Alejandro Sánchez-Aizcorbe

Con la humildad del caso, deseo rendir un homenaje a todos y cada uno de los peruanos que han participado en la campaña por rescatar al Perú de las garras de la corrupción, el narcotráfico y la anomia representados por la candidata Keiko Fujimori y su entorno de mafiosos, en cautiverio, prófugos o en insultante libertad.

keiko no va mar 2016

El Perú es un país que por su historia, por el valor de sus habitantes y sus recursos naturales debería ya estar gozando de los más altos niveles de vida del planeta dentro de un modelo de sustentabilidad frente al calentamiento global. Sin embargo, como se ha repetido hasta el hartazgo, luego de veintiséis años de experimento neocolonial, seguimos siendo esclavos del recurso.

Es sabido que ningún país ha alcanzado el desarrollo exportando minerales y cosechas (rocks and crops). Y como lo han advertido no pocos pensadores y economistas independientes del poder silenciador de las corporaciones que nos gobiernan, independientes del nunca antes tan poderoso e ínfimo porcentaje de la población mundial que nos gobierna, nadie en sus cabales puede negar que es un crimen moral, geoestratégico e histórico embarcar al Perú, primer productor de cocaína del mundo, en la Alianza del Pacífico, de la mano con los carteles de Colombia, México y Chile.

 Es en tal situación, cuyas consecuencias sean acaso históricamente irreparables, que deseo rendir un homenaje a los peruanos de todo género y color de piel que han tenido el inmenso coraje de batirse día a día contra el intento de convertir a nuestro viejo y venerable país en una selva sin árboles y animales, en un mar saqueado, en unas megápolis sin agua, en cordilleras sin nieve, en unas fuerzas armadas y policiales vendidas al mejor postor, en un poder judicial que se confunde con la delincuencia, en un Jurado Nacional de Elecciones ciego frente a la compra de votos por parte de Keiko Fujimori y en un parlamento emanado de una constitución espuria.

Se trata hasta el último minuto de evitar que nos transformen en una nación de borregos, como reza el título de un famoso libro hoy más que nunca de lectura imprescindible. El coautor de Una nación de borregos fue William J. Lederer Jr., capitán de la armada estadounidense. Con dicho título se refirió a un fenómeno que desde hace muchos años aqueja a la nación estadounidense y que desde la implantación del fundamentalismo neoliberal afecta severamente a la nación peruana. Lederer lo resumió en el prefacio al libro citado: “Una nación o un individuo no puede funcionar a menos que la verdad esté disponible y se entienda.”

 
En su momento, Keiko Fujimori, Kenji Fujimori y Susana Iguchi fueron víctimas de Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos y el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN). El seudo bestialismo o el bestialismo a secas que manifestó Kenji Fujimori, por entonces un adolescente cuyas nanas psíquicas pertenecían al SIN, fue el resultado directo del abandono moral y la inducción al crimen a la que lo sometió su padre. Delito por el que también debió ser juzgado.

La esencia traumática de la corrupción y la aceptación de las ejecuciones extrajudiciales y las esterilizaciones forzadas como política de estado anularon la remota posibilidad de que Keiko Fujimori y su hermano desarrollaran la estructura ética que aleja del delito a una persona relativamente sana. Por orden de su esposo, la tortura alcanzó a Susana Iguchi. Y, según ella misma, el organismo de Alberto Fujimori trabó amistad con el alcohol y la cocaína.       

Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori administraron la tortura y el asesinato con una idiotez criminal que habría sorprendido al mismísimo Ferri: regaron evidencias por doquier. Desde un punto de vista estrictamente psicológico, Keiko y Kenji Fujimori y Susana Iguchi fueron víctimas. A la vista de los hechos, no les resultará infinitamente difícil transformarse en victimarios.