Salvar la crisis, pero no a sus responsables
Xavier Caño (*)
“La crisis financiera podría intensificarse con nuevos perjuicios para los bancos que poseen valores de EEUU”, afirma un reciente informe del Fondo Monetario Internacional (FMI). Y ha calculado que entre los préstamos hipotecarios de alto riesgo, el descenso de precios de viviendas, el aumento de la morosidad y los perjuicios que todo ha transferido a otro tipo de préstamos, las pérdidas causadas por la crisis ascienden a 945.000 millones de dólares. Un capital que financiaría quince o veinte Objetivos del Milenio si hubiera voluntad de hacerlo. Pero no es capital solidario, claro, son pérdidas. Pérdidas fruto de la imprudencia, la codicia desmedida, la pésima gestión y la absoluta falta de control del mundo financiero.
Ahora, el FMI reclama a los gobiernos que actúen ya para “atemperar los riesgos de un ajuste más penoso”. El FMI, guardián de la teológica supremacía del mercado (poderoso deus ex machina que todo vigila, controla y armoniza) y de la ausencia del Estado en la economía. Y, para que no haya duda, su director-gerente, Dominique Strauss-Kahn, ha declarado que “la necesidad de una intervención pública se ha hecho más evidente”, porque “la intervención gubernamental en el mercado inmobiliario o el sector bancario puede ser una línea de defensa para apoyar la política financiera y monetaria”. Y, aunque el Secretario del Tesoro de los EEUU, Henry Paulson, asegure que no se recurrirá al dinero público (el de los contribuyentes, el de las arcas del Estado) para rescatar el sistema financiero estadounidense, tal afirmación es poco creíble, como ha escrito el prestigioso profesor de Economía de Princeton, Paul Krugman. Es decir, que donde hablan intervención gubernamental, se debe entender que el gobierno de EEUU y los de otros países afectados, tendrán que rascarse el bolsillo. Casi un billón de dólares, según el FMI.
Durante una década y media, el FMI ha anatematizado a todo gobierno que ha intervenido o pretendía intervenir en la economía. Algunas crisis graves, como la de Argentina (que originó millones de pobres en poco tiempo), fue fruto de su dogmática convicción de que había que, poco menos, que expulsar al Estado del ámbito económico, acabar con las empresas públicas, reducir hasta desaparecer las normas de control y regulación del sacrosanto mundo financiero y otras directrices cuya insensatez y perjuicios por su aplicación se ha demostrado en la última década. Y ahora, cuando grandes bancos y poderosos intermediarios financieros le ven las orejas al lobo, por su mala cabeza empresarial, por su pésima gestión, cuando no por algo peor, papá Estado ha de acudir con la bolsa repleta para salvar la situación.
En los años ochenta hubo una crisis del crédito muy seria en EEUU, y la operación para reflotar el sistema crediticio les costó a los ciudadanos (los estadounidenses que pagan impuestos directos e indirectos) una cantidad que hoy estaría cerca del medio billón de dólares. Progresamos, hoy ya es un billón. Como ha escrito el profesor Krugman, hay que rescatar el sistema financiero para evitar males mayores, pero no a los responsables de este desastre. Paul Krugman propone rescatar el sistema, sí, pero “no a la gente que nos ha metido en este lío. Eso significa una limpieza general de accionistas en las instituciones que han quebrado, hacer que los dueños de los bonos (es decir, quienes han invertido para obtener grandes ganancias) admitan un recorte y anular las opciones sobre acciones de unos ejecutivos que se han enriquecido arrojando una moneda al aire y diciendo cara, yo gano, cruz, tú pierdes”.
Nos gustaría otro tipo de mundo, en el que la economía más importante y más voluminosa fuera la real, pero ya que eso hoy es revolucionario, difícil de alcanzar, casi utópico, de momento nos conformaríamos con que paguen los platos rotos quienes han sido responsables por activa o pasiva del cataclismo financiero, se añadiera que, de una vez por todas, se regule, normalice, vigile el mundo financiero, y se acabe con la opacidad de bancos e intermediarios financieros. O las crisis no cesarán y serán cada vez más graves y costosas.
(*) Escritor y periodista
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