Luis Rivas
Doce muertos a balazos en los últimos dos meses, un niño de catorce años baleado a punta de Kaláshnikov, 60 heridos por arma blanca. Los ajustes de cuentas entre bandas de traficantes de droga obligan al jefe del Estado, Emmanuel Macron, a desplazarse en urgencia a la segunda ciudad de Francia.
La Tribune de Genève
Los ajustes de cuentas en esta ciudad mediterránea no son una novedad y forman parte de su propia historia. Tanto los locales, como los franceses en general, conocen las consecuencias de la implantación de narcocriminales en Marsella, gangs controlados por la mafia corsa o por sus rivales magrebíes. La novedad que ha disparado la atención en estos días es la muerte de un adolescente de 14 años a la entrada de uno de los muchos barrios "sensibles", adjetivo que usa la prensa francesa para describir los guetos donde viven los ciudadanos más pobres.
Otra circunstancia que ha atraído la atención de los medios de comunicación es la existencia de vídeos en los que se ve cómo un ciudadano es arrastrado por la calle y encerrado en el maletero de un auto. Así fue eliminado un supuesto miembro de una banda, mediante el sistema llamado "barbacoa": morir abrasado en el interior del vehículo, junto a la rueda de repuesto.
Una docena de ajustes de cuentas en menos de tres meses es un récord nunca visto en Marsella, lo cual, desde el ministerio del Interior, se considera una consecuencia de las acciones de lucha y desmantelamiento de centros de venta realizadas por la policía. Cuando ha desaparecido un punto de distribución, otras bandas intentan hacerse con el territorio, iniciando así una guerra de clanes sin cuartel.
KALÁSHNIKOV A 300 EUROS Y LANZAGRANADAS
Las bandas de traficantes se disputan un negocio que en Marsella genera beneficios de 700 millones de euros al año, buena parte de los 4.000 millones del total de Francia. Según el periodista Xavier Monier, autor del libro "Los nuevos padrinos de Marsella", existen en la ciudad 150 puntos de venta y distribución de estupefacientes.
Otro de los factores que marcan la diferencia con las bandas del pasado es la edad de los nuevos "trabajadores" de la droga. Niños de entre 10 y 14 años son los primeros en estar implicados en un sistema perfectamente engrasado y organizado. En la escala de labores ofrecidos por los narcos, el primer escalón es el de vigilante o centinela ("guetteur", en francés), "schnouf" en argot. Un vigilante es la base de la pirámide; es el encargado de situarse en los puntos de entrada a los barrios y dar la alarma cuando aparece un automóvil de la policía (los reconocen incuso si son vehículos camuflados). Por esa tarea puede ganar entre 60 y 120 euros al día.
En el "plan de carrera" que los traficantes proponen a los vecinos existen también puestos mejor retribuidos, como el de "nodriza", normalmente una madre sin marido, encargada de almacenar el material que se pone a la venta. Por supuesto, los capos ni siquiera aparecen por la zona; controlan a sus gerentes desde fuera de Francia, en territorio fuera del control de la cooperación policial europea, como por ejemplo Dubai, lugar de moda entre los señores franceses de la droga, la mayoría de origen magrebí (norte de África).
El rejuvenecimiento de los soldados de la droga lleva implícito un aumento de la violencia, según los especialistas. Hace décadas, las bandas arreglaban los diferendos con palos y puños; hoy, cuando un Kaláshnikov se consigue por 300 euros e incluso se puede tener acceso a un lanzagranadas RPG-7 o a un fusil "Famas" del ejército francés, los vídeos virtuales se pueden vivir en la realidad.
"SITUACIÓN APOCALÍPTICA"
El actual alcalde de Marsella, el socialista Benoît Payen, enfatiza que "el Estado debe tomar medidas". "No pienso quedarme viendo las balas pasar y con los brazos cruzados", asegura. Payen pide un fiscal especial para tratar los delitos de tráfico en la ciudad. Su adjunto para la Seguridad, Yannick Ohanessian, afirma que se puede hablar del "Cartel de Marsella. A ello algunos responden criticando que el propio alcalde y sus aliados ecologistas en la alcaldía se sigan oponiendo a las cámaras de vigilancia en las calles.
Por supuesto, otras voces defienden que el problema de Marsella no es solo una cuestión de refuerzo judicial y policial. A eso ya ha respondido y va a responder el gobierno de Macron en cierta medida. La ciudad vive desde hace décadas bajo la influencia de una clase política que ha hecho del clientelismo una especialidad tan local como la "bouillabaise" (sopa de pescado). Quejarse del Estado es una costumbre, pero la situación catastrófica de muchas escuelas públicas en los barrios más pobres es, por ejemplo, responsabilidad de las autoridades locales.
Karine Soboun, jueza y vicepresidenta del Tribunal Judicial de Marsella, juzga la situación como "apocalíptica". Los sindicatos policiales acusan a la Justicia y a los legisladores de laxismo. Ciertamente, las leyes no están adaptadas a un "modelo económico" que conoce bien las reglas como, por ejemplo, utilizar a menores de 16 años en su tráfico, y si son menores no acompañados, mejor; nunca serán objeto de persecución judicial que conlleve pena de prisión.
LA RESPONSABILIDAD DE LOS PADRES
A la represión policial y judicial; a la lluvia de millones a fondo perdido, otros piden desde hace años medidas para alejar a los menores del tráfico y el dinero fácil. Se trataría de congelar las ayudas sociales a los padres de los niños que deserten de la escuela para dedicarse al negocio de la droga. Hasta hoy, ningún partido político se ha atrevido a mencionar siquiera esa medida, más interesados, quizá, en mantener sus votos que en la salud de sus ciudadanos adolescentes.
Porque como aseguran muchos jóvenes provenientes de esos barrios, hijos de inmigrantes recientes, uno no está obligado a delinquir solo por vivir en un barrio pobre. Y la autoridad de los padres es uno de los requisitos indispensable para mantener a los menores fuera de las redes de los narcos.
Luchar contra la presión de los delincuentes no es, sin embargo, asunto fácil. Muchos vecinos se ven obligados a colaborar con los criminales; saben también que las denuncias a la policía se pagan con la muerte. Cuando enfermeras, médicos o carteros deben pasar controles tipo Kabul antes de entrar en ciertas barriadas, no se puede hablar de libertad. Y la realidad de esa situación es vivir bajo el terror, callarse y, si hay suerte, intentar obtener otro apartamento en una zona menos peligrosa. Misión casi imposible en Marsella si se busca un apartamento de protección social.
UN DRAMA DE PELÍCULA
El drama que viven buena parte de los marselleses es objeto también de la atención de los cineastas, lo que puede ser visto desde dos diferentes ángulos. O bien sirve para dotar de una cierta aura a los facinerosos locales, o quizá ayuda a abrir los ojos al gran público foráneo.
Así, los últimos acontecimientos sangrientos en Marsella coinciden con la aparición de dos filmes. "BAC Nord" muestra la acción de un grupo de policías de la la Brigada Anti-Crimen en el barrio Nord, de Marsella, el más afectado por la droga y la criminalidad. "Stillwater, protagonizada por Matt Damon, es una producción norteamericana que ofrece la versión holliwodiana de la ciudad. Pero si se busca un documento visual sobre el protagonismo de Marsella en el tráfico de droga a nivel internacional, hay que recurrir a la clásica "French Connection II, de los años 70, que describe cómo y cuándo "Marsella envenenaba a Estados Unidos".
Sputnik, 30 08.2021