Industrias sucias y grupos de presión
Por María José Atiénzar (*)
Todos tenemos parte en el cambio climático con el uso excesivo del automóvil, o del aire acondicionado y las calefacciones, por ejemplo. Pero nuestra responsabilidad es de un calibre muy diferente a la de empresas que ganan miles de millones de dólares con ello.
Rafael Carrasco, Joaquín Vidal y Miguel Jara, en su libro Conspiraciones Tóxicas: Cómo atentan contra nuestra salud y el medio ambiente los grupos empresariales, ofrecen numerosos ejemplos sobre las oscuras relaciones entre las grandes empresas y el poder político para evitar regulaciones y para legislar a favor de los grupos de presión.
Los autores han seguido a los reyes del ladrillo y el hormigón en España, a los impulsores de la telefonía móvil y los transgénicos, a los especuladores del agua, a los fabricantes de productos químicos, a los contaminadores del sector de la cerámica o de la energía nuclear, a quienes fabrican pasta de papel talando bosques o a quienes impulsan proyectos de energías sucias. Se encuentran aludidos muchos poderes económicos como las multinacionales Basf, Bayer, Monsanto o los gigantes de la telefonía.
Desde estos sectores se presiona a funcionarios, políticos, periodistas, científicos o asociaciones ciudadanas a través de sus lobbistas en nómina. En Bruselas hay unos 15.000, y en el Parlamento Europeo hay acreditados siete de ellos por cada europarlamentario.
El planeta se está calentando, pese a que los grupos de presión del petróleo o el automóvil traten de sembrar infinitas dudas al respecto con ‘contraestudios’ descalificados por científicos serios. La acción de los lobbies del petróleo, de las centrales nucleares y otros ha mantenido en funcionamiento centrales que contaminan ha relegado a segundo plano a las energías renovables.
¿Son peligrosas las antenas de telefonía móvil cerca de la población? Desde el año 2001, más de 500 estudios confirman la peligrosidad de esta contaminación invisible. Entre ellos el estudio Reflex, donde se dice que esas antenas pueden producir daños en el ADN. Sin embargo, como las conclusiones no eran del agrado de algunos sectores tecnológicos muy queridos de los gobiernos, el informe ha sido silenciado, aunque obtuvo financiación de la Unión Europea.
Tampoco están demostradas la peligrosidad ni la inocuidad de los transgénicos para los humanos. Debería aplicarse el principio de precaución antes de que nos encontremos con un desastre ambiental y sanitario sin remedio.
Existen datos concretos sobre aditivos alimentarios legales, pero que son dañinos, adictivos, pesticidas, toxinas en los envases, alimentos para el ganado, etc. La industria química inunda de informes y contrainformes los despachos de Bruselas que deciden al respecto.
En Estados Unidos, al sector de especuladores del agua se le conoce como pork barril por los niveles de corrupción que ha alcanzado. En Europa, el agua no es un bien tan escaso y se está a tiempo de poner medidas que eviten esa especulación.
Hay muchas contradicciones en el ámbito ecologista. No se quiere energía solar, porque destroza el paisaje. Eólica tampoco porque los pájaros se matan contra los molinos. Hidroeléctrica menos porque afecta al cauce de los ríos. De la nuclear y la térmica, mejor ni hablamos. Pero no tenemos que volver a las cavernas. Se puede apostar por las energías renovables sin apenas impactos ambientales. Un estudio reciente de Greenpeace demuestra que podría satisfacerse 56 veces la demanda eléctrica española sólo con renovables y sin tocar espacios naturales. El problema es cuando estas renovables se acaban convirtiendo en objeto de negocio especulativo, como ha sucedido en España con numerosos proyectos eólicos muy impactantes y poco rentables sin subvenciones.
Para los partidos políticos, ‘medio ambiente’ es una etiqueta rentable electoralmente de la que se olvidan pronto. Hay lobbies presentes en todos los grandes partidos, lo que supone un gran problema para la gestión pública del medio ambiente. Hasta ahora el poder económico de las industrias contaminantes tiene más peso que las inquietudes ambientales de los ciudadanos. Habría que incrementar la participación ciudadana para contrarrestar el poder de los lobbies en esa gestión y para pedir que las políticas aúnen el desarrollo con el respeto al medio ambiente.
Somos parte del problema pero también podemos ser parte de la solución. Empezando por un consumo responsable y exigiendo a ciertos sectores o a los políticos actuaciones limpias y responsabilidades por ser tan permisivos con los lobbies industriales que financian sus campañas.
(*) Periodista
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