La violencia sexual como arma de guerra

Por Leire Pajín (*)

Las Fuerzas de Paz de Naciones Unidas tienen que hacer lo suficiente para proteger a las mujeres que se encuentran en zonas de conflictos armados. Los ejércitos insurgentes y rebeldes tienen cada vez más como objetivo a la sociedad civil e infligen sobre ella atrocidades orientadas a dañar las comunidades.


Los objetivos de la violencia son civiles y el fin último es lanzar el mensaje de que nadie está seguro. Y en muchos de estos conflictos actuales se señalan como objetivos civiles de categoría especial a las mujeres y las niñas, objeto de un tipo de agresión particular: la violación.

Los datos sobre violencia sexual son estremecedores. En Kivu del Sur, uno de los lugares donde se mantienen los combates del Congo oriental, se han denunciado más de 27.000 violaciones en 2006. El Congo cuenta con una enorme presencia de fuerzas de mantenimiento de paz y en Darfur se está desplegando actualmente la misión pacificadora más grande del mundo. Pero el problema es que pocas de estas fuerzas saben cómo proteger eficazmente a las mujeres y a las niñas contra la violación.

La violencia sexual nunca ha sido entendida como método de guerra, ni como un problema de seguridad que requiera una respuesta militar. Se ha visto como un problema de carácter humanitario, para el que se aplica un tratamiento médico y psicosocial. Sin quitarle importancia, esto es insuficiente porque no pone la atención prioritaria en evitar la violencia contra las mujeres.

La respuesta militar es un desafío a la gestión de los conflictos porque la violencia sexual como arma de guerra es difícil de detener con métodos convencionales. Las agresiones a las mujeres ocurren fuera de los espacios generalmente patrullados por las fuerzas de paz: hogares, bosques, campos de cosecha y caminos entre las aldeas y pozos de agua. Las víctimas no se atreven muchas veces a denunciar el crimen debido a la vergüenza que sienten y a la falta de confianza ante los mismos agentes de seguridad. Las violaciones no se detienen incautando armas.

Surge otro problema cuando las violaciones son resultado de órdenes que animan a los soldados a cometerlas masivamente con el fin de humillar al enemigo y acabar con sus líneas de sangre familiares y las propias poblaciones locales ven en ello una justificación para cometer nuevas atrocidades. En las regiones en las que se han producido violaciones de forma masiva, como es hoy el caso de varias zonas del este de Congo, o como fue el caso de Liberia hace unos años, donde tres de cada cuatro mujeres fueron violadas, el abuso sexual puede convertirse en algo normal dentro de la sociedad y ser aceptado como una desgracia inevitable. No existe respuesta judicial y los perpetradores quedan en completa impunidad.

Tradicionalmente, las fuerzas de seguridad han mantenido una división entre lo ‘público’ y lo ‘privado’ en la manera de abordar el conflicto y la rehabilitación, por lo que no se ha prestado una atención adecuada a las formas de violencia que afectan a las mujeres.

Todavía no se produce un cambio significativo en la actuación de las fuerzas armadas que tiene como misión garantizar la seguridad de la población a pesar de las resoluciones internacionales. Sólo han recibido atención mediática los abusos sexuales cometidos por los propios agentes de las operaciones de paz. Sin embargo, la violencia sexual sistemática como arma de guerra, con las mujeres como víctimas, presenta un problema de distinto orden requiere de una respuesta militar.

Hay alguna experiencia innovadora en las regiones descritas como ‘los peores ambientes de inseguridad’ para las mujeres. En Darfur, la Unión Africana utilizó ‘patrullas de leña’, acompañando a las mujeres a recoger leña para protegerlas contra posibles ataques. En Congo, la ONU ha experimentado con grupos de soldados que a primera hora de la mañana acompañan a las mujeres en el camino entre las aldeas y los pozos de agua.

Los resultados de estas propuestas se presentarán al Consejo de Seguridad de la ONU en junio. Tanto España como otros Estados miembros esperan estos resultados con la esperanza de que se encuentren ideas para acciones militares no convencionales que protejan a las mujeres de forma eficaz contra una violencia sexual implacable y sistemática que no podemos consentir.

(*) Secretaria de Estado de Cooperación de España