¡Acabemos con los abogánsgteres!

Jaime Daly

por Herbert Mujica Rojas

Para variar la nación se ha visto conmovida por la acción delictiva, manipuladora, aviesa, fraudulenta de los abogángsteres, esa raza maldita que denigra la virtud genuina de aquella profesión pero que la eleva —si a eso puede llamarse altura— a los planos del crimen organizado que se traduce en concesiones, audios, vídeos, asesorías, coberturas, complicidades y, en suma, maromas todas para inclumplir la ley, ganar mucho dinero e imponer a fantoches como "referentes" porque tienen prensa adicta —y comprada—, compinches en múltiples giros y una desverguenza que ya no asombra. ¿Cómo puede una sociedad aguantar la acción negativa e insolente de semejante cáfila de delincuentes? Mientras que siga silenciosa e impávida, nada podrá hacerse no obstante la urgente necesidad de acabar con los abogánsgteres.


¿No hay, por ejemplo, la jugada de caraduras que trabajaron para el Estado y que luego se fueron jugosamente contratados a las empresas que antes "cuestionaban"? ¿no es el caso de un miserable petiso que fungió de Defensor del Pueblo y que luego terminó al lado de Telefónica y regalándole, con la troika tristemente célebre, varios millones de soles al dueño de un canal en Jesús María? ¿se ha preguntado por causa de qué no se les cuestiona y siguen saliendo en portadas, respondiendo a micrófonos y dando entrevistas? ¿lecciones de qué podrían dar estos pinchasapos?

Conozco de cerca un caso. Un periodista está enjuiciado en dos instancias penales diferentes. Los querellantes y supuestos agraviados son por un lado el gerente general de la empresita concesionaria de un terminal aéreo, el más importante del Perú, ganada a "pulso" y en carrera de un solo caballo, años atrás, y por otro, la firma como tal. El supuesto delito: difamación agravada. Y si alguien se toma la molestia de leer las demandas incurrirá en carcajadas porque hay un señorón que cree que su honra ha sido mancillada pero no contesta los gruesos cargos que se hacen en el libro ¡Estafa al Perú! ¡Cómo robarse aeropuertos y vivir sin problemas! publicado y agotado el 2007. Y la querella a posteriori tiene la desopilante cantidad de ¡21 páginas! que repite párrafos enteros del libro en mención. Y teóricamente explican ante el juzgado lo que debieron haber esclarecido ante la opinión pública nacional sobre cómo han hecho para no cumplir con la segunda pista del Jorge Chávez y respecto de endeudamientos con aval del Estado peruano y con destinos desconocidos. ¿Quién está detrás de este asunto? Un estudio de abogángsteres que cobra, gane o pierda, decenas de miles de dólares mensuales a la concesionaria. ¡Qué tales sinverguenzas!

Lo antedicho tan solo a guisa de referencia. Cualquier parecido con la realidad, como en las películas, es pura casualidad. Lo objetivo es cómo, cuando se trata no de la ley sino de cómo birlarla y sacarle la vuelta para imponer el rédito y el delito, así sea asesinando en vida, silenciando a secas, a los que se crucen en el camino, los abogángsteres se encargan del trabajo sucio, de la presión en los juzgados, de la compra de secretarios obtusos o de la sorpresa de decentes inexpertos. ¿Cómo permite el grueso de abogados sin mácula que una minoría de pillos gobierne desde la comisión de actos delincuenciales el ejercicio de la profesión? Los cacos actúan porque el resto mira, calla y silencia cualquier protesta o acción orgánica. ¿De qué se quejan entonces si son parte por omisión de la fiesta corrupta?

Es hora de acabar con los abogángsteres. Y es el momento de aplicarles el castigo moral mucho más efectivo que las leyes hechas en Perú para incumplirlas y horadarlas todo el tiempo. El día en que se expulse a los abogángsteres de sitios públicos, se les escupa y arroje al ostracismo de sus tristes vidas por farsantes y estafadores, entonces, el Perú habrá adquirido el pasaporte a los fastos morales que tanto reclama su humilde como oprimido pueblo que no tiene acceso a la cosa pública sino como motivo de discurso plazoletero o convidado de piedra. Años atrás un entusiasta grupo castigó echando basura en su casa a la fujimorista Martha Chávez. Más allá de las reivindicaciones que ganó aprovechando de las leyes, ésta tiene un puesto en la historia como la recipendiaria de una paliza moral desde abajo y con justicia. Sus maldades y justificaciones de matanzas y abusos durante el largo túnel de infamias que fue ese régimen delincuencial le condecoraron con la presea de bolsas plenas ¡en basura!

Los pueblos que no toman la decisión de apartar con la más dura cirugía a sus miembros gangrenados no merecen sino la suerte nefasta de que están "premiados" y de la que no pueden abominar porque ¡no hacen nada contra aquella! En cambio, ganan en calidad de vida y dignidad cuando se alzan sobre sus problemas y acometen la revolución moral que dé ejemplo sembrando el paradigma de limpieza que anhela la nación. Por tanto el grito: ¡acabemos con los abogángsteres, es de plena justicia y razón!

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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