La corrupción es hoy una pandemia

alejandro_narvaez_liceras.jpgAlejandro Narváez Liceras (*)

La corrupción es hoy una pandemia que todo lo invade, que todo lo pervierte. La democracia, la vida política, las instituciones, la justicia, la realidad económica, las prácticas sociales, las acciones del gobierno, el mundo del trabajo, los modos y los fines  de vida de la sociedad civil, es decir, no es que existan algunas manzanas podridas, es toda la canasta la que necesita replantearse.

No es mi intención hacer aquí una proclama moralizante, porque ni están los tiempos para aguantar encima sermones, ni yo soy quien para darlos. Pero déjenme decirles, que nuestra democracia está profundamente tocada  por la corrupción y la lleva en sus entrañas. Hagamos esfuerzos por abrir espacios mediáticos que aborden el problema de la corrupción sin ambages, con profundidad y eficacia a favor de una democracia digna de este nombre.  Y la acción frente al “capitalismo de casino” supone tratar de evitar que los ricos se apropien de la democracia. La compra de “cupos” en las listas parlamentarias o “puestos” en las planchas presidenciales, son algunos ejemplos  frescos de la “corrupción sistémica” que vive nuestro país.

Un país sólo puede progresar y tener una democracia sólida y sostenible, sobre la base de la confianza mayoritaria de sus ciudadanos y de sus socios  comerciales y financieros en el exterior. La desconfianza internacional hacia un país es muy poco rentable económicamente. La “falta de moral”, en términos deportivos, no ya éticos, tiende a paralizar la economía de un país, empezando por la desmotivación de las inversiones reales  frente a las puramente especulativas y financieras. Advertía Keynes, hace más de setenta años en un artículo referido a las posibilidades económicas de los nietos de aquella generación que: “La avaricia es un vicio, la aplicación de la usura, una fechoría, y el amor al dinero, detestable”. 

No olvidemos que, en sus orígenes, economía y ética han estado muy unidas. Como señala Amartya Sen (1989), no sólo fue el denominado “padre de la economía moderna” Adam Smith, catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Glasgow, sino que durante mucho tiempo se consideró a la economía una rama de la ética.
 
Sin embargo, cada ideología económica conlleva ciertos valores éticos y, en ese sentido, propicia o dificulta determinadas conductas del hombre. El liberalismo económico a ultranza se presta más a que la sociedad devalúe sus normas éticas, y la  reciente crisis financiera del 2008 así lo demuestra. Los fallos de moral del modelo económico que prima en el mundo actual, el laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar), que magnifica la “mano invisible del mercado” y minimiza el papel del Estado, terminará volviéndose contra su propia eficiencia y la democracia  seguirá  degradándose,  ayudado por  unos partidos políticos devorados por el sectarismo y  la mera lucha por el poder.

Finalmente, todos debemos reconocer (economistas, políticos, hombres de empresa y ciudadanos en general),  que la economía proporciona sólo una visión parcial de la sociedad, por muy importante que sea. La consecuencia práctica es que la corrupción, el tráfico de influencias, la exclusión social, el tráfico de drogas,  el nepotismo, etc. son, ante todo, los residuos evidentes de un desarme moral de nuestra  sociedad, y no el efecto directo de una economía amoral en sí misma. Frente a la degeneración de la sociedad, el maestro José Vidal-Beneyto (2009) decía que la decencia ordinaria debe ayudar a agruparnos según afinidades e intereses altruistas.

(*)  Catedrático de la  Universidad Nacional Mayor de San Marcos,  Pontificia Universidad Católica del Perú y
expresidente de PetroPerú.
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