Este domingo 4 de mayo, desafiando la autoridad del gobierno central de Bolivia, el departamento de Santa Cruz ha realizado una consulta popular para definir sus derechos de autonomía, paso previo al separatismo. Santa Cruz es el departamento más grande del Oriente boliviano (los otros son Tarija, Pando y Beni), región en que el poder está en manos de blancos o mestizos blancoides. Los indígenas están en los trabajos sencillos o en la selva (aborígenes del tronco tupí-guaraní). Desde que en las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado el petróleo del Oriente boliviano pasó a tener significación económica, la región empezó a progresar.
La gente blancoide que tiene el mando en Santa Cruz siempre ha expresado rechazo y desprecio por los collas, como llaman a los indígenas del altiplano (y a los del Oriente se llama “cambas”). Pasa que Bolivia siempre ha sido un estado centralista, y los cruceños sentían que el petróleo y el gas de su región no los estaba beneficiando lo suficiente y que en La Paz no se administraba bien la riqueza producto de ese recurso. Pero aquí se debe hacer una precisión: los cruceños no protestaban mucho contra gobiernos anteriores al de Evo Morales, gobiernos en los que las empresas explotadoras de los hidrocarburos ganaban un porcentaje mayor que el estado, el que tenía poco que repartir al Oriente y a las otras regiones. Cuando Evo Morales nacionaliza el petróleo y el gas, entra más dinero a las arcas fiscales y ya se dispone de más dinero para distribuir entre las regiones.
Sin embargo, precisamente cuando el estado boliviano tiene el control de los hidrocarburos y, por tanto, algo más de dinero, se produce el problema entre Santa Cruz y el gobierno central. ¿Por qué? Por dos razones principales:
a) una que es política: a los dirigentes cruceños no les gusta la gente de izquierda, y peor si cometen los errores que realmente cometió el gobierno central en la preparación de una nueva constitución, que dejó descontentos, por diferentes razones, a los del Oriente y a los de Sucre;
b) otra, la principal, que para los cruceños es inaceptable vivir en un país que está gobernado por un indígena como Evo Morales.
Aspectos económicos
Hay que decir que la mayor parte de ingresos por exportaciones que percibe Bolivia procede del Oriente boliviano: petróleo, gas y soya. Es evidente que para el gobierno central una secesión del Oriente tendría consecuencias fatales. el estado boliviano quedaría con un territorio notoriamente reducido —porque no sólo puede separarse Santa Cruz, sino el resto del Oriente boliviano: Tarija, Pando y Beni— y ya no podría disfrutar de los ingresos económicos de los hidrocarburos y la soya. Esto está muy claro para la dirigencia del gobierno central de La Paz y para los jefes militares bolivianos, quienes en este caso son decididos defensores de la integridad de su país y no se quedarían con los brazos cruzados si el separatismo llega a manifestarse. Debe aclararse que esta actitud de los militares bolivianos no se debe a que tengan simpatías por Evo Morales; ellos, por las razones mencionadas, defenderían la unidad de Bolivia de igual manera con cualquier presidente (de izquierda, derecha o centro).
Factores étnicos
Ya hemos mencionado el desprecio que en general tienen los cruceños por los indígenas altiplánicos. Apenas conocidos los resultados del referéndum, ya hay grupos radicales que amenazan con expulsar de Santa Cruz a todos los collas, quieren llevar a cabo lo que se denomina “limpieza étnica”. Aquí es donde podría encenderse la chispa, con gravísimas consecuencias; porque es curioso que blancos y blancoides se sientan dueños y señores en un país en el que ellos —no los indígenas— son una casta advenediza (¡el mundo al revés!).
Escenario de guerra civil
Ante intentos de expulsión de los indios quechuas y aimaras, o ante tentativas cruceñas de tomar el control de los yacimientos y plantas de hidrocarburos —que tal es el premio o presa mayor—, al gobierno central no le quedaría más remedio que intervenir para poner el orden. Esto supondría que La Paz enviaría policías y soldados y no tardarían en producirse choques violentos entre los cruceños y los uniformados. Pero no se crea que los revoltosos cruceños van a salir a las calles sólo con piedras y palos. Es muy posible que ya tengan miles de hombres bien armados, porque dinero no les falta para comprar armas, ni ganas para —según ellos— poner en su sitio al gobierno central. Un ejemplo de ejército o milicia durmiente que sale a la luz ocurrió en Kósovo; donde durante años tenían gente armada que en un primer momento actuó como guerrilla contra el gobierno central de Yugoslavia y hoy, cuando Kósovo está por convertirse en estado —iniciativa estúpidamente apoyada por la diplomacia peruana— ya podría ser el ejército de un nuevo país.
En ese estado de conmoción no se enfrentarían sólo los cruceños contra las fuerzas del gobierno central, sino que se extendería la lucha a los civiles. Obviamente, decenas de miles de campesinos sin tierra quechuas y aimaras, que siempre han sentido el desprecio de los cambas, entrarían decididamente a la pelea, al lado de las tropas del gobierno central. Estos campesinos combatientes no sólo estarían luchando para ayudar a restablecer el orden sino para instalarse allí en tierras de los latifundistas del Oriente. Todos estos acontecimientos crearían gran inquietud en la frontera peruana, que sentiría la agitación; pero no sólo eso: si la guerra civil se intensifica y extiende, es posible —como sucedió en la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay— que los peruanos residentes en edad militar sean reclutados o se unan voluntariamente (caso de los reservistas y nacionalistas aimaras).
El escenario internacional
Con el pretexto de que Evo Morales está alineado con el presidente de Venezuela, los EE. UU. ven con disgusto que en América del Sur sólo tiene dos aliados seguros: sus colombianos sirvientes y sacrones (vividores) y los chilenos, delincuentes ladrones de territorio. Venezuela está enfrentada a los yanquis y Ecuador ya les ha pedido que se retiren de la base en Manta. Brasil y Argentina tienen una posición independiente respecto de los EE. UU. El recientemente elegido presidente de Paraguay, Fernando Lugo, nada tiene de proyanqui. Meditemos en las palabras de Rafael Correa, presidente del Ecuador, quien ha dicho que el separatismo es un mal que fuerzas extrañas agitan no sólo en Bolivia, sino en Ecuador (Guayaquil), Venezuela (estado de Zulia) y Brasil (el próspero Sur). La franja que forma el Oriente boliviano limita con el Brasil, país que difícilmente querría reconocer un estado surgido de la secesión de Bolivia; Paraguay, otro vecino de los cambas, tampoco desearía reconocerlos. El Perú mantiene una posición más o menos neutral: declara que desea la armonía y paz entre bolivianos pero no dice que consideraría inaceptable —como lo hacen Ecuador y Venezuela— una secesión. En realidad para nosotros sería más que inquietante ver una Bolivia desintegrada, no sólo por los efectos que esto tendría en Puno, sino por las maniobras chilenas, que muy pronto tratarían de ganar hegemonía en lo que quede de Bolivia, para así unir fuerzas con los secesionistas, bloquear cualquier acercamiento entre el Perú y Bolivia y poner a este país claramente contra el Perú.
Envalentonados por el apoyo político y material de una gran potencia, los cambas desafían al gobierno central de su país, pero deberían medir las consecuencias. Están jugando con fuego. Es seguro que, si estalla el incendio, pierden.