Por Marilú Acosta
Las colaciones, snacks, tentenpiés, refrigerios, piscolabis son los episodios en los cuales ingerimos comidas entre las comidas principales: desayuno, comida y cena. No es algo nuevo, ni ha aumentado en las últimas décadas cuando han surgido tantas teorías y soluciones a la alimentación, más bien es la suma de la biología, las influencias personales, prácticas religiosas, sociales y culturales.
Antes de nacer, nuestro cuerpo estaba enchufado veinticuatro horas al día a la fuente de alimentación por el cordón umbilical, sin importar cuándo y qué coma la mamá, el cuerpo materno provee al bebé en cada latido del corazón las proteínas, minerales, vitaminas y carbohidratos requeridos para el desarrollo, maduración y crecimiento del bebé. Una vez fuera del vientre materno, comemos de nueve a doce veces al día (cada dos horas o dos horas y media) y los siguientes meses bebemos leche materna, fórmula o papilla cada tres horas aproximadamente, y en la etapa escolar, no perdonamos nuestra comida durante el recreo, hasta llegar a la secundaria o estudio superior y/o trabajo, donde comer entre comidas se vuelve más complicado.
A pesar de que una lógica inmediata nos diga que si comemos menos bajamos de peso, tanto en cantidad como en frecuencia, la lógica biológica es diferente, porque el cuerpo piensa que a mayor comida, menor necesidad de guardar energía en forma de grasa. Aunque es esencial para todos los organismos, para las mujeres es aún más importante, porque el estrógeno nos hace el favor de guardar grasa en lugares estratégicos, como las caderas y los senos.
Cuando mantenemos la provisión constante de nutrientes a nuestro cuerpo, el cerebro se relaja, piensa que vive en un ambiente de abundancia y deja de preocuparse por los momentos en que faltará comida. Esto se logra comiendo cada tres horas, dándole al cuerpo porciones más grandes durante las tres comidas principales y pequeñas cantidades de comida en los refrigerios. El orden de abundancia es de mayor a menor del desayuno a la cena.
Esto nos permite comer de forma moderada en las comidas principales. Ajustar nuestro déficit o exceso de calorías en la siguiente comida, porque tenemos dos variantes: la cantidad y la frecuencia, al contrario que si sólo podemos ajustar la cantidad porque comemos pocas veces al día. El comer más veces al día, automáticamente nuestro cuerpo regula la cantidad de comida, convirtiendo al desayuno el momento para comer más cantidad que en la cena.
Si logramos un desayuno abundante en proteínas, carbohidratos, minerales y vitaminas y agua podemos iniciar el día con energía y lucidez mental. A media mañana, dependiendo de nuestra actividad física o mental, podemos recuperar lo gastado, si es actividad física, es recomendable consumir más carbohidratos y proteínas (un sándwich); si dedicamos mayor tiempo a la actividad mental, entonces es preferible la grasa, vitaminas y minerales (verdura y fruta), siempre acompañados de agua.
De esta forma, a la hora de la comida sólo reemplazaremos lo gastado de la media mañana a la tarde y evitaremos los atracones y el desgaste del organismo. Por la tarde, dependiendo de nuestras actividades, podremos rellenar nuestras provisiones con una fruta, un pan con mantequilla de maní, barritas de cereales y fruta o rollitos de jamón, para llegar a la cena sin hambre y consumir lo mínimo para irnos a dormir, dejando de compensar todo lo que no comimos durante el día en la cena, cuando irremediablemente nuestra actividad será mínima durante el sueño.