La Europa que no queremos
Por Xavier Caño Tamayo (*)
Los irlandeses dijeron ‘no’ al Tratado de Lisboa, sustituto de la Constitución Europea, que fracasó en 2005. Las negativas a la Constitución y Tratado (antes Francia y Holanda, ahora Irlanda) expresan el rechazo a una construcción europea poco democrática. Los voceros de esa Europa proclaman las bondades del Tratado, pero nadie cita su carga camuflada de política económica neoliberal. El truco es análogo al de magos de teatrillo. Hablan sin parar, cuentan chistes malos, eligen a alguien como cabeza de turco de sus chanzas… Y distraen al respetable público mientras dan el cambiazo.
La Europa que nos proporcionaría el Tratado es la que insufla millones de euros para salvar a la gran banca responsable en parte de la crisis económica; la que expulsará a millones de inmigrantes, aunque los estudios indiquen que los necesitamos; la que no reacciona ante graves violaciones de derechos humanos en China, Rusia, Colombia, antiguo imperio soviético, Indonesia, Pakistán…; la que desmonta derechos y garantías sociales que tanto han costado.
Esa Unión Europea se ha construido en los últimos años enterrando principios básicos de democracia: que el ejecutivo debe ser controlado por el Parlamento. El famoso Tratado, como antes la Constitución europea, se coció en comités opacos. Ni Parlamentos nacionales ni Parlamento Europeo ni debate ciudadano. La euroclase política que hace y deshace considera a los ciudadanos decorado, atrezzo cuanto más. Los que ‘saben’ son ellos: los europolíticos profesionales, los euroburócratas con galones. Si uno ha seguido el proceso de la Unión Europea en los últimos años, sabe que muchas decisiones importantes han sido fruto de tejemanejes y cabildeos entre primeros ministros y ministros, cambalache entre profesionales de la europolítica. Sin control del Parlamento o intervenciones simbólicas, decorativas. El Parlamento Europeo, cuanto más, conoce el fruto de esos conciliábulos y tiene la modestísima opción de no ratificar lo acordado. Sin debate, sin posibilidad de alternativa, sin poder enmendar…
Un sistema parecido lo inventaron en el siglo XVIII los que querían reformar el régimen absolutista para salvar lo que se pudiera. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Fue el despotismo ilustrado. Los irlandeses han rechazado el Tratado de Lisboa y han expresado así su hartura de ocultaciones, faltas de transparencia y mangoneos.
Voceros y gurús de la euroclase política han calificado a los irlandeses de ingratos. La cuestión es otra. Declan Ganley, líder de la defensa del ‘no’, asegura que el voto negativo irlandés significa que “queremos devolver Europa al pueblo, a la democracia. No aceptamos más transferencia de poder a gente que no ha sido elegida ni rinde cuentas a los electores. La arrogancia de algunos líderes es tremenda. Tienen la presunción de que ellos saben qué es bueno para todos. Es inaceptable como ignoran a los ciudadanos. No somos euroescépticos, somos proeuropeos. El Tratado es antidemocrático; crea un presidente no electo. Quizás en Bruselas se den cuenta de que hace falta un tratado más democrático”.
Los procedimientos, normas e instituciones europeas son entelequias para la inmensa mayoría de ciudadanos. Pero no hay interés en que se conozcan. La opacidad es principio básico de esta construcción europea neoliberal y no se ve voluntad de profundizar en un funcionamiento más democrático de Europa.
¿Qué harán ahora? Siguen con el proceso de ratificación, como si no hubiera pasado nada, y toma cuerpo la propuesta de celebrar un nuevo referendo en Irlanda en 2009. Para convencer a los irlandeses de que han de ratificar el Tratado, les prometerán que se mantendrá un comisario irlandés en el ejecutivo europeo y asegurarán la neutralidad irlandesa en defensa más algunos privilegios en materia fiscal.
¿Creen ustedes que ni uno solo de los euromandatarios ha planteado que tal vez se debería reflexionar, ver que hay que cambiar del Tartado? Por el contrario, Durao Barroso, presidente de la Comisión (el ejecutivo de la Unión Europea) ha sido claro. Extremadamente difícil que se pueda renegociar el texto, ha dicho.
Esta Europa, que se construye al margen de los ciudadanos, es una plutocracia. Es la Europa de una minoría privilegiada, profesionalizada en política, al servicio prioritario comprobable de grandes empresas, corporaciones y gran banca. Una Europa que mantiene en perpetua minoría de edad a los ciudadanos. Esa Europa plutocrática no la queremos ni en pintura.
(*) Escritor y periodista
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