Por Adrián Levy Pernudo*
La crisis dispara los casos de obesidad a nivel mundial, según el informe Generación XXL, elaborado por el instituto independiente de análisis de mercados IPSOS. La “epidemia no infecciosa del siglo XXI”, como así la bautizó la Organización Mundial de la Salud (OMS) hace más de una década, es ahora una realidad.
A la luz de los últimos datos de este organismo, “el 65% de la población mundial vive en países donde muere más gente por enfermedades relacionadas con la obesidad que por la malnutrición”.
La coyuntura económica en los países industrializados obliga a escoger entre alimentos más caros y sanos frente a otros más baratos pero mucho más perjudiciales para la salud. Sumemos los malos hábitos alimenticios. Los restaurantes de comida rápida, la vida sedentaria, el elevado consumo de alcohol y refrescos, o ese empleo que exige comer de mala manera, son algunos ejemplos. Acciones de este tipo determinan un problema que ya no es ajeno a la sociedad: sobrepeso primero; obesidad en su estadio más perverso y desarrollado, después.
El excesivo peso corporal supone una fuente de complicaciones para quien lo padece. Las enfermedades derivadas son de extrema gravedad. Problemas cardiovasculares, diabetes e incluso diversos tipos de cáncer son las más comunes. Sobrepeso y obesidad aparecen como el quinto factor principal de riesgo de muerte en el mundo. Cada año fallecen alrededor de tres millones de personas adultas como consecuencia de esta enfermedad. Mientras tanto, las administraciones no parece que se tomen en serio el asunto. La prevención sería mucho más eficiente que cualquier solución posterior al problema. En esta línea se mueve el profesor Valentín Fuster, director general del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) y recién elegido presidente del Observatorio de la Nutrición y de Estudio de la Obesidad.
La dieta mediterránea española ha quedado en el olvido. La tasa de obesidad de adultos en España supera la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), según un informe de este organismo. Es decir, que dos de cada tres hombres tienen sobrepeso y uno de cada seis es obeso. Pero el asunto no queda ahí. La sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) confirma que el 44,5% de los niños españoles padece exceso de peso. Incluso otros estudios como el del doctor Pedro José Benito, profesor titular de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), señalan a los niños españoles como los campeones mundiales de la obesidad, por encima de los estadounidenses.
La obesidad no es una enfermedad que sólo afecta a países con altos ingresos. También se hace patente en aquellos donde la mayoría de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Es una epidemia no infecciosa que se extiende por el mundo, sin ningún control. Según datos de la OMS, mil millones de adultos tienen sobrepeso, de los cuales 300 millones son obesos.
Los países empobrecidos importan de los más avanzados sus modelos culturales y sociales. Las bondades y esperanzas del primer mundo, que pretenden expandirse por todo el planeta, conllevan cargas peligrosas. El estilo de vida actual puesto en práctica por el capitalismo tiene la capacidad de arrasar con todo lo que se ponga por delante. Sobrepeso y obesidad empiezan a extenderse por regiones donde nunca antes se había planteado un problema de tal magnitud, imponiéndose de manera silenciosa, sin que nadie alerte de sus posibles consecuencias. Encontramos países en donde conviven personas obesas con otras cuya falta de nutrición es alarmante. Estados que han conocido las dos caras de la misma moneda, llamada capitalismo salvaje.
Es una enfermedad de los países más industrializados, temerosos ante “amenazas” externas, no caen en la cuenta de los efectos que tiene el modelo de consumo que imponen y extienden.
De ahí el carácter global. Sin que nadie se haya preguntado por el sistema de prioridades. Sin que nos hayamos planteado cambiar nuestro modo de vida. Como decía Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz: “El hábito convierte los placeres suntuosos en necesidades cotidianas”. Quizás sea el primer mundo el que esté equivocado.
*Periodista
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