Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Desde hace varios años tenía pensado compartir ciertos aportes y reflexiones sobre la trascendencia de fomentar la donación de sangre. Cuando efectué mi primera donación con ocasión de la operación de mi padre, hace doce años, aprendí a percibir el complejo drama de cientos de pacientes urgidos de recibir sangre.
A mi parecer, la escasa voluntad de donar sangre tiene directa relación con nuestro reducido sentido de pertenencia. No es casualidad que los índices de donación en el Perú estén por debajo de los estándares internacionales. Habitamos en un entorno social marcado por el desinterés en la suerte del otro. Esquivamos incorporar al prójimo en nuestro proyecto personal y obviamos asociar lo que nos rodea como propio. La apatía es parte de nuestra manera de subsistir.
En tal sentido, reitero lo expuesto en mi artículo “La indiferencia del peruano”: “Cada uno vive sus apuros y retos ante la supervivencia diaria. No buscamos alternativas organizadas para enfrentar conflictos comunes, somos incapaces de mirar al vecino con sentido solidario, tenemos una autoestima resquebrajada que impide defender nuestros derechos y, además, practicamos ese deporte consistente en ‘diagnosticar’ -cada vez que estamos con unas copas en la mano- los problemas de la patria y evadimos convertirnos en actores del cambio que demandamos”.
Juan Carlos Peñaranda, jefe del Banco de Sangre del Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN), en recientes declaraciones afirmó: “En el Perú, la mayoría de donantes de sangre no son voluntarios, sino de reposición. Solo lo hacen cuando un familiar o amigo lo necesita”. Asimismo, el director adjunto del INSN, Carlos Álvarez Murillo ha precisado: “El año pasado solo extrajimos tres mil unidades. Este año necesitaremos unas seis mil unidades para atender la creciente demanda”.
Por su parte, Nancy Loayza, ex jefa del Programa Nacional de Hemoterapia y Bancos de Sangre (Pronahebas), ha señalado: “El hombre puede donar cada tres meses; y la mujer, cuatro. En un año puede hacerlo cuatro veces. Y si por cada donación se salva una vida, como mínimo puede salvar de 12 a 16 al año”.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) una nación para lograr la autosuficiencia en reserva de donación de sangre debe alcanzar el dos por ciento del total de su población. Estamos alejados de llegar a la mitad de lo establecido por esta entidad: únicamente cinco de cada cien conciudadanos hace una donación para reponer la requerida por un familiar o amigo. La donación voluntaria altruista casi es inexistente en contraste con otros países como Cuba y Nicaragua, en donde todas las donaciones son abiertas. En Chile, de cada diez habitantes que donan, dos son espontáneos. En Colombia, ocho de diez.
A través de campañas de persuasión es necesario explicar la significativa contribución de esta noble acción. Pero, para lograr un mayor sentimiento de adhesión se demanda de una formación surgida en el hogar, en la escuela y en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Procuremos evadir mirarnos sólo a nosotros mismos y comencemos a observar el padecimiento de nuestro prójimo y, en consecuencia, despertemos de la parálisis que nos aturde como colectividad. Desarrollar nuestra sensibilidad nos hará mejores seres humanos.
Mi querido amigo Carlos Penalillo Pimentel -integrante del Servicio de Medicina Transfusional del hospital Edgardo Rebagliati- se convirtió en donante voluntario. “En los últimos 15 a 20 años, he donado 55 veces. Cincuenta fueron de forma filantrópica. A diario vemos realidades que se presentan en niños con leucemia o pacientes de provincias”, aseveró. Su meritorio testimonio influyó en mi anhelo de escribir estas líneas.
Es conveniente subrayar el enorme aporte que cada uno de nosotros hace al donar sangre. Una unidad tiene los siguientes derivados sanguíneos: plasma (para personas con problemas de coagulación o cirrosis), glóbulos rojos (para pacientes con anemia, leucemia y cáncer), crioprecipitado (concentrado de plasma a favor del enfermo hemofílico) y plaquetas (para aquejados con leucemia, que afecta a la médula ósea en donde se produce la sangre en el organismo).
Para ser donante es preciso tener entre 18 y 50 años (con autorización médica podrá ser hasta los 65 años), pesar un mínimo de 55 kilos, gozar de buena salud y resolver un cuestionario médico. Las mujeres pueden hacerlo cada cuatro meses y los hombres cada tres. No existe riesgo de subir o bajar de peso, tampoco de adquirir enfermedades como, por error e insistencia, todavía se cree. Donar sangre sirve también para conocer nuestro estado de salud ya que se realizan siete pruebas destinadas a descartar enfermedades como sida, sífilis y hepatitis. Todo el proceso dura aproximadamente 40 minutos.
Este generoso propósito ayuda a reconfortar existencias, reafirmar el aliento solidario, afianzar la capacidad empática, alimentar la autoestima, devolver esperanzas y darnos la intensa satisfacción de llevar acabo una obra, por más simbólica que se considere, orientada a forjar una comunidad de hombres y mujeres involucrados con el semejante. Bien decía el gran político, pensador y poeta cubano José Martí: “La inteligencia da bondad, justicia y hermosura; como un ala, levanta el espíritu; como una corona, hace monarca al que la ostenta”.
(*) Docente, ambientalista, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/