Una mujer en defensa
Por Alberto Piris (*)
Desde la época franquista hasta hoy, en España, se ha producido en materia de defensa una enorme transformación cuyo valor puede resultar difuminado por el paso del tiempo, pero que no podemos ignorar los que hemos vivido la profesión militar durante varias décadas.
En aquellos años de franquismo, bastantes éramos los militares que, habiendo efectuado cursos en el extranjero y conociendo el funcionamiento de los ejércitos en otros países, comprendíamos que era inviable, a corto plazo, la permanencia de la “trinidad ministerial” del Ejército, de la Marina y del Aire y su consiguiente dispersión de esfuerzos y descoordinación. Pero grandes eran los intereses creados y las susceptibilidades enraizadas en los viejos y nuevos mandos militares, en un régimen político cuya supervivencia dependía en gran parte de los ejércitos, y muy arduos los esfuerzos tendentes a racionalizar el funcionamiento de lo militar cuando esto, además, implicaba sustituir el caduco concepto de “columna vertebral de la Patria” por el más democrático de “brazo armado del Estado”. En ese sentido trabajó, con muy duro desgaste personal, el general Díaz Alegría, una de cuyas preocupaciones fue la de corregir los defectos estructurales ignorados durante los años.
En esa estela se movió también el general Gutiérrez Mellado, tras la muerte de Franco. Una imagen significativa de aquellos días: la de Gutiérrez Mellado resistiendo en pie, el 23 de febrero de 1981, la brutal agresión del golpista Tejero, que pretendía derribarle al suelo del hemiciclo. No lo logró. En ese momento crucial de la Historia reciente de España están algunas de las raíces de la legitimidad democrática con la que hoy Carme Chacón ocupa el puesto de máxima responsabilidad al frente de las Fuerzas Armadas españolas.
Los ejércitos hubieron de aceptar después lo que en un principio se consideraba aberrante: ser dirigidos por personal civil, por “paisanos”. ¿Qué saben éstos de lo que es ser militar?, se quejaban los irreductibles. Presencié también la hostilidad con la que en 1980 se recibió al presidente Suárez en su primera visita a la Escuela de Estado Mayor del Ejército, acompañando al Rey para presidir la entrega de diplomas a los nuevos oficiales del Estado Mayor. Para algunos, la presencia de Suárez (“el traidor”) equivalía a la abominable profanación de un sancta sanctórum militar.
Las siguientes transformaciones fueron el nombramiento de ministros de Defensa no militares (llamados despectivamente “políticos” por algunos profesionales que vivían en la nostalgia del pasado) y, lo que es peor, socialistas; la incorporación progresiva de la mujer a los ejércitos; y, sobre todo, la apertura de éstos a nuevas misiones que les abrían los ojos al exterior y acabarían por vencer la obsesiva preocupación por el enemigo interior que tanto daño había producido en la mentalidad militar en los últimos decenios del franquismo.
Aunque siempre habrá quienes se aprovechen de las circunstancias personales de la nueva ministra de Defensa para criticarla y dar salida a sus resentimientos ocultos, el sólo hecho de su nombramiento es un hito notable en la progresiva transformación social y política de los españoles. El nombramiento para dirigir el Ministerio de Defensa de una mujer, joven, socialista, catalana y embarazada, es un indicativo de que en España se sigue avanzando en un sentido de progreso social y político.
(*) General de Artillería en Reserva
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