Herbert Mujica Rojas
Pocos días atrás, orondo y autosuficiente, el primer ministro Luis Alberto Otárola Peñaranda, se expidió con sentida voz en torno a lo que denominó “paz recuperada”. El país entero se preguntó entonces ¿qué está viendo este funcionario?
Al momento de culminar el presente informe, Otárola exponía su plan de gobierno en búsqueda de un previsible voto de confianza. El ritual, no era más que eso, tenía los votos de asentimiento y la vocación de autistas que luce sin vergüenza el Congreso.
La letanía de promesas y ofertas fue, como cada vez similar, una genuina lista interminable.
Los 45 fallecidos a perdigonazos, los policías muertos, son el trágico saldo de lo acontecido en Juliaca donde las colectividades están empeñadas en la renuncia de Dina Boluarte, la elección de un nuevo presidente del Congreso y elecciones generales.
El cántico oficialista narra que los “violentistas, comunistas, senderistas” provocaron el estallido que el Estado tuvo que repeler. En otros países, verbi gracia, en Brasilia, el domingo pasado, miles salieron a ejercer violencia contra las oficinas del Estado (Poder Judicial, Congreso y la sede de gobierno en Planalto) y no hubo ningún fallecido.
Hasta hoy no se tiene meridiana y valiente verdad sobre quién o quiénes ordenaron disparar a matar. ¿De qué otro modo se tiene el saldo que hoy nos muestra ante el mundo como trogloditas feroces?
Hay bandas de subnormales que se solazan insultando a los muertos y endilgándoles toda clase de adjetivos. Escuché a uno que bramó “bien muertos”. ¿Cómo puede ser el alma tan ruin y miserable y gatillar sentimientos tan inferiores y de baja estofa?
A los que ven comunistas, terroristas y senderistas debajo de cada piedra, hay que recordarles el homenaje justo que hizo nada menos que Víctor Raúl Haya de la Torre, en su mensaje inicial como presidente de la Asamblea Constituyente, el 28 de julio de 1978:
“Recuerdo y rindo homenaje a otros héroes anónimos, los de la clandestinidad y la persecución. A los que resistieron estoicos largos años de cárcel y torturas. A los que padecieron la estrechez y la angustia del destierro. A los que mantuvieron, bajo tiranías y dictaduras, viva y alta, la esperanza en un Perú libre, culto y justo.
Mi homenaje a todos los caídos y a todos los héroes, a todos los partidos, cuyos nombres se confunden en los fastos comunes del pueblo. Nos toca justificar el sacrificio y la esperanza de los luchadores sociales y políticos que, con sinceridad y entrega, quisieron que el Perú se reedificara sobre bases de justicia y libertad, como aquellas que debemos afirmar en la Constitución que nos está encomendada.”
Acaso comprendan lo absurdo y aberrante que consiste en blasfemar de los muertos de quienes no se tiene la más mínima información, salvo el prejuicio y la estrechez de mentes cretinas.
Un gabinete cuyo voto de confianza se asienta en el chapoteo, literal, de sangre y violencia, no augura tranquilidad. No la necesaria para que el país retorne a sus tareas cotidianas.
La prensa concentrada instala su visión de las noticias e insiste en que los “violentistas, comunistas, senderistas” y demás supuestos subversivos, con ayuda del exterior, generaron los enfrentamientos.
Pero las matemáticas son frías: 45 muertos civiles, inermes, básicamente jóvenes, abaleados o con perdigones de necesidad mortal y al frente, la PNP. En algo más de 30 días, el saldo de sangre no puede ser más horroroso.
¿Están los poderes, Ejecutivo y Legislativo, asentándose en su accionar institucional o son precarísimas estaciones pagadoras de salarios y dación de documentos de dudosíma legitimidad?
El Congreso, en uno de esos giros tan típicos a que tiene acostumbrado al pueblo peruano, por abstención, no consiguió sancionar duramente a un legislador acusado de violación, por tanto, aquel indeseable, seguirá asistiendo al hemiciclo, cobrará su sueldo y se deleitará en los protocolos adulones que vierten, como ejercicio de sobrevivencia, secretarias, choferes, asesores. ¡Bah, tomar a lo serio cosas del Perú!
Mientras que el Perú formal, en el arrebato de su juridicidad formal, desoiga al hombre y mujer del interior y con respeto a sus convicciones colectivas, acordadas democráticamente por la mayoría, viviremos solo pensando en como eludir las borrascas.
Muchos ya piensan que lo mejor que pudiera hacer la presidente Boluarte, sería renunciar porque la realidad es más dura que la ilusión, y se hace patente que sus respuestas y real mando son demasiado tímidas, ineficaces y prolongadoras de un desenlace que ya es violento en calles y plazas.
11.03.2023
Señal de Alerta