Tomás Lobo
 
El régimen Talibán reina nuevamente en Afganistán, y aunque sus líderes prometen una transición pacífica, el viejo y necesario oficio de informar encara otra difícil prueba en una tierra también regada con sangre de reporteros y corresponsales de guerra.
 
taliban bazuca  
Ya inundan las redes sociales imágenes del antes y el después para las periodistas extranjeras en Kabul, forzadas a pasar del desenfado al previsor uso del "hijab" (velo) o el "abaya" (caftán) para evitarse problemas ante gente enardecida cuyas promesas de tolerancia siguen sin convencer.
 
Pero la misoginia es apenas una de las características de los talibanes que hace su regreso al poder un desafío -o amenaza- para el ejercicio periodístico: la intolerancia a todo discurso que no sea el propio, pone en la mira a quienes relatan la vida, sin paños tibios, desde un prisma diferente.
 
Esa necesidad de seguridad hace que, por ejemplo, el fotorreportero salvadoreño "JC" omita su nombre cuando comparte en sus plataformas imágenes del avance de los talibanes y la toma de Kabul, en un entorno de hostilidad e incertidumbre.
 
Desde hace días, este fotógrafo "freelance" atrapa con su lente rostros de mirada endurecida, atardeceres desolados y las nuevas escenas de Afganistán, algunas de las cuales ilustran ya reportes y portadas en periódicos y revistas occidentales.
 
Como todo profesional independiente que oferta sus imágenes a publicaciones extranjeras, JC responde por su propia seguridad, salud y equipo: "Vos te provees el todo. Nadie va a responder por ti", confesó hace un tiempo, al evocar sus andanzas por el frente de guerra en Iraq.
 
MÁRTIRES DE LA PROFESIÓN
 
"No hay nada romántico en una guerra", me dijo hace años, en Cuba, un reportero español que venía de cubrir justamente el conflicto en Irak. Estaba a miles de kilómetros del peligro, pero se le notaba el sigilo a flor de piel, ojos de angustia, y sabrá Dios qué recuerdos en su cabeza…
 
Muchos periodistas nos enamoramos del oficio estremeciéndonos con los relatos de John Reed, los despachos de Ryszard Kapuscinski, la brutal curiosidad de Oriana Fallaci o los reportes de quienes contaron la guerra, pero no vivieron lo suficiente para recordarla.
 
La verdad, y quienes la cuentan, son víctimas habituales en todo escenario bélico, donde cientos de periodistas, camarógrafos o fotógrafos han muerto, ora por la fatalidad del fuego cruzado, ora por un afán vengativo, un escarmiento o el salvaje irrespeto a la vida humana…
 
Hay casos emblemáticos, como la reportera Marie Colvin y el fotógrafo Remi Ochlik, fallecidos hace una década en Siria, donde ambos recalaron ya con cicatrices de conflictos anteriores. Para ellos, la guerra era como una droga de la que necesitaban dosis cada vez más fuertes.
 
Mucho antes, los reporteros holandeses Koos Jacobus Andries Koster, Jan Cornelius Kuiper Joop, Hans Lodewijk ter Laag y Johannes Jan Wilemsen fueron emboscados y asesinados por militares en la guerra civil de El Salvador (1980-1992), crimen aún impune.
 
Porque los escenarios varían —Panamá, Ruanda, Sarajevo, Sierra Leona, Colombia, Burkina Fasso, Haití, etcétera…— pero algo que no cambia es la impunidad del crimen. Solo que el compromiso con la verdad, y la vocación y coraje para defenderla, es tan o más persistente. 
 
 
Sputnik, 17.08.2021