La “sarkozienne” o de cómo Francia trata de acabar con el proceso de Barcelona

Nikolas Sarkozy
Por Adrián Mac Liman (*)

Tras la acogida dispensada por las máximas autoridades galas a Ingrid Betancourt, la diplomacia francesa está ultimando los preparativos para la celebración en París de la “cumbre” de jefes de Estado y de Gobierno llamada a consagrar uno de los más ambiciosos proyectos del Presidente Nicolás Sarkozy, la Unión Mediterránea.

 

A la puesta de largo de la nueva institución asistirán los Presidentes de la Comisión Europea y del Fondo Monetario Internacional, los Secretarios Generales de la Liga Árabe y de la Organización para la Unidad Africana, el Presidente del Banco Europeo de Inversiones y un sinfín de dignatarios de países extracomunitarios, testigos de excepción de la faraónica fiesta ideada para inaugurar el semestre de la presidencia francesa de la Unión Europea.

Entre los invitados del Elíseo figura también el Presidente sirio, Bashar al Assad, cuyos servicios de inteligencia fueron acusados por los franceses de haber patrocinado el atentado contra el Primer Ministro libanés, Rafik Hariri. De hecho, en los últimos meses de la presidencia de Jacques Chirac, París llegó a congelar sus relaciones con Damasco, supeditando la posible normalización de los contactos a la celebración de un juicio internacional contra los asesinos del político. Sin embargo, pocas semanas antes de la convocatoria de la “cumbre”, la postura de las autoridades francesas ha experimentado un cambio espectacular.

El anuncio de la presencia de al Assad en París causó cierto malestar en Israel, cuyos dirigentes tratan por todos los medios aplazar la concesión de la “patente de demócrata” al Presidente sirio. Y ello, pese a las negociaciones de paz llevadas a cabo últimamente a través de emisarios turcos y suizos. O tal vez, a raíz de dichas consultas. Por su parte, los franceses estiman que la “apertura” hacia Siria podría facilitar el ansiado desembarco de la diplomacia francesa en Oriente Medio, región controlada desde hace más de tres lustros por el amigo estadounidense.

La presencia de Bashar al Assad en la capital gala contrasta las críticas formuladas por otros estadistas de la cuenca oriental del Mediterráneo, como por ejemplo el libio Gaddafi o el argelino Buteflika, quienes dudan de las intenciones altruistas de Francia. En efecto, el mero hecho de querer sustituir el inoperante, aunque no obsoleto Proceso de Barcelona por el… Espíritu de París, causó recelos tanto en Bruselas como en algunas capitales mediterráneas. La propuesta primitiva de Sarkozy, que pretendía apartar a los países comunitarios no mediterráneos de la nueva Unión, provocó la ira de la Canciller alemana Angela Merkel, quien estuvo a punto de vetar la iniciativa francesa, recordando que Alemania se había comprometido a fondo con el proyecto de asociación euromediterránea. Finalmente, Sarkozy se vio obligado a aceptar la presencia de “los 27” en la estructura de la Unión. Para disipar las posibles dudas acerca de la “paternidad” y la legalidad del proceso, la Comisión de la Unión Europea acordó emplear el eufemismo “Proceso de Barcelona – Unión Mediterránea”. De este modo, España conservaba su protagonismo inicial, mientras que Francia se apuntaba el tanto de la iniciativa.

Los objetivos prioritarios de la nueva Unión Mediterránea poco tienen que ver con el exhaustivo temario aprobado en 1995 en Barcelona. La diplomacia francesa centra su interés en la cooperación en materia de seguridad, la descontaminación del Mediterráneo, la vigilancia del tráfico marítimo, la cooperación en materia energética (París propone un trueque: petróleo y gas natural sahariano a cambio de centrales nucleares francesas), la creación de un programa Erasmus para estudiantes procedentes de países mediterráneos, así como el establecimiento de una comunidad científica euromediterránea.

Mientras la iniciativa de Sarkozy cuenta, al menos aparentemente, con el “beneplácito” de la Administración Bush, los políticos de Ankara no disimulan su malestar ante un proyecto que frenaría la integración de Turquía en la Unión Europea. Sarkozy, uno de los principales detractores de la adhesión de Ankara al llamado “club cristiano” de Bruselas, insinúa que Turquía podría (o debería) convertirse en el jefe de fila del grupo de países extracomunitarios llamados a aprovechar las “ventajas” de la nueva asociación. Una propuesta totalmente inaceptable para los políticos turcos, empeñados en conseguir para su país el estatuto de miembro de pleno derecho de la Unión.

El proyecto de Sarkozy tiene las mismas probabilidades de convertirse en un gran éxito que en un estrepitoso fracaso de la diplomacia francesa.

Por Adrián Mac Liman (*)
Analista político internacional