Es creciente el número de pacientes que reportan que después de haber buscado una cama UCI han retornado a sus domicilios derrotados, donde evitaron la muerte con dióxido de cloro, compuesto autorizado por el Congreso de Bolivia contra el coronavirus COVID-19.
Ya no hay camas UCI y si se libera una hay cuatro categorías para la prioridad, que se dará a aquellos que por su edad (que va disminuyendo día a día, tal vez hoy esté entre 40 y 50 años) y estado físico presentan mayores posibilidades de recuperación, que es lo que hace la ética de la medicina de guerra.
Un enfermo grave de COVID-19 es como un enfermo terminal de cáncer o peor, sus probabilidades de morir son muy altas, siendo una enfermedad que ataca prácticamente a todos los órganos y sistemas completos a gran velocidad. Sin una UCI ni camas de hospitalización donde puedan recibir una atención digna el panorama es peor, pasan días sentados en sillas de ruedas aumentando cada día el riesgo de muerte por trombosis, derrame cerebral, embolia pulmonar, pues esta enfermedad promueve la formación de coágulos.
Una UCI para un enfermo de COVID-19 tampoco es garantía de vida. Los galenos harán lo que esté en sus manos, pero en el Perú y en cualquier parte del mundo la posibilidad de morir por el coronavirus en UCI es muy alta y su uso es costoso.
Desesperados enfermos en diversos puntos de Lima y provincias, ante falta de camas UCI por su estado de gravedad, han recurrido a diversas dosificaciones y aplicaciones del dióxido de cloro con lo cual los pacientes se recuperaron contra todo pronóstico y empezaron a subir su saturación desde el inicio de los tratamientos.
Siendo que el gobierno no puede hacer más por estas personas, al menos debería permitir que prueben un tratamiento alternativo en lugar de oponerse, al fin y al cabo en el Perú ya estamos empleando prácticas de medicina de guerra, porque lo único que les ofrece el gobierno en el punto de mayor gravedad es la muerte al 100% de seguridad al no tener una UCI.
Quizás galenos como el doctor José Luis Pérez Albela, quien parece ser el que más se está documentando, podrían tomar la experiencia y observación de casos con los mejores resultados y recibir reportes de los tratamientos para proponer las mejores formas y dosis según los casos.
Sobre el dioxido de cloro, hay estudios clínicos que se están realizando para tratar el COVID-19:
https://clinicaltrials.gov/ct2/show/NCT04343742
Ante la gran mortandad que vemos, la gran desesperación y miedo de la población, sabiendo que los hospitales y clínicas ya no pueden recibir a más pacientes en UCI y hospítalización, bien harían en dejar de estigmatizar a los médicos libres que conocen el manejo del dióxido de cloro y se atreven a salvar la vida, porque tienen guías que justifican su trabajo y sería un mérito del gobierno que se les facilitara la forma de organizarse para realizar esta labor y conseguir el producto.
Pero tenermos grandes dudas de que así sea, porque el poder de la Big Pharma o farmafia sigue presente: se indica mal la ivermectina, con topes de 50 gotas que entregan al paciente, siendo la dosis que recupera de 1 a dos gotas por kilo de peso, mientras que la mayor parte de la población adulta pesa más de 50 kilos. Si se necesita 2 gotas diarias de dos a tres días, deberían entregar una dosis completa. Por ejemplo, una persona de 75 kilos debería recibir de 150 a 450 gotas en promedio, y es la gente más necesitada la que no puede adquirir más de este fármaco.
Ningún medio quiere decir que el dióxido de cloro se añade a las bolsas que reciben la sangre para transfusión, y de ser tóxico, muchísimas personas en estado delicado habrían perecido en los quirófanos. Hay que tener en cuenta que prácticamente todos los fármacos en sobredosis pueden ser tóxicos.
A continuación, la doctora Rita Denegri explica la información falsa o “fake news” divulgada sobre una supuesta toxicidad del dióxido de cloro y aclara que nadie podría suicidarse con la solución de dióxido de cloro porque sería un volumen tan grande que el cuerpo no lo puede recibir: