Nuestro amigo Bashar
Adrián Mac Liman*
El 10 de junio de 2000, cuando el oftalmólogo Bashar al Assad asumió en cargo de Presidente de la República Árabe Siria, el recién ungido monarca republicano fue acogido con vítores y gritos de Alá, Siria y Bashar, el viejo país de los omeyas parecía encaminarse hacia una nueva etapa histórica. El rey Abdalá de Jordania no dudó en tildar al hijo del dictador Hafez al Assad de renovador, aperturista y amante del progreso. ¿Falsa percepción? ¿Simple manipulación de una opinión pública occidental crédula e inocente? Huelga decir que los primeros gestos del inexperto gobernante sirio parecían acreditar esta tesis. Pero las primeras reformas emprendidas por el régimen de Damasco fueron a la vez tímidas y lentas. El raís tropezaba invariablemente con las reticencias de la vieja guardia del Partido Ba’as, poco propensa a renunciar a sus prerrogativas. Las férreas estructuras ideadas por el viejo dictador no facilitaban los cambios ansiados por la joven generación. Modificar el sistema suponía romper con el pasado. Mas Bashar al Assad fue incapaz de llevar a cabo la titánica tarea.