Por Alberto Cruz
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Hace años que muchos se preguntan si la República Popular China se ha convertido o no en un país capitalista. El periodista y politólogo Alberto Cruz estima que una serie de recientes medidas que China ha adoptado en los sectores de la economía y la educación —y que han suscitado gran inquietud en Occidente— permiten responder a esa interrogante.
Ante el debate sobre si China es capitalista o no, solo hay dos formas de interpretar lo que está pasando allí en los últimos meses: China está pisando el acelerador anticapitalista o está pisando el freno del capitalismo. En cualquier caso, lo evidente es que hay una nueva política en marcha, y a pasos acelerados, y que esa política está circunscribiendo el capitalismo chino, tal y como lo conocemos, y poniendo muy nerviosos a los centros capitalistas globales asentados en Occidente.
No se puede, ni se debe, pasar por alto lo que ha significado la pandemia del Covid-19 para estos movimientos, en los que ha quedado claro que China ha interpuesto los intereses de la gente, del pueblo, a cualquier otro. Es decir, que en apariencia —aunque cada vez se está concretando más— estamos viendo una filosofía de gobierno centrado en las personas, en proteger la vida y la salud de las personas, al tiempo que se defiende la propiedad de las personas bajo el sistema básico de la propiedad colectiva. ¿Optimista? Veamos.
Todo comenzó en noviembre de 2020, cuando el gobierno chino detuvo la oferta pública de adquisición de acciones del Grupo Ant, propiedad del multimillonario Jack Ma. Esta empresa es “el brazo financiero” de Alibaba, el buque insignia de Ma. Todo el capitalismo, sobre todo el capitalismo no chino, salió en defensa de Jack Ma porque «los burócratas de nivel medio» —así se calificó despectivamente, en los países capitalistas, a los miembros del Partido Comunista Chino (PCCh) en los países capitalistas— se habían atrevido a ir contra «el hombre más rico de China». Los capitalistas chinos y no chinos vieron cómo se fortalecía el papel del Estado «restringiendo a la bestia del capital» [sic] en aras del desarrollo socialista y del bien público. Especialmente, porque lo que estaba detrás de ese pulso, que perdió Ma, era la gobernanza del sector bancario chino, que —al contrario de lo que sucede en Occidente— está totalmente en manos públicas.
Al gobierno chino no le tembló la mano cuando impidió una operación que «debería haber establecido el nuevo récord mundial» de su tipo y con la que se frotaban las manos todos los capitalistas, chinos o no. Entre el máximo exponente de la burguesía monopolista china y las autoridades políticas de China (la República Popular) existía un claro contraste que expresaba dos puntos de vista difíciles de conciliar: Ma y otros como él impulsan el desarrollo de innovaciones financieras sin considerar los riesgos para millones de personas mientras que, para el gobierno chino —los «burócratas de nivel medio»— es imprescindible prevenir y desmontar los riesgos que para millones de personas siempre generan los mercados financieros. O sea, para los «burócratas de nivel medio» prevalece el sentido común, cuando ya hay en el mundo precedentes como la crisis de 2008, provocada precisamente por algo similar en Lehman Brothers, crisis que tuvo cierta repercusión en la propia China unos años más tarde.
Sin entrar a desmenuzarlo, lo que vimos (que tomen nota quienes piensan que en China hay un capitalismo clásico al estilo occidental) no es dos concepciones distintas sino un conflicto de clase en dos orientaciones divergentes. Si eso suena muy fuerte, voy a dejarlo en una contradicción inmanente en el uso del modo de producción capitalista, contradicción que da lugar a un choque entre dos líneas opuestas: una más neoliberal y otra más social.
China ha apretado las tuercas, y mucho, a las distorsiones del mercado con contramedidas muy fuertes que van más allá de Jack Ma y de sus empresas y esas medidas afectan a todos los aprendices de brujo del capitalismo chino, especialmente a los del mundo digital y los que operan centrados sobre todo en el crédito. Eso nos lleva a pensar en Facebook y en los intentos de ese emporio por crear su propia moneda digital, y también en Amazon, que tiene una idea similar y que se ha ofrecido a Biden, por ejemplo, para distribuir la vacuna contra el Covid-19.
En definitiva, lo que hizo el gobierno chino con esa operación fue afirmar la primacía del poder político (y social) sobre el capital privado.
Es obvio que eso no era el comienzo de la desaparición del capitalismo chino. Pero sería miope no ver en ello una seria llamada de atención a los oligarcas existentes y futuros. El capitalismo occidental lo vio claro y dijo que fue «una represión que evidencia el poder centralizado de los comunistas». Así se dijo en Estados Unidos y se repitió en la moribunda Europa, aunque se trataba en realidad de una acción lógica dentro de la «economía de mercado socialista» de China, en la cual los servicios bancarios y financieros operan bajo el control estatal para el interés público. Es decir, se atajó la especulación, se evitaron las burbujas financieras y todo lo que causa las crisis financieras cíclicas que caracterizan el capitalismo. No es que se fuese a producir algo así en China, pero podría haber sucedido si los «burócratas de nivel medio» no hubiesen detenido el proceso.
El hecho es que el gobierno chino decidió actuar para que algo así no se produjese nunca.
Es evidente que no se puede negar que en los últimos 40 años, sobre todo en los primeros 30 de esos 40 años, el capitalismo fue crucial para impulsar el desarrollo de la China de hoy. Pero se hizo a un gran costo, al que ahora se le están poniendo cotos. Reconocer esto es puro materialismo histórico. Y, ya que lo mencionamos, se puede recurrir a Marx para argumentar que el control del capital es crucial para el proyecto de desarrollo socialista y que si se deja el capital a su libre albedrío, pronto se pone de manifiesto que sus intereses de clase superan su lealtad a la nación.
La importancia de la educación
En ese camino de 40 años, China ha ganado mucho pero también perdió mucho en términos de filosofía y de valores. El consumismo ocupa, como en nuestras sociedades occidentales, un lugar central. La mentalidad frívola, ansiosa e indolente, también. Los sueños de los burgueses chinos son casi los mismos que en Occidente. Pero, a diferencia de otras partes, en China hay mucha resistencia a esas tendencias, especialmente en las universidades y en un sector nada desdeñable de la juventud. Esa resistencia “universitaria” ya ha obligado al gobierno a modificar el rumbo para alejarse en algo del modelo de enseñanza occidental y recuperar el modelo propio [1].
La resistencia de los sectores universitarios tiene un notorio éxito: en enero de 2020 el Ministerio de Educación emitió una normativa que obliga los establecimientos de enseñanza primaria y secundaria a usar sólo libros chinos, ante el hecho que muchas escuelas utilizaban libros de texto extranjeros. La justificación de esa medida no tiene contraargumentación posible puesto que se señala por objetivo «desarrollar la autonomía académica en lugar de seguir ciegamente la educación extranjera».
En ese mismo sector se ha visto otro movimiento, no inesperado pero sí sorprendente por su energía: en julio de 2021 se vio una arremetida contra el muy lucrativo sector de la enseñanza privada. La ofensiva tomó dos formas: China fortaleció el control sobre la enseñanza privada y, al mismo tiempo, incrementó los fondos y medios dedicados a la enseñanza pública.
En China la educación está muy por encima de la media de cualquier país, especialmente en el ámbito universitario, y las academias privadas, los cursos privados de apoyo y preparación a los exámenes y la educación competitiva llevaban mucho tiempo haciendo su agosto… hasta ahora. Los nuevos ricos, obsesionados con el éxito de su prole, no tienen reparos en gastar lo que sea para que sus retoños se hagan un huequito entre la élite. Eso ha permitido que haya gigantes de la educación parecidos a Jack Ma y algunos de ellos son quienes usan como referencia el modelo educativo de Estados Unidos.
La nueva ley aprobada por el gobierno chino para el sector de la educación restringe bastante los privilegios de que gozaba la enseñanza privada. No sólo eso, sino que también está recuperando textos escolares de contenido propio, alejándose del «modelo occidental» y limitando también esta forma tan importante de penetración del capitalismo en las nuevas generaciones. Prácticas que hasta ahora fueron, si no alentadas, al menos toleradas, ahora ven restringido su marco de acción.
Y por si todo eso fuera poco, este mes de agosto ha estado marcado por la adopción de medidas sobre la industria de los videojuegos y su impacto en los menores. Pero aquí hay que hacer una salvedad: la acción no ha venido del gobierno sino de un sector del gobierno.
La historia comienza el domingo 1.o de agosto, cuando el Diario de Información Económica, vinculado a la agencia de noticias Xinhua, publicó una investigación que calificaba los juegos online como «opio espiritual», «droga electrónica» para los jóvenes y estimaba que no debe subestimarse su impacto en la salud de los adolescentes. En China, hablar de opio es como mencionar el diablo porque todavía se mantiene el recuerdo de la «guerra del opio» que Occidente utilizó para hundir el imperio chino e invadir el país. La «guerra del opio» permitió a Gran Bretaña anexar Hong Kong y la drogadicción se generalizó, favorecida por las potencias occidentales.
La consecuencia inmediata fue que, al día siguiente, la principal empresa de videojuegos del país perdió en la bolsa más de un 6% y hubo otras que perdieron hasta un 12%, lo cual representa miles de millones; se dice que es el equivalente a 55 000 millones de euros.
El revuelo fue mayúsculo y algo debió suceder dentro del gobierno o en el Partido porque el artículo fue suavizado con otro en el que desaparecía la expresión «opio espiritual», aunque se mantenía todo lo demás. Por ejemplo, que la adicción a los juegos online tiene «un impacto negativo en la fisiología y en la psicología de los adolescentes», que «afecta el rendimiento académico» y que «conduce a trastornos de la personalidad».
Por una parte, el hecho que algunas expresiones se hayan “suavizado” o hayan desaparecido, mientras se mantuvo el grueso del artículo, indica que hay una lucha evidente entre quienes apuestan por el negocio y quienes se preocupan por la población. El sector de los juegos online, como en todas partes, es muy lucrativo y genera ganancias por cientos de miles de millones. Y ha habido una especie de “explicación” ya que en un artículo posterior, publicado el lunes 2 de agosto, se dice que es «inmoral culpar a las compañías de videojuegos» porque «los padres y la comunidad en general son responsables de abordar el juego excesivo» y que «las escuelas, los desarrolladores de juegos, los padres y otras partes deben trabajar juntos».
Pero las empresas han percibido la llamada de atención. La más importante de ellas, Tencent —que controla la mitad del mercado chino— dijo el martes —un día después de registrarse las pérdidas— que va a introducir «salvaguardias tecnológicas para limitar el tiempo de juego a los menores de 12 años». Tencent dice que impondrá un sistema que sólo permitirá jugar una hora diaria en días escolares y 2 horas durante los fines de semana y días feriados, sólo hasta las 10 de la noche y nunca antes de las 8 de la mañana. Tencent también anuncia que inspeccionará a cualquier usuario que siendo menor de edad finja ser adulto.
En cualquier caso, es interesante la publicación del artículo, donde se señalaba que diversas encuestas han demostrado que casi un 12% de los alumnos juegan todos los días, que más de un 26% lo hace cada 2 o 3 días y que deben implementarse medidas que complementen las que ya se han puesto en marcha sobre la enseñanza privada, sobre todo en materia de tutorías, para salvaguardar el bienestar social y construir un entorno cibernético saludable, porque se apunta así al desarrollo económico y social a largo plazo. El artículo decía también que «no se puede permitir que ninguna industria se desarrolle de una manera que destruya una generación».
Por supuesto, lo palabra menos dura que se ha dicho sobre esto en Occidente es «represión». Como es lógico, en Occidente se habla de las pérdidas económicas —no sólo de las compañías chinas, sino de las occidentales—, se estima que supondrán mil millones de dólares y se preguntan si «la represión de Xi contra las empresas de tecnología y tutoría [referencia a la enseñanza privada] se detendrá ahí». Aquí es importante el lenguaje: Rusia es «la Rusia de Putin», China es «la China de Xi». Pero a nadie se le ocurre hablar de «los Estados Unidos de Biden», de «la Gran Bretaña de Johnson» o de «la Francia de Macron». Putin y Xi personalizan toda la maldad del mundo y tiene que quedar claro siempre.
Evidentemente, arremeter contra las medidas chinas no es políticamente correcto porque en Occidente se hace lo mismo, aunque no se actúa como en China. Por eso,1|||||1||1| en un primer momento se dijo que «se teme que vaya demasiado lejos», que «dañe el sector» y que eso supondrá «dañar el crecimiento a corto plazo y la innovación a largo plazo». O sea, que se puede vigilar (sólo un poquito) a los monopolios de los videojuegos pero, eso sí, sin asustar porque esa vigilancia «genera una reducción del crecimiento del Producto Interior Bruto».
En todo caso, «China (la China de Xi, expresión que ya se repite de forma machacona) está restringiendo la economía privada» y eso supone que «los consumidores también están sufriendo».
De manera muy gráfica nos dicen que «los líderes del Partido Comunista parecen cada vez más cómodos aceptando un daño económico considerable para lograr objetivos no económicos». Esto es la expresión del capitalismo en estado puro: lo único importante es la economía y no lo social, que el capitalismo considera parte de «objetivos no económicos».
En medios chinos izquierdistas chinos, que los hay (claramente maoístas), se habla muy bien de las medidas del gobierno «contra las tendencias antisociales», se resalta que «frenan los excesos del desarrollo capitalista» y «reafirman la primacía del socialismo». No he visto este discurso en las páginas gubernamentales, pero algo de eso hay.
Tanto que, ahora sí, cuando ya han pasado unos días, son muchos los medios de propaganda occidentales que hablan de la «nueva represión». Y se leen cosas como ésta: «Alibaba (la empresa de Jack Ma) y Tencent, dos de las empresas más grandes de China y entre las más visibles para los inversionistas internacionales, han recibido grandes golpes». También nos dicen que «muchos inversionistas estadounidenses están tratando de anticipar posibles objetivos para la próxima represión de China». O que «Muchos analistas han recurrido a leer viejos discursos del presidente Xi y analizarlos en busca de pistas sobre otras empresas y negocios que podrían ser blanco de ataques».
Bloomberg, que controla más de un tercio de toda la industria financiera del capitalismo, es quien da la pista definitiva: «Xi ha denunciado el contenido en línea “obsceno”, la desigualdad educativa y la especulación sobre el precio de la vivienda en los distritos escolares populares». Y recalca: «en este punto deberíamos saber que Xi generalmente cumple lo que dice».
El origen: el XIV plan quinquenal
A lo mejor se puede dar una pista de por dónde irán ahora las cosas: los bienes raíces (edificios, terrenos, o sea vivienda), disponibilidad y asequibilidad de la atención médica (la experiencia acumulada durante la epidemia de Covid-19 es determinante) y la jubilación (protegerla y asegurarla en condiciones óptimas). No hay que olvidar que China cuenta 1 400 millones de habitantes. Habrá sin duda más sectores —como la educación, aún en proceso de renovación pese a lo referido más arriba—, pero el camino está claro y marcado desde un poco antes de estos movimientos anticapitalistas o de freno al capitalismo. Es lo que en China se conoce como «abordar las tres grandes montañas», que son la sanidad, la educación y la vivienda.
El camino que China recorre se trazó en el XIV Plan Quinquenal, aprobado en el XIX Pleno del Comité Central del PCCh, realizado del 26 al 29 de octubre de 2020. Ese camino establece una «combinación flexible» de capital público y privado, aunque destacando que «es el Estado el sujeto principal de la economía y quien establece las condiciones económicas». O sea, el interés de las empresas privadas está subordinado al Estado, como ha quedado palmariamente comprobado con la pandemia y en la forma como China la enfrentó y está quedando muy en claro también ahora, o más, con las medidas aprobadas y las que vendrán.
Esas medidas están causando sorpresa y alarma en el mundo capitalista occidental.
La transnacional financiera estadounidense Morgan Stanley ha sido quien más claramente lo ha expresado hasta ahora, el 8 de agosto de 2020:
«Está produciéndose un profundo cambio de política en China. Para lograr los objetivos de garantizar la estabilidad social y hacer que el crecimiento económico sea más sostenible, los responsables de la formulación de políticas han iniciado un ciclo de endurecimiento regulatorio de gran y amplio alcance. Este nuevo rumbo dará forma a la evolución de la economía y los mercados de capitales de China en los próximos años […]. Si bien este cambio de política no debería sorprendernos, dado que la desigualdad de ingresos es un problema mundial, la velocidad, la escala y la intensidad de las medidas que estamos viendo en China hoy son inesperadas.»
Efectivamente, no se lo esperaban. Como tampoco han entendido ni entienden a China ni el marco en el que todo esto se está haciendo: la conmemoración del centenario del Partido Comunista. Porque lo que dice el XIV Plan Quinquenal es que cuando China habla de «prosperidad común» y de ser un «país moderadamente próspero», es precisamente lo que está haciendo con la «circulación dual o doble circulación», que es reequilibrar la economía china hacia el consumo. En otras palabras, se acabó aquello de ser la fábrica del mundo. ¿Más claro aún? China quiere menos capitalismo.
Morgan Stanley afirma que esto es «un paso atrás desde la perspectiva macroeconómica». Pero esto era previsible desde que se anunció que China ha logrado acabar con la pobreza absoluta. Se supuso que China, como Occidente, iba a quedarse ahí, manteniendo un porciento “aceptable” de su población en la pobreza.
Pero no ha sido así. China ha vencido una etapa y está abriendo otra, para acabar con la pobreza, pero con la pobreza en general, sin adjetivos. Por eso se habla de ser un «país moderadamente próspero» y, para eso, ya alcanzada la primera meta —la eliminación de la pobreza absoluta—, habrá que luchar ahora contra la desigualdad y acabar con ella.
De eso va el XIV Plan Quinquenal chino. Si se quiere reequilibrar la economía hacia el consumo, como se dice, hay que elevar el nivel de los salarios. En eso se trabaja. El año pasado, habiendo vencido ya el coronavirus, China incrementó el salario mínimo en un 46,7%. Está claro que un aumento de salarios ayuda a los hogares… pero también afecta a los empresarios porque ganan menos. Es la eterna lucha entre capital y trabajo y en China ahora está ganando el trabajo. Por eso hay tanto nerviosismo, y malestar, en los grandes centros del capitalismo mundial que, quiérase o no, no están en China. Como dice de nuevo Morgan Stanley:
«El resultado es que, a corto plazo, los efectos del ciclo de endurecimiento regulatorio deberían frenar el sentimiento empresarial general, reducir la inversión privada y afectar el crecimiento a futuro. También puede disuadir a los inversionistas globales de profundizar su participación en los mercados de capital de China.»
Hay que recordar la famosa estrategia de «doble circulación» diseñada en este XIV Plan Quinquenal apuesta claramente por el consumo interno frente a las exportaciones. Es decir, China mira más hacia dentro que hacia fuera, en todos los parámetros. Esto debe permitir a China impulsar el desarrollo socioeconómico de su población tanto a corto como a mediano plazo y —lo más importante— libre de presiones externas.
Todos los movimientos aquí mencionados apuntan en esa dirección porque van dirigidos a sectores en los que hay, por una parte, interés de los inversionistas extranjeros, con lo que se limita un tanto dicho interés del capital foráneo, y, por otra parte, se los circunscribe a un ámbito mucho más nacional y dentro de los parámetros establecidos por el Partido Comunista.
Fuente: CEPRID
[1] En 2014, se dio en China un importantísimo impulso a una campaña denominada «Más Marx, menos Occidente» promovida por dos universidades, las de Henan y Nankin, para presionar al gobierno chino para que se aumentara el número de asignaturas marxistas en el sistema de enseñanza. Esa campaña fue asumida por un colectivo de estudiantes llamado “Jóvenes Marxistas” y se ha extendido en prácticamente todos los campus universitarios. Se critican la «pérdida de valores y la confusión social» entre los estudiantes ante una sociedad que va perdiendo su propia cultura en detrimento de los valores occidentales, promovidos por las prácticas capitalistas que se han implantado en China desde hace casi 40 años. El movimiento ha adquirido una magnitud tal, que el gobierno chino se ha visto obligado a ir “desoccidentalizando” las materias universitarias e introduciendo lo que el mismo gobierno llama «cursos de pensamiento y política», aunque evita darles un cariz tan marxista como el que reclama este movimiento. Sin embargo, no puede dejar de tenerlo en cuenta y así hay que interpretar la arremetida contra la enseñanza privada y la nueva reglamentación del Ministerio de Educación chino. Nota del Autor.
Voltairenet.org 23-08-2021
https://www.voltairenet.org/article213801.html
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