Mujeres con casco azul
Por Alberto Piris (*)
La ONU se propuso, como parte de los llamados “Objetivos de desarrollo del Milenio”, alcanzar para antes del año 2015 la “erradicación de la violencia machista”. Entre estos objetivos se hacía hincapié en que había que lograr “que hombres y niños se sumen al respeto por las mujeres”. A pesar de esas iniciativas para combatir el machismo y la violencia contra la mujer en el mundo, no puede decirse que Naciones Unidas sea una organización donde las mujeres ejerzan una influencia sustancial y participen igualitariamente en las responsabilidades directivas.
Cuando a fines del año 2006 hubo que sustituir al anterior Secretario General, Kofi Annan, se planteó la posibilidad de que una mujer pudiera aspirar a ese puesto. Por esas fechas, media docena de mujeres eran jefes de Estado y otras tantas, jefes de Gobierno. Pero la ONU no estuvo a la altura de las circunstancias y desdeñó una petición en todo punto razonable.
No puede cambiar de la noche a la mañana una organización que, desde su creación, han dominado los hombres. El argumento final es que, frente a los problemas de seguridad internacional, las cuestiones que afectan a la igualdad de la mujer pasan siempre a un segundo plano. Cuesta reconocer que la paz será más factible si la mitad del género humano deja de ser ignorada en muchos países dominados por culturas ancestrales incapaces de renovarse.
Pero si en los puestos directivos de la ONU las mujeres siguieran en minoría durante mucho tiempo, hay otros puestos donde una mayor presencia femenina beneficiaría en ciertas tareas asignadas a la organización internacional.
Han sido numerosos los casos en que los “cascos azules” de la ONU han sido acusados y juzgados por la violación de las mujeres a las que debían proteger. Cuando las tropas de la ONU estuvieron desplegadas en Camboya, se multiplicó por cuatro el número de prostitutas activas en Phnom Penh. Al ser informados sobre esto, algunos responsables de la ONU, respondían así: “los hombres siempre serán hombres”. Más grave es la explotación sexual de niños (denunciada en Liberia, Haití y República Democrática de Congo). Ponerle a un soldado un casco azul no le transforma en otra persona, y de sobra es sabido que en las operaciones humanitarias se filtran algunas de las más perniciosas costumbres de la guerra y el combate, a pesar de los esfuerzos de algunos países para dar una formación especial a los militares que van a ser destinados a esas tareas.
Algunos estudios realizados sobre las misiones humanitarias de la ONU muestran que tiene un efecto positivo la presencia de mujeres en las patrullas de los cascos azules. Es muy importante valorar las expectativas de que tiene de ellos la población y cómo valora ésta su comportamiento. La presencia de hombres es a menudo provocativa, aunque sus intenciones no lo sean; por el contrario, según los citados estudios, “la mujer tiende a suavizar las situaciones de tensión, precisamente porque de ella se esperan actitudes pacificadoras”.
En las tropas holandesas que participaron en la invasión y ocupación de Iraq en 2003, una mujer solía formar parte de las patrullas asignadas a los registros domiciliarios: “Ellas garantizan que la tropa respetará las costumbres locales en lo relativo a los contactos entre hombres y mujeres. Por eso, los iraquíes aceptan mejor a los soldados holandeses que a los de Estados Unidos”, se leía en una crónica de entonces. Otro factor de peso es que se ha comprobado que los hombres se comportan menos violentamente cuando actúan en unidades mixtas, con mujeres soldados de su misma nacionalidad.
Nada de lo anterior implica que deje de ser necesaria la acción de los hombres dispuestos a luchar en las operaciones de pacificación, sobre todo en sus fases iniciales. Ni conviene olvidar que entre los más destacados torturadores de Abu Ghraib figuraba una mujer soldado. Tampoco se resuelve el dilema que enfrenta a los soldados en misiones de pacificación: la formación del combatiente tiene muy pocos puntos en común con la de personas formadas para ayudar, pacificar y convencer. En cualquier caso, una mayor participación femenina en los cascos azules de la ONU no sería tanto un paso más en la igualdad de géneros como una acción eficaz para que las misiones de pacificación tuvieran más éxito.
(*) General de Artillería en la Reserva
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