados, países.
El cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio se convierten, hoy más que nunca, en un must. Más de 25.000 personas mueren cada día por causas relacionadas con la desnutrición, 1.200 millones de personas no tienen acceso al agua potable, 800 millones de niños y niñas no acuden a la escuela, 10 millones de niños murieron en 2006 por enfermedades para las que existen tratamientos… Cifras que no pueden dejarnos indiferentes, porque se trata de personas.
Nadie elige dónde quiere nacer. Sin embargo, esa “lotería” es lo que marca cómo va a ser su vida. Si el niño que nace lo hace en el club de los privilegiados, es posible que estudie en la Universidad, acuda de manera regular al médico y no se preocupará por lo que tiene de cena, es más, podrá elegir e, incluso, preocuparse por “tener buena línea”. Sin embargo, si por casualidad al niño le toca nacer en el mundo empobrecido, ese niño tendrá “suerte” si consigue sobrevivir y llegar a ser adulto.
Un comercio internacional más justo, una auténtica ayuda al desarrollo, mejora en la calidad de la educación y la sanidad, el fin de los paraísos fiscales y el control de la explosión demográfica, son elementos fundamentales para hacer de este un mundo más justo. La sociedad civil organizada no puede esconderse más. Ha llegado el tiempo de la acción y la exigencia para que organismos internacionales y gobiernos pongan en marcha las medidas para acabar con el hambre en el mundo.
La alimentación debería ser considerada un derecho fundamental de la persona. Nadie debería alimentarse de galletas de barro, que se elaboran con la tierra acumulada en los suburbios de las ciudades, en los basureros… donde los parásitos y los tóxicos las convierten en auténtico veneno. Pero, cuando el mercado cierra, todavía los más parias de este mundo acuden para tomar los pedazos de “galletas” que se han roto.
Como finaliza la fábula, “y si miras atrás, siempre hay alguien que recogerá tus migas”.
(*) Periodista
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