Hambre (I)
Por Xavier Caño Tamayo (*)
“Es una mujer de unos cuarenta años que nació y vive en África. Tres niños chiquitos observan como coloca una olla con agua con ‘algo’ sobre el fuego. Y continúan mirándola como hipnotizados. Pronto el vapor de agua caracolea alegre sobre el recipiente. Son las ocho de la tarde y el sol está a punto de ponerse. Los niños miran el vapor con fijeza. Finalmente, les vence el sueño. La mujer apaga el fuego y se tiende junto a sus hijos. En el interior de la olla sólo hay agua y piedras”.
No es literatura. Es un hecho real que leí en algún material de Intermón Oxfam: el recurso de una mujer subsahariana para que sus hijos se duerman sin angustia, a pesar de no tener nada que cenar.
La vergüenza del hambre azota de nuevo el planeta. Dos Cumbre Mundiales de la Alimentación (1996 y 2002) se propusieron erradicarla como Objetivo mundial de Desarrollo y la Cumbre del Milenio (2000) aprobó reducir el hambre a la mitad en 2015. Pero hoy hay más hambrientos. Según cifras de FAO, la agencia de la ONU para combatir el hambre, en 1990 eran 823 millones los hambrientos y en 2007, 861. A ese fracaso se suma que el aumento del precio de los alimentos ha ocasionado una auténtica crisis de hambre.
En 2007, el precio de los alimentos aumentó un 40%, denuncia la FAO. El precio del arroz superó los 1.000 dólares por tonelada (47% de aumento en un mes). Y trigo, maíz y soja han doblado su precio en un año. Aumentos de precio que afectan a México, Indonesia y Yemen, que no sufrían emergencias alimenticias. En China, el precio de los alimentos ha subido un 21%. “Nadie está al abrigo del contagio inflacionario”, proclama el editorial de un diario, como si fuera una epidemia vírica. Pero el hambre no es catástrofe impredecible, ni desgracia enviada por los dioses ni cataclismo del destino. Esta crisis tiene nombre y apellidos. De las víctimas, pero también de los responsables. No es un desastre natural. No tenía porqué haber sido. Y hay culpables.
Según Josette Sheeran, directora del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, podrían tener que “limitar raciones alimenticias o número de personas que reciben ayuda” si no entra más dinero. Necesitan 775 millones de dólares o no podrán alimentar a 100.000 niños de todo el mundo. El Programa Mundial de Alimentos se creó para ayudar a regiones con hambre. Pero ahora, el alza de precios obliga a ayudar a países donde el hambre no era problema principal.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha señalado sequías y malas cosechas en las principales regiones agrícolas del mundo, aumento de demanda de alimentos en algunos países, encarecimiento del transporte por la subida del petróleo, especulación en los mercados de futuros con algunos alimentos y desvío de cereales para producir biocombustibles como causas de la crisis actual. Según el FMI, casi la mitad de cultivos de productos alimenticios se ha desviado para elaborar biocarburantes. Resultado, crisis de hambre en más de 37 países.
Los pobres reaccionan. El aumento extraordinario de precios ha provocado disturbios en varios países como Indonesia, Mauritania, Costa de Marfil y México. En Haití, las protestas causaron cinco muertes, y ha habido protestas violentas en Egipto, Camerún, Etiopía, Zimbabue, Bangladesh y Pakistán. El Banco Mundial ha pronosticado revueltas en más de 30 países por este injusto aumento del precio de alimentos. Y un informe del Representante de Política Exterior de la Unión Europea, Javier Solana, indica que el hambre y la extrema pobreza serán motores de tensión social.
Recuerden con que celeridad Bancos Centrales de países ricos inyectaron cantidades multimillonarias en los bancos con problemas. Para salvar el sistema, y los beneficios bancarios. Los beneficios de los ricos preocupan mucho más que el hambre de los empobrecidos.
¿Qué mundo hemos permitido hacer? Un mundo en el que alimentarse no está garantizado para todos es un mundo indecente, aunque se vista de seda. “Que nadie se extrañe, si los miserables se toman algún día la libertad de arrebatarles como sea sus inmorales privilegios”, ha escrito el economista Juan Torres López con toda la razón del mundo.
(*) Escritor y periodista
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