Luis Rivas
 
La demografía es un arma de defensa para una parte de Europa que, frente a la apertura de fronteras a personas y mercancías, opone la defensa de unos valores que considera vitales para conservar sus raíces, costumbres y cultura.
 
 

ataque Champs Elysees abr 2017

 

 
Esa "otra" Europa refleja una disidencia dentro de la línea oficial que se proclama progresista dentro de la Unión Europea y que considera como un catecismo obligatorio lo que denominan "valores europeos".
 
Entre esos valores ocupa un lugar importante la apertura hacia una inmigración vista como una riqueza, según los defensores de una sociedad multicultural a la que se oponen con todas sus fuerzas algunos gobernantes europeos que alertan sobre lo que ellos llaman "la gran sustitución". Es decir, reemplazar a la población autóctona por inmigrantes que se niegan a integrarse culturalmente en el país de acogida y que mantienen sus creencias y costumbres por encima de las leyes locales.
 
La "cumbre" sobre la demografía celebrada en Budapest la semana pasada fue convocada por la auténtica "oveja negra" de los progresistas y liberales europeos, Víktor Orban, que ha cimentado su poder sustentado en su defensa de las raíces, la historia, las costumbres y la religión cristiana, mayoritaria en el país desde hace siglos.
 
Además del anfitrión, estaban presentes los jefes de gobierno de Eslovenia, Eslovaquia, República Checa, Serbia, así como representantes políticos de varios países, como Marion Marechal, sobrina de la candidata a la Presidencia de Francia, Marine Le Pen, y la nueva estrella de la política francesa, el periodista Eric Zemmour, rival de la anterior, que hace temblar a la derecha de su país estudiando presentarse a las elecciones presidenciales de 2022.
 
AYUDAS A LA NATALIDAD EN HUNGRÍA Y POLONIA
 
En ese encuentro, tanto el anfitrión como sus invitados insistieron en la importancia de favorecer la natalidad en sus países, un arma que ayude a preservar a sus sociedades de influencias exógenas. Así, en Hungría, además de ayuda económica en efectivo, las parejas con cuatro hijos están exentas de impuestos, los abuelos que se ocupan del cuidado de los nietos reciben una compensación económica y las familias numerosas tienen rebajas para comprar grandes vehículos. La oposición subraya que, a pesar de esas medidas, miles de jóvenes húngaros siguen prefiriendo emigrar y denuncian las restricciones al acceso al aborto.
 
En Polonia, medidas similares ayudan a las familias numerosas, pero tampoco logran hacer despegar una tasa de natalidad que en toda Europa sigue siendo muy baja, en especial por la crisis económica que se arrastra desde 2008.
 
Los nacionalpopulistas europeos, algunos de cuyos representantes más notorios estuvieron en Budapest, ven -como es el caso de Francia- que la tasa de natalidad de inmigrantes o descendientes de inmigrantes del Magreb y del resto de África es muy superior a la de los franceses considerados autóctonos.
 
ENCLAVES EXTRANJEROS EN EL PROPIO PAÍS
 
En Francia, en Bélgica, Dinamarca, Suecia u otros países tradicionalmente generosos con la recepción de inmigrantes se han creado territorios donde las leyes nacionales no se respetan o pasan siempre después de las importadas, ya sean culturales o religiosas.
 
Lo primero que habría que aclarar es que las fuerzas políticas que intentan unirse en una política de control de sus fronteras no propugnan una inmigración cero, sino que se oponen a la inmigración de ciudadanos provenientes de países musulmanes. Por mucho que los dirigentes de Bruselas lo quieran esconder, no se trata de un problema solo aritmético, sino eminentemente cultural/religioso y, por lo tanto, político.
 
Más de la mitad de los franceses musulmanes menores de 25 años consideran que la ley coránica está por encima de la Constitución de la República francesa. En ese mismo país, donde existe libertad para reírse de cualquier religión y la blasfemia no es delito, jóvenes musulmanes han asesinado a personas solo por dibujar a Mahoma, o han degollado y cortado la cabeza a un profesor de colegio por haber intentado explicar el contexto que permite esa libertad.
 
A pesar de que buena parte de la prensa trata de esconderlos o minimizarlos, cada día se producen casos que sirven de combustible a aquellos que quieren impedir la importación de la cultura musulmana en Europa. Así, Italia descubrió, esta misma semana, el terrible final de una joven que llegó, a los 13 años, procedente de Pakistán y que, al negarse a ser casada por la fuerza con alguien elegido por su familia, fue asesinada por sus propios tíos. La familia al completo, con todos sus representantes esparcidos por Reino Unido, Italia y Francia, consideran que la joven Saman Abbas "no se comportaba como una buena musulmana".
 
Algunos pueden ver en este ejemplo un caso aislado y que no conviene "estigmatizar" a toda una comunidad, pero hechos parecidos, quizá menos trágicos, se producen cada día en diferentes países europeos bajo el silencio de unos medios de comunicación que temen ser acusados de colaborar con los temores agitados por la extrema derecha.
 
UNA TAREA PARA LA IZQUIERDA EUROPEA
 
Nada que ver con los dramas vividos en Francia o con el anterior en Italia, pero significativo de lo que Orban y sus vecinos denuncian es el episodio vivido en las fiestas de la ciudad española de Valencia. "Las Fallas" son una tradición en las que símbolos de la actualidad son creados para ser quemados en público, siempre con un ánimo de crítica u homenaje. Una falla que representaba símbolos musulmanes fue atacada violentamente por algunos miembros de esa comunidad y los autores debieron renunciar a su trabajo, obligados por la amenaza que una minoría intenta imponer como modelo de convivencia, en contra de siglos de tradición.
 
La izquierda europea no puede hacer oídos sordos a este asunto. No basta con utilizar el eterno insulto de "fascistas", o descalificar con la expresión "extrema derecha" para evitar abordar este problema. Y hay que dejar en claro que no toda inmigración es rechazada de por sí.
 
La llegada de inmigrantes de América Latina a Europa no supone y nunca ha supuesto quebranto cultural alguno. Decir que los descendientes de emigrantes españoles, portugueses, italianos o yugoslavos que llegaron a Francia, Alemania o Suiza en los años 50 y 60 se asimilaron al país de acogida sin oponer ninguna resistencia cultural no implica estar de acuerdo con ideas "ultras", sino que refleja una evidencia.
 
Si los que se consideran progresistas quieren dejar de ver cómo cada día más ciudadanos europeos atienden y votan postulados de nacionalpopulistas, o como les quieran llamar, deberían ser capaces de aceptar que las preocupaciones por la pérdida de la identidad, por "desculturización", el abandono de tradiciones en nombre de la globalización y un multiculturalismo que ha fracasado en toda Europa son compartidas por una población harta de esconder la realidad bajo la alfombra. 
 
 
Con información de Sputnik