Por Herberth Cuba García
El periodismo cumple un rol cada día más importante en las sociedades. No en vano ha sido catalogado como el “cuarto poder” del Estado. El avance de las tecnologías de la información permite recolectar una enorme información, organizarla y publicarla en muy poco tiempo, y a través de medios masivos y universales. Sin embargo, la búsqueda de la información en fuente segura y verificable presenta dificultades. Por ejemplo, por la existencia de sesgo en la percepción del periodista, o también por el sesgo en la percepción del consumidor. Estos sesgos pueden ser parte de las creencias, intereses, aspiraciones y derechos fundamentales de las personas involucradas. Se ha objetado, por ello, la objetividad del periodista y se han aprobado diversos códigos de ética profesional.
La inmediatez y la universalidad que ha adquirido el flujo comunicacional y la Internet han convertido en presente al pasado. No existe olvido y se hace innecesario el recuerdo. Todo es actual y presente. Esta novísima herramienta comunicacional permite al periodismo poseer gran capacidad en la formación de la opinión de las personas. Sin embargo, en contraparte, los daños a los derechos de las personas —por negligencia, error y sesgo— pueden ser irreparables. Además, se han creado herramientas eficaces para la conversión de la persona humana en objeto de morbo, escarnio y mercantilización.
Se ha creado el mito de la sociedad transparente. Todo se sabe y se debe comunicar, parece inobjetable ese mito. Sin embargo, se pasa por alto que la estrategia y la táctica se basan en el secreto. Que el funcionamiento de los gobiernos, de las corporaciones, de la convivencia humana y hasta del deporte, desmienten ese mito. La sociedad transparente tiene un tope o límite para proteger aspectos fundamentales de la vida y la convivencia humana. Es decir, que se encuentra normada por las constituciones políticas de los Estados, por leyes y hasta por los códigos de ética de los propios periodistas.
El mito de la sociedad transparente cae cuando trata temas sensibles como la salud y la vida humana. Este tipo de información requiere especialización, conocimiento y respeto irrestricto de los derechos humanos fundamentales. El periodista especializado en salud debe tener, entonces, alta competencia y solvencia profesional, ética y moral.
El acto médico y los servicios de salud trabajan sobre la revelación voluntaria y consentida de la intimidad de los propios usuarios, con la finalidad de sanarse o prevenir la enfermedad. El médico tiene la obligación de mantener el secreto profesional. Es una obligación no solo ética sino legal, porque el derecho a la intimidad es un derecho de protección que tiene el ser humano, frente a aspectos esenciales y privados de su vida íntima, la apariencia personal y el sentido de su vida, la salud, la política y sus creencias. Es un freno frente a la intrusión de terceros y del Estado. Es la protección del espacio privado en lo concerniente a la salud, a la vida sexual y reproductiva, a los datos personales, a los sentimientos y comportamientos, a las comunicaciones privadas, entre otros. No hay nada más importante para el ser humano que su intimidad. Es su vida y su proyecto de vida. Es su dignidad.
El Pacto de los Derechos Humanos, Económicos, Sociales y Culturales, La Constitución Política del Perú, el Código Penal, la Ley de Usuarios y Consumidores de los Servicios de Salud (Ley N° 29414) y su reglamento, garantizan no solo la intimidad en general, sino también la intimidad de los pacientes o usuarios que acuden a los servicios de salud. Garantizan el secreto profesional, en resguardo de la intimidad del paciente. Además, garantizan la decisión libre, previa información, de otorgar el consentimiento informado, cuando exista la necesidad, en temas relacionados a su intimidad.
El periodismo y los servicios de salud son esenciales para generar opinión favorable en la promoción de la salud, en los estilos de vida saludables, en la información, educación y comunicación de las intervenciones sanitarias de gran impacto, en la vida cotidiana de los ciudadanos, más aún en los desastres. Son vehículo importante en los debates y el establecimiento de los planes de gobierno y las políticas públicas, entre otros. Sin embargo, cuando se trata de la intimidad, la obtención del consentimiento informado previo del paciente o usuario de los servicios de salud debería ser habitual en los periodistas.
Los medios de comunicación, públicos y privados, deben autorregularse y cumplir las leyes de protección de la intimidad de los pacientes. Y los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) deben exigir el cumplimiento de la ley y aplicar las sanciones correspondientes. Con la intimidad y la dignidad de los pacientes no se juega.
18 de Mayo del 2018