Soldados con enfermedad mental

Por Carlos A. Miguélez Monroy (*)

En cinco años, el soldado Matthew Sepil pasó de ‘liberador’ a preso. Cuando las pesadillas y los recuerdos no lo dejaban dormir una noche, se dirigió al supermercado de su barrio para comprar alcohol. Dos jóvenes de una banda organizada se le cruzaron en el camino. Cuando creyó ver el brillo de una pistola y escuchar una explosión, desenfundó el Kalashnikov que siempre lo acompañaba desde su regreso. Un muerto y un herido grave.


En Estados Unidos, una de cada cuatro personas sin hogar ha estado en una guerra, según el estudio de la Alianza Nacional para acabar con el ‘Sinhogarismo’ (National Alliance to End Homelessness, NAEH). Casi 200 mil veteranos de guerra durmieron en la calle o en un albergue durante al menos una noche el año pasado. No sólo se trata de personas mayores que vieron masacres en My Lai en 1969, sino cada vez más de jóvenes que conocen Faluya, Tikrit, Bagdad, Abu Ghraib y Kandahar desde el 11 de septiembre; el Departamento de Veteranos ha detectado a 1.500 personas sin hogar que han participado en la ocupación de Afganistán o la invasión de Irak.

Más de 300.000 soldados norteamericanos desplegados en ambos países padecen problemas psicológicos como secuela de la guerra, en especial enfermedades mentales y estrés post-traumático. Según conclusiones de la NAEH, las situaciones de calle en los veteranos de guerra tienen más relación con la pobreza, con la falta de vivienda adecuada y la falta de acceso a redes de apoyo que con las vivencias de la guerra en sí.

La creciente presencia de soldados inmigrantes en los países ‘desarrollados’ está documentada. Consiguen la nacionalidad, una casa y unas mejores condiciones de vida para sus familiares por el precio de volar a otro continente para librar una guerra. El racismo desaparece, se convierten en blancos perfectos los negros, los latinoamericanos y ‘caucásicos marginales’ que no pueden acceder a una educación universitaria por falta de recursos o por problemas familiares.

Como ha mostrado la película con Tom Cruise, Nacido el 4 de julio, no tardan en descubrir lo que supone vivir una guerra. Una aventura, apoyada por todo un país en algunos casos, se vuelve impopular cuando se empiezan a destapar las mentiras sobre las que se montó y, sobre todo, cuando no llega la victoria rápida y segura que garantizaba el Gobierno. Se destapan My Lai y Abu Ghraib, las torturas, la barbarie, la muerte de civiles, de niños, de ancianos y de mujeres. Una vez que “descubren” la mentira, los ciudadanos condenan la guerra y a los soldados que vuelven, en muchos casos mutilados y discapacitados.

En el mundo existen más de 30 conflictos armados. Las consecuencias para miles de soldados y cuerpos ‘pacificadores’ que son testigos de brutalidades son las mismas para los ejércitos presentes en Irak y Afganistán que para el resto. Sin embargo, las pérdidas humanas y la destrucción de los países ‘liberados’ impiden que se hable de los efectos psicológicos de la guerra en los soldados invasores. Despiertan poca simpatía y cuentan con escasa popularidad temas de salud mental que pudieran minar el ‘patriotismo’ de las tropas cuando el terrorismo es la principal amenaza y la seguridad el fin único del Estado, según los políticos y los medios de comunicación que los secundan.

Además, la legitimidad de los Gobiernos para ir a la guerra se basa en una falsa noción de seguridad que venden a los ciudadanos. Una seguridad que tiene como precio la muerte de cientos de miles de civiles a manos de soldados que se refugiarán en el Prozac, en la violencia y en la autodestrucción cuando vuelvan a casa, a no ser que tengan los apoyos adecuados.

“Jamás entendí por qué la sociedad no era capaz de asimilar a quienes volvíamos; sólo pido que no ocurra lo mismo con los que luchan en Irak”, dice el veterano de Vietnam Richard Barret. No basta con ofrecer a esos soldados el aliento que recibieron antes de iniciar la cruzada. Se trata de alertar desde la sociedad civil sobre la manipulación de ciertos políticos secundados por los medios de comunicación para llevar a cabo guerras condenables no ya por impopulares, sino por injustas.

(*) Periodista
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.