Aleksandr Dunáev
El presidente chino Xi Jinping hizo esperar a Mario Draghi tres semanas antes de aceptar una conversación telefónica, dejando claro su descontento con algunas decisiones que el primer ministro italiano tomó en los últimos meses.
UNA CUMBRE DIFÍCIL DE ORGANIZAR
Tras la caída de Kabul en manos de los talibanes, Mario Draghi, en calidad del primer ministro del país que actualmente preside el G20, propuso organizar una cumbre extraordinaria para discutir la estabilización de Afganistán.
Los países occidentales acogieron con interés la propuesta, pero otros actores internacionales se mostraron más escépticos. De hecho, no es nada fácil reunir en la misma mesa a países como Pakistán y la India o Irán y Arabia Saudí, que no sólo tienen intereses contradictorios en Afganistán, sino también son acérrimos rivales geopolíticos.
Sin embargo, en la segunda mitad de agosto el primer ministro italiano pudo hablar con casi todos los líderes que quería ver en la eventual cumbre. Faltaba uno: el presidente chino Xi Jinping, con el cual Draghi logró conversar tan sólo el pasado 7 de septiembre.
ANTES DE DRAGHI
Si el jefe del 'Imperio del Medio' ignoró durante tanto tiempo la solicitud italiana de organizar una conversación telefónica, no fue por las posibles discrepancias sobre Afganistán, sino por el rumbo que tomaron las relaciones bilaterales desde el pasado febrero, cuando Draghi fue nombrado jefe del Gobierno italiano.
Durante los dos mandatos del primer ministro anterior, Giuseppe Conte, Pekín y Roma dieron pasos importantes para reforzar sus vínculos, en una buena parte porque uno de los pilares de las dos coaliciones, que gobernaron a Italia entre junio de 2018 y febrero de 2021, fue el Movimiento 5 Estrellas (M5S), que nunca ocultó sus simpatías hacia el gigante asiático.
En 2019 Italia se convirtió en el primer país del G7 que se adhirió a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, a través de la cual China está creando en Eurasia una red de enlaces marítimos y ferroviarios.
Además, Roma valoraba la opción de permitir al gigante tecnológico chino Huawei participar en el desarrollo de las redes 5G en Italia, a pesar de una reacción muy negativa de parte de Washington.
EL PRECIO DEL EUROATLANTISMO
Las primeras nubes en este horizonte despejado aparecieron en verano de 2020, cuando el entonces primer ministro Giuseppe Conte impidió a Fastweb, una de las mayores empresas de telecomunicaciones italianas, firmar un acuerdo con Huawei sobre la realización de su red central 5G, por la cual pasarían datos muy sensibles.
Esta tendencia hacia el empeoramiento de las relaciones ítalo-chinas se hizo más clara, luego de que Joseph Biden asumió el cargo de presidente estadounidense en enero de 2021 y Mario Draghi el de jefe del Ejecutivo italiano unas semanas después.
Nada de extraño, si se toma en cuenta que Draghi pasó años trabajando en instituciones europeas e internacionales como el Banco Central Europeo o el Banco Mundial y es un firme partidario de ideas europeístas y atlantistas, con lo cual, en vez de hacer guiños al gigante asiático, prefiere reforzar los vínculos con la comunidad euroatlántica.
En marzo de 2021 Draghi impuso rígidas condiciones para los acuerdos que Fastweb y Linkem, otro operador de telecomunicaciones italiano, estaban por firmar con las empresas chinas ZTE y Huawei. Para hacerlo, el primer ministro recurrió al así llamado Golden Power (Poder áureo), a saber, a los poderes especiales que el Ejecutivo italiano puede ejercer en los sectores estratégicos para proteger los intereses nacionales.
Otro factor que no puede dejar indiferente a Pekín es la intención del Gobierno de Draghi de revisar el acuerdo sobre la adhesión de Italia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Un detalle particularmente fastidioso sería que el canciller Luigi Di Maio, miembro del M5S, que en 2019 firmó el acuerdo y un año después, en plena pandemia, hacía transmisiones en vivo en Facebook, mientras acogía los aviones que traían a Italia las mascarillas chinas, ahora se solidarice con la línea atlantista de Draghi: quizás esta haya sido una de las condiciones que le permitieron conservar su cargo en el nuevo gabinete.
En resumen, la frialdad de Xi Jinping parece una consecuencia natural de la política exterior que Draghi realiza desde febrero. La lógica del primer ministro italiano es clara: al ser parte integral del Occidente, el cual se está consolidando bajo la dirección estadounidense para hacer frente a China y Rusia, dos países que percibe como sus principales rivales, Italia debe adherirse a la línea general, a pesar del precio económico y geopolítico que puede conllevar esta elección.
Con información de Sputnik