Por Gustavo Espinoza M. (*)
Alguien podría suponer que el escándalo que ha armado la derecha peruana en torno al tema del viaje a París del Presidente Humala es una tempestad en un vaso de agua. Pero bien podría percibirse como el ensayo general de una estrategia política orientada a minar aún más a la precaria administración actual; y luego derribar al mandatario, indeseado por la Mafia y sus acólitos.
Para que se tenga una idea más clara de lo ocurrido, hay que precisar los dos elementos que confluyen en el tema: A fin de participar en la cita de APEC en Tailandia, el Presidente Humala solicitó, de acuerdo a la legislación vigente, autorización de salida del país al Congreso de la República, petición que le fue concedida. Dada la extensa jornada, el viaje —iniciado en un avión comercial— incluía escalas y hasta el cambio de nave para arribar a la exótica capital asiática en el Avión Presidencial.
Hasta allí, según parece, todo se desarrolló con entera normalidad. El problema, surgió al retorno, cuando el Presidente peruano quedó algunas horas en París, tiempo que le permitió sostener una entrevista con el Jefe de Estado Francés, aunque eludió un encuentro con la colonia peruana o sus representantes.
La noticia “estalló” aquí y dio lugar a una carga orquestada por el diario El Komercio y todas sus conexiones, incluidas el Canal 4, el Canal 8, Radio Programas del Perú y otras emisoras. Al unísono, parlamentarios del fujimorato y del APRA, pero también de Unidad Nacional y del Partido de Toledo, sumaron fuerza para proclamar una “infracción constitucional”, la misma que, previa “interpretación auténtica”, podría generar la Vacancia Presidencial dispuesta por el Congreso de la República.
Durante cuatro días los medios machacaron con el mismo tema. Le dieron todas las vueltas posibles y entrevistaron a abogados, politólogos, internacionalistas, diplomáticos, congresistas, líderes de partidos y otros, escogiendo con rigurosa criterio selectivo, a aquellos que podrían alimentar la iniciativa y crear las condiciones para una acción de orden legal. Desde Raúl Vargas hasta Fritz Dubois usaron el caso para “razonar” en términos de “gobernabilidad” la opción aquella de “vacar” al Jefe del Estado.
Estos medios no han querido aludir al hecho que este tipo de “infracciones” fueron las usadas en Honduras, y luego en Paraguay, para derribar a gobiernos legítimamente electos que, por distintas razones, no tuvieron mayoría parlamentaria, o la perdieron. Curiosamente, ese es precisamente el caso de Humala, que hoy no tiene mayoría en el Poder Legislativo.
Una “alianza” de diversos sectores de la oposición podría, sin mayor problema, aprobar una disposición de ese corte para redondear las experiencias anteriores.
A partir del 2011, el Partido del Gobierno pudo hacer una “mayoría parlamentaria” por cierto precaria manteniendo por un lado su propia fuerza, y por otro sumando a su vera los votos de Perú Posible y Acción Popular, más independientes, y contando incluso con el eventual respaldo de Solidaridad Nacional y el PPC, a cambio, claro, de costosas concesiones.
Hoy esa suma ha hecho crisis por diversas razones: han desertado varios congresistas del gobierno asumiendo posiciones críticas al Presidente; se ha debilitado la coalición gobernante ante la decisión de Humala de “no blindar” a Alejandro Toledo; ha arreciado la campaña del APRA y el Fujimorismo porque ambos ven a sus líderes reales en dificultades crecientes: Fujimori sin alcanzar ”indulto”, y Alan García sin asegurar la impunidad que necesita como el aire que respira. A eso, hay que sumar la caída de la popularidad del mandatario en las “encuestas de opinión”, a partir de lo cual el PPC ha resuelto profundizar su distancia con el oficialismo. En otras palabras, Humala se ha quedado tan solo como vino al mundo —de la política, se entiende—; y puede ser macizamente golpeado ahora.
En este marco es que se ha procesado el debate en torno a la “infracción constitucional” y sus repercusiones legales. Y en él, la derecha más reaccionaria ha resuelto dar un nuevo paso en procura de recuperar lo que comenzó a perder en octubre de 2010 y luego en junio de 2011.
El tema ha resultado tan preciso que Raúl Wiener —el más calificado analista político de La Primera— se ha referido recientemente a la declaración del flamante Director de El Decano de la Prensa Nacional —Fritz Dubois—, quien aseguró a los empresarios que la concentración de medios de prensa digitada desde ese periódico no era un asunto de negocios sino una decisión política.
“Los que la habían impulsado estaban decididos a no permitir que nunca más se repita una situación vergonzosa como la de 2011, cuando perdieron la elección con Humala y tuvieron que hacer muchos forzamientos para evitar que el ganador cumpliese con su programa y sus amenazas”, asegura Wiener, quien sostiene luego:
“El manejo del caso Humala es notorio porque, como se ha visto, no ha sido suficiente coparlo desde adentro y desde afuera, y quitarle márgenes de autonomía, obligándolo a mantener intocable la política y el manejo económico previo, sino que, al mismo tiempo, lo tratan como alguien que nunca será aceptado en la cofradía de la derecha y al que hay que golpear diariamente, al extremo de discutir si ha hecho violación constitucional por la escala que hizo en París en su regreso a Lima”
Hoy se conoce que hace algunos meses Keiko Fujimori aseguró a sus partidarios en el norte del país que ella y su grupo —léase la Mafia completa— estaban “preparados” para ganar las próximas elecciones “sí o sí”, y que esa “victoria” no podría ponerse en riesgo por problemas de plata; ella “va a sobrar” les dijo entusiasta, al tiempo que tomó distancia de su padre en materia de designación de abogados para la defensa del “chinito de la yuca”.
Keiko busca aparecer “independiente” para implementar lo que Kenyi, con singular simpleza, llama “las reformas de segunda generación”, aquellas que recojan “todo lo bueno” del fujimorato y “desechen sus errores”. Eso será, claro, hasta la victoria. A partir de ella, el mensaje será “uno solo”.
Alan García entiende eso muy claramente. Y por eso se bate con sentido estratégico. Consciente de que en cualquier elección presidencial la Keiko pasará a la segunda vuelta —a partir del 33% de apoyo que mantiene—, pretende perfilarse como su competidor en el ballotage que se avecina. Así, Ud y yo, querido lector, tendríamos la posibilidad de optar por él, o por Keiko.
Lo que ocurre es que, adicionalmente, una y otro necesitan apurar las cosas. Dirán entonces que el Perú no puede esperar hasta 2016, que no es patriótico que un gobierno “tan errático” como el actual siga en el timón por casi tres años más, que lo patriótico es impedir que eso ocurra. Para ello basta una acción muy simple: adelantar las elecciones. ¿Por qué vía?, por la de la “infracción constitucional”, por cierto. De ella, a la vacancia presidencial y a la convocatoria a nuevas elecciones con tan probos candidatos, hay apenas algunos pasos…
Bien mirada la cosa, este escándalo en torno a la visita a los Campos Elíseos puede ser —o convertirse— en una suerte de “ensayo general” en torno a la materia. Les servirá para saber cuál ha de ser la reacción ciudadana, el comportamiento de las otras fuerzas, la resistencia del gobierno, el papel de “los medios”. Alimentando el tema, vendrán entonces las dos seguras preguntas de la encuesta: "¿Considera Ud. que el Presidente Humala cometió una infracción constitucional?" "¿Cree Ud. que a infracción constitucional así cometida amerita la vacancia presidencial?"
Hace algunas semanas adelanté una opinión en torno a lo que habría de ocurrir en el país. Y eso es lo que está sucediendo: la derecha busca desplazar del gobierno al actual mandatario no porque éste sea una u otra cosa; sino porque no tolera verlo en la gestión del Estado y necesita castigar al pueblo demostrándole que “se equivocó” cuando en 2011 votó por Humala teniendo a Keiko y a su oferta tan a la mano.
Por lo que dije en ese contexto no fui respondido, sino atacado. En el extremo, un saltimbanqui que pasó gran parte de su vida escribiendo crónicas sociales en una revista de la alta burguesía, me tildó de “derechista” y me convirtió luego, desde un defensor de Videla, hasta en un sostenedor de Morales Bermúdez, sin reparar siquiera en el hecho de que “el felón” —como lo llamó Basadre— me encarceló tres veces: en julio de 1976, marzo de 1977 y enero de 1979. ¡Lo que hay que ver en nuestra historia!
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera