Periodismo: ¿ciego, sordo, mudo e ineficaz?
por Herbert Mujica Rojas
Para algunos diplomáticos basta, en el actual contencioso jurídico por delimitación marítima que Perú litiga con Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, la exégesis académica y ¡sanseacabó! A no pocos militares, amparados en la inexplicable indefensión con recorte brutal de presupuestos que le otorgaron sucesivos gobiernos desde hace más de 35 años, el asunto pasa por echarle la culpa a los gobiernos. La cuasi y vergonzosa totalidad de políticos no entiende, por ignorancia manifiesta y culposa, la delicada situación entre Perú y el país del sur. La sociedad vive anegada e imbecilizada en ríos de sangre, vía crímenes, violaciones, estafas, claudicaciones, concesiones con nombre propio que difunden los medios de comunicación escrita, hablada, televisada y radial. Sobre estos últimos hay que preguntar, Periodismo: ¿ciego, sordo, mudo e ineficaz?
En fecha tan lejana como antes de la guerra de rapiña que Chile planteara al Perú el 5 de abril de 1879, la prensa sureña tuvo un rol notable, decisivo y de masiva influencia, explicado con brillo y riqueza de datos por Carmen Mc Evoy en este capítulo IV de su notable libro Guerreros Civilizadores. Entonces no había internet, emails, celulares, radio, televisión o satélite, no obstante tales carencias que por aquellos tiempos no lo eran, la unidad psicológica y nacionalista en torno al objetivo destructor de la guerra, fue un hecho sólido en los del sur.
Hoy en Perú, como si no hubiera existido el precedente aciago acontecido entre 1879-1884 u, olvidado por historiadores, periodistas y políticos irresponsables, las invasiones entre 1836-39, de la maquinaria guerrera chilena al Perú, se pretende negar el inminente casus belli existente en los días actuales.
No ha mucho, preguntamos en el artículo: "Contra invasor: ¿marca Perú, lomo saltado y derechos humanos?" (http://www.voltairenet.org/Contra-invasor-marca-Peru-lomo?var_mode=calcul) y el cuestionamiento gana, día a día, lacerante vigencia.
Leamos qué, cómo y por qué actuó como lo hizo la prensa chilena en la conflagración. Hay que enderezar a gobernantes, periodistas, diplomáticos, militares y políticos contemporáneos la siguiente sospecha: ¿ciegos, sordos, mudos e ineficaces? (hmr).
IV. Prensa, opinión pública y propaganda bélica
Guerreros civilizadores, Política, Sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico, Carmen Mc Evoy, 2011, Ediciones Universidad Diego Portales, 2011, Salesianos Impresores S. A., pp. 138-149
Los periódicos, santiaguinos y provincianos, cumplieron un papel fundamental en la Guerra del Pacífico. Esto ocurrió no sólo por la calidad del sistema comunicacional que floreció a partir de 1879, sino porque los hombres de prensa definieron lo público como instancia de socialización y mediación de lo individual y al mismo tiempo confeccionaron un mapa cognitivo de la guerra que Chile enfrentaba con sus vecinos. De esa manera la guerra adquirió un profundo significado que la ayudó a trascender los aspectos meramente económicos. Centro de noticias, organizadora de múltiples rituales patrióticos, integradora de valores divergentes, tribuna del pueblo, unas veces consejera y otra crítica del gobierno, además de núcleo de una retórica republicano-nacionalista, la prensa chilena lideró “el sentimiento popular” que, de acuerdo a Bulnes, forzó a Pinto a declararles la guerra a sus vecinos. 385 A diferencia de la guerra contra la Confederación, cada ciudad medianamente importante y una gran cantidad de pueblos poseían ya sus propios medios de prensa, lo que significó una expansión espectacular y riquísima de la opinión pública de esa época. A la cabeza del sentimiento nacionalista a favor de la guerra iban dos diarios importantes de Valparaíso: El Mercurio y La Patria. Una serie de diarios fueron creados ex profeso para servir de instrumento a favor del pueblo en armas y en ciertas ocasiones, como fue el caso de El Nuevo Ferrocarril, para criticar las decisiones de La Moneda. Centenares de editoriales y artículos, publicados en Santiago y en las provincias, discutieron con lujo de detalles cada uno de los eventos que fueron marcando la Guerra del Pacífico. 386 Así, miles de chilenos y chilenas siguieron los avatares de los expedicionarios destacados en la frontera Norte.
Ese fue el caso de La Juventud de San Fernando que a pocos días del desembarco en Antofagasta se encargó de difundir la noticia a su público lector a través de un suplemento especial. Luego de leerlo la población sanfernandina se volcó a la plaza del pueblo donde las campanas de la iglesia matriz anunciaron la buena noticia a los cuatro vientos. 387 A los pocos días de la “reivindicación” el periódico local publicó una serie de actas provincianas apoyando la guerra. 388 La Juventud, también, se encargó de enaltecer a los héroes patrios, como fue el caso de Prat, y destacó la actuación de la provincia en las celebraciones patrióticas. Con ocasión del triunfo chileno de Angamos las campanas de San Fernando se echaron al vuelo en ambos templos, algunos vecinos quemaron paquetes de cohetes, otros tiraron voladores, otros gritaban mientras la banda entonaba la canción patriótica en la plaza de armas. 389 A raíz de estos episodios la prensa provinciana convocó a la ciudadanía a participar en la guerra sin temerle a la muerte 390 y además publicitó los donativos hechos por los vecinos de la localidad. 391 Sin embargo, la noticia que cubrió los titulares fue la labor del batallón regional Colchagua. El deseo del periodismo local era que los hijos de la provincia tomarán parte en “el banquete de la gloria” dejando bien en alto el nombre de la localidad. 392 El estandarte del batallón Colchagua, que recibió el bautismo de fuego en Cerrillos y los Molinos de Ica, fue descrito en los periódicos locales como “una rica tela de azul turquí llevando en el centro una estrella bordada al realce con hilo de plata y en el centro de la estrella coronitas de piedras preciosas”. Por el amor a su provincia, representada en su hermoso estandarte, murieron los hijos de Colchagua como Froilán Guerrero, quien cayó abatido en el asalto a Pisagua. 393
La prensa, tanto local como santiaguina, se enfrascó en una pugna intensa con su par peruana. De esa manera el conflicto entre Chile y Perú adquirió una dimensión cultural que permitió encumbrar al periodismo chileno, cuya superioridad, se creía, iba paralela a los triunfos en el campo de batalla. Sería imposible, afirmó un editorial de La Juventud, prestar oídos a las columnas de la prensa peruana. El “variado vocabulario del insulto bajo, vil, cobarde e insolente” habían sobrepasado todos los límites imaginables. Debido al hecho que los peruanos no podían herir con sus cañones ahora estaban dedicados a remitir cada quincena “un ramillete de denuedos e injurias” que permitían revelar “un olor” y “una originalidad esencialmente peruana”. Lo que quedaba claro para los periodistas de La Juventud era la superioridad del periodismo nacional. La “altura” alcanzada por la prensa en Chile se evidenciaba en su respetabilidad, seriedad y buen nombre adquirido en el extranjero. La razón de esta notable situación provenía de la combinación del buen comportamiento de los hombres de prensa y el acierto con el que se condujeron las operaciones militares. 394 Perú había sido arrastrado al abismo por sus periodistas. La prensa, opinaba un editorial del diario provinciano, estaba al nivel de las aspiraciones de ese pueblo “inquieto, turbulento y envilecido” al que le daba voz y opinión. Chile, en contraposición, debía sostener una prensa independiente: una prensa seria amiga del progreso y la cultura. 395
Esa opinión tan optimista de la prensa nacional no fue compartida por todos los chilenos, en especial los miembros más destacados del comando expedicionario. “El país quiere triunfos seguros”, le señaló el general Justo Arteaga al Presidente Pinto a pocos meses de la declaratoria, y ello no podía obtenerse sólo “con las bravatas de la prensa”. 396 La permanente intromisión del periodismo en asuntos considerados por los “directores supremos” como extremadamente reservados puede ejemplificarse en la labor del corresponsal de guerra Eloy Caviedes y en la del político y periodista Vicuña Mackenna. En una carta escrita por Domingo Santa María a José Antonio Soffía, el entonces Presidente se quejaba amargamente de la actitud temeraria del primero, a quien acusó de leer los “más íntimos telegramas” y aun “las instrucciones oficiales” para luego publicarlas en El Mercurio de Valparaíso. “Tengo a la vista”, escribió Santa María, “una correspondencia de Caviedes, que es un tejido de temeridades, de acusaciones y de increpaciones”. Era necesario tener “una dosis de hiel superior a la sangre humana” para juzgar la labor del gobierno y del ejército de ocupación de manera tan superficial e irresponsable. Caviedes, quien, de acuerdo a Santa María, aseguraba a sus lectores que Chile sería derrotado en Arequipa, se vanaglorió de poseer información de primera mano, obtenida no sólo de fuentes chilenas, sino de informantes peruanos y bolivianos. 397
El comando militar se quejó constantemente ante La Moneda por la intromisión del periodismo en los asuntos bélicos. Más aún, algunos generales, como fue el caso de Baquedano, señalaron que los periodistas eran responsables de una campaña cuyo objetivo era deslegitimar al ejército nacional. En una carta enviada a La Moneda a pocos días de la batalla de Tacna, el militar subrayaba “la estrategia de la pluma” de algunos diarios respecto a ese trascendental evento. Baquedano exhibió su desdén hacia los periodistas que intentaron minimizar su victoria y lo acusaron de una serie de errores militares. Los “generales cucalones”, observaba el triunfador de Lima, lo tenían simplemente sin cuidado. Contando con el apoyo del país, del gobierno y de sus compañeros de armas, las críticas no le interesaban en lo más mínimo. 398 Eso, sin embargo, no fue del todo cierto. En agosto de 1880 el general volvió a escribir a Santiago para comunicarle a Pinto que había ordenado la detención de Caviedes a quien acusó de “difamar públicamente” al ejército y de publicar los partes militares de la batalla de Tacna. Consideraba que la presencia del corresponsal de El Mercurio de Valparaíso en los campamentos militares era inaceptable debido a que ponía en peligro la disciplina de soldados y oficiales, además de la seguridad nacional. El comando militar opinaba que Caviedes, a quien se le acusó de publicar un recuento de la batalla de Tacna antes que el gobierno recibiera los partes respectivos, fomentaba con sus escritos “la discordia” en el seno de la corporación militar. 399
La prensa no hizo más que poner en evidencia situaciones que ya existían de antemano en el ejército, iluminando las rivalidades y carencias de las que dimos cuenta en el primer capítulo. Ese fue el caso de los documentos del Vicealmirante Williams Rebolledo, publicados por Caviedes, en los que se mostró la personalidad presuntuosa e impulsiva de su comandante en jefe. 400 El problema para José Francisco Vergara, quien también recibió los ataques de los hombres de pluma, era lo vulnerable de la opinión pública. Antes de estudiar, de meditar e incluso antes de leer aquella estaba atrapada en “una polvareda oscura” de acusaciones violentas, de amargas quejas y de irritantes insinuaciones. 401 Benjamín Vicuña Mackenna fue, qué duda cabe, el más importante representante de la prensa en armas. Gran convencido del “destino manifiesto” de Chile en el Pacífico Sur, el senador por Coquimbo no estuvo nunca en el frente de batalla, sin embargo fue su pluma incisiva la que permitió que la guerra que él también planteó como cívica llegara a los hogares de millares de chilenos. El objetivo del asiduo colaborador de El Ferrocarril y de El Nuevo Ferrocarril fue ventilar públicamente cada decisión de La Moneda, discutiendo con sus lectores las repercusiones que estas podían tener en las vidas de los miles de soldados destacados al frente de batalla. En su disputa abierta con Pinto, su rival en las elecciones de 1876, Vicuña Mackenna amasó, como veremos en el cuarto capítulo, un gran prestigio como publicista. Esta posición lo convirtió en una de las voces más autorizadas de la sociedad civil chilena durante el conflicto con Bolivia y Perú. Un manejo inteligente de una variedad de documentos reservados (partes militares, cartas de soldados, papeles extraídos al enemigo), le permitió fortalecer el espacio de la opinión pública en oposición a la voz oficial de la guerra representada por la prensa afín a La Moneda. 402
Más allá de los problemas internos que pudo causar la prensa asumió como suyas dos tareas fundamentales, la primera, explicar claramente al lector promedio las razones por las cuales Chile iba a la guerra y la segunda, brindar un perfil del enemigo. La “cobarde traición” de Perú, quien firmó un pacto secreto con la “degradada y sanguinaria” Bolivia empujó a una “república honrada y trabajadora” a operar entre dos caminos divergentes. Uno era aceptar el ultraje y la ignominia y el otro defender “su soberanía, su honra y su dignidad”. En la explicación que hizo El Chilote del conflicto internacional palabras como “perfidia, orgullo, traición, hipocresía y deslealtad de gobiernos degradados” sirvieron de preámbulo para establecer una verdad que se consideraba como absoluta e irrebatible: la justicia estaba de parte de Chile y ello era reconocido por todas las naciones del mundo. Chile no era culpable de nada, lo que esa república hacía era defenderse y sostener su derecho frente a la “perversidad de sus enemigos”. Era obvio que estaba en su “honor y dignidad” proceder de esa manera. La victoria chilena estaba desde ya asegurada porque lo que Chile defendía era una causa correcta. 403 La intensa discusión que tuvo por propósito justificar la guerra a nivel valórico no dejó de lado la defensa de los intereses económicos que Chile creía poseer en la zona “reivindicada”. El pueblo chileno, señalaba una nota de El Taller, no debía alimentar “ninguna esperanza” de “acomodo honroso” con sus enemigos. Dentro de esa línea argumentativa, cualquer gestión de paz sería opuesta a “los intereses materiales del Litoral” que no podían estar sometidos a “los intereses materiales del Perú” y menos a cuestiones meramente simbólicas como ser la tantas veces defendida honra nacional. 404
En un fascinante trastocamiento de roles, el centro civilizador de ayer fue descrito por la prensa chilena como la no nación y la barbarie de hoy. En un artículo publicado tempranamente como balance de las primeras operaciones bélicas, le correspondió a Vicuña Mackenna ofrecer a sus lectores varios “antecedentes” que dejaban al descubierto la naturaleza “bárbara” de los peruanos. En dicho texto, concebido como reacción a un conjunto de escritos publicados en la prensa limeña que criticaban el proceder del ejército chileno, Vicuña rememoró con espanto el asesinato del Presidente José Balta y el ajusticiamiento popular de los hermanos Tomás, Silvestre y Marceliano Gutiérrez. Refiriendo así lo que consideraba “el borrón más indeleble de la historia de América”, el senador por Coquimbo rememoró las “repugnantes escenas” que tuvieron lugar en Lima en julio de 1872. Resultaba irónico, opinaba el colaborador permanente de El Nuevo Ferrocarril, que el país que hoy desconocía la civilización y cultura de Chile fuera el mismo que ayer había revuelto en “sus groseras libaciones” el licor y las “cenizas de los cadáveres” para luego embriagarse “con esa mezcla infame”, 405 En la misma línea de pensamiento, en el editorial de El Mercurio publicado el 22 de enero de 1881, el encargado de redactar la nota recordaba a sus lectores que, desde los días de la emancipación, el Perú no había hecho más que “agotar su savia en desórdenes”, un hecho que le había valido “el renombre” de la “Sodoma Americana”. El ex virreinato era ni más ni menos que “un escándalo viviente, un contagio siempre activo, una vergüenza constante” y lo que era peor “un peligro para sus vecinos”. 406 En un contexto en el que la guerra fue presentada como una saga de reparación y de castigo, la victoria chilena fue percibida no sólo como un merecido triunfo nacional sino como un acto de regeneración para los peruanos. Regenerado por el duro escarmiento ocasionado por la derrota frente a Chile, el Perú se vería forzado a trabajar, sacando provecho de “su riqueza natural, del ingenio de sus hijos de las mil condiciones de fortuna con que lo había agraciado la naturaleza”. La idea de que la guerra encerraba elementos regeneradores para la nación chilena estuvo presente desde muy temprano en el discurso de sus vanguardias intelectuales, sin embargo lo que empieza a ser revelado, luego de la ocupación (1881-1884) fue el papel que Chile creía estar cumpliendo en la reparación de la enfermiza y dispendiosa nación peruana.
“¿Qué ha sido de tu proverbial opulencia, nación peruana?” se preguntaba el editorialista de un diario santiaguino a escasas semanas de la ocupación de Lima. Sin sus joyas y envuelta en “los harapos de la indigencia”, la república castigada por “la diestra del Eterno”, deambulaba con “ojos lacrimógenos y el dolor pintado en su rostro lívido” en busca de un paliativo para su miseria y para su vergüenza. Fue la Providencia, señalaba el escrito, quien escogió a Chile como instrumento para castigar los crímenes de una “nación nefanda” cuyos vicios excedían ampliamente los de la “Pentápolis de la Biblia”. 407 La inigualable riqueza del Perú tantas veces publicitada por la prensa chilena no era producto del trabajo arduo sino más bien de una herencia que junto a la corrupción de su cuerpo social eran las mayores desgracias no sólo del ex virreinato sino también de Bolivia, un “pueblo servil” que luego de la derrota se alimentaba de los “despojos de su harapiento” aliado. 408 La acusación contra un gobierno corrupto y despilfarrador, como se describió al peruano, sirvió para justificar la conducta seguida por el Estado chileno en las salitreras de Tarapacá. En el editorial del periódico La Situación titulado “Ligeras apreciaciones de las causas de la decadencia del Perú”, el periodista señalaba que en un país tan rico como lo era el antiguo virreinato no eran muchos los que necesitaban ganarse el pan con el sudor de su frente. Navegar en “mar de oro”, les había ocasionado a los peruanos “funestos resultados”, entre ellos la ociosidad general mientras que por las noches de las clases elevadas de Lima, transcurrían entre “el champagne, la danza y los naipes”, la de las bajas era dominada por “orgías continuas” olvidando ambas “todo hábito de trabajo”. Vivir de fiesta en fiesta era costoso y fue por ello que los ricos se apropiaron de las arcas fiscales, cuyo fondos, de acuerdo al artículo, fueron dilapidados en las noches de carnaval en Chorrillos. Luego de mencionar una serie de gobiernos que seguían un patrón de corrupción muy similar, el artículo concluía afirmando que la única causa de las revoluciones y de las bancarrotas que azotaban de manera continua al antiguo virreinato era su riqueza exuberante. 409
“Escribimos”, señaló el ditorialista de La Voz Chilena, “en uno de los lugares en donde existen inagotables manantiales de riquezas que hasta ayer explotó el Perú para alimentar su lujo de derroche de las rentas nacionales y la molicie de su cuerpo social”. Aseguraba la nota que luego de la toma de los yacimientos salitreros, por parte del ejército chileno, esa inmensa riqueza pasaría a ser administrada por los más “correctos principios económicos” de la austera república de Chile. Dentro de un escenario que era descrito como liberal, Chile, “en su bien sentada reputación administrativa”, se comprometía a utililizar los recursos salitreros arrancados a sus corruptos vecinos en dar impulso al “progreso nacional” y además pagar todas “las trampas del Perú”. 410 Lo anterior guardaba sentido para el editorialista de La Esmeralda de Talca, quien sostenía al igual que muchos hombres de prensa, que la misión de Chile era “castigar a los pueblos” que no supieron “aprovechar de sus dones” y que deshonraron al mundo con sus crímenes. 411
Resaltar la permanente corrupción del Perú, contrastándola con las virtudes del Chile republicano fue uno de los objetivos de La Actualidad, un diario que empezó a publicarse luego de concluida la toma de la capital peruana. 412 En el primer editorial del periódico de las fuerzas de ocupación chilenas --publicado el 20 de enero de 1881 en la imprenta del clausurado El Peruano-- su director, Luis Castro, señalaba cómo la ocupación de Lima y “el cambio fundamental” que dicha situación había provocado en los “diversos órdenes de intereses políticos, sociales y comerciales”, debía encontrar “eco y reflejo en el mundo de la actividad periodística”. Castro justificaba su labor editorial en el Perú, a la cual consideraba como eminentemente civilizadora, recordando “el abuso singular” que durante años habían hecho los peruanos de “la palabra escrita”. 413 La tarea de “civilizar” a los peruanos exhibía, sin embargo, sus bemoles debido a que el Perú vivía amenazado por “una larga y dolorosa enfermedad”, una suerte de locura delirante para la cual Chile afortunadamente contaba con la “camisa de fuerza” adecuada. 414 Debido a que la ausencia de “virtudes cívicas” era el origen de dicha “enfermedad crónica” que había llevado a los peruanos a un permanente “estado de anemia”, era necesario que se les administrara “abundantes tónicos” y se aplicara ese “estricto y severo régimen de curación” que la ocupación chilena buscaba promover. 415 Los periodistas de La Actualidad coincidían en subrayar el hecho de que el Perú no era una nación y menos aún una república. El país ocupado desde enero de 1881 era simplemente un territorio poblado por tribus lugareñas entre las que predominaba “la disolución y el caos”. 416
La publicación de La Actualidad significó el traslado de la maquinaria ideológica chilena a la capital peruana. El objetivo principal del periódico fue hacer propaganda a favor de la firma de la paz con cesión territorial. Para ello fue necesario hegemonizar la esfera pública peruana, intensificar el discurso nacionalista y convencer a la opinión pública mundial (incluida la peruana) respecto a las intenciones civilizadoras de los expedicionarios “Como no solo escribimos para Chile y el Perú sino para la América entera, vamos a mostrar esos contrastes (entre Chile y Perú) por más que en su puntualización aparezca como poco generosa por parte del primero y sea, un tanto odiosa para el segundo”. 417 En la explicación de las razones que habían llevado al nacimiento del diario, su corresponsal en Santiago subrayaba que “a pesar del humo de la pólvora y de las calumnias” era “indispensable” que los peruanos conocieran “el espíritu civilizador y organizador” de Chile. 418 Respecto a la tarea anterior, y suscribiéndose a un editorial de El Nacional de Buenos Aires, el diario señalaba que Chile no había vencido a un pueblo sino a “la corrupción y a la inmoralidad infiltrada en la sangre del Perú por las administraciones venales, por la anarquía y la subversión de todos los principios sociales y políticos”. Era por ello que la tumba abierta por los chilenos se trocaría irremisiblemente en la cuna desde donde, por medio de su “trabajo regenerador” surgiría un nuevo Perú más “digno de la civilización” del siglo XIX. 419 Un “Lázaro purificado por el fuego de los combates y las lágrimas de infortunio”. 420
Para mediados del siglo XIX el republicanismo cívico empezó a imbricarse con conceptos propios de la experiencia burguesa occidental de corte liberal, entre ellos el trabajo, la austeridad y la autodisciplina. Dentro de esta línea argumentativa en la que obviamente no entraban los matices ni las contradicciones, los “hombres civilizados” fueron considerados como trabajadores, firmes de carácter, además de capaces de auto controlarse y “los hombres salvajes” representaron el mundo burdo de las bajas pasiones. En el artículo titulado “Piérola es verdaderamente patriota”, el periodista de La Voz Chilena describió al Presidente del país adversario como un hombre guiado por una “extraviada fantasía” y el pueblo peruano, bajo su cargo, como una “masa anónima” movida por los apetitos más primarios. En las caricaturas de El Corvo, el gobernante peruano apareció rodeado de mujeres, en una fonda al aire libre, con barriles de chicha y parejas bailando. 421 El Perú era un pueblo de hedonismo cuyo mayor problema era su resistencia a ser curado de una grave enfermedad. La crítica de la prensa se dirigió, en consecuencia, a la negativa peruana de aceptar la intervención quirúrgica que Chile les proponía y que pasaba por la amputación de su “dedo grangrenado”. Lo que los ilusos peruanos en verdad reclamaban era una “mortal puñalada en el corazón”. 422
El discurso nacionalista civilizador, del que hizo gala la prensa chilena y que va asociado a toda guerra cívica, estuvo estrechamente asociado a la celebración de la virilidad de una república que se percibió como moralmente superior frente a sus adversarios. Perú y Bolivia anotaba La Juventud de San Fernando eran “dos infames meretrices”. 423 “Sin crédito, sin valor y sin ningún patriotismo” difícilmente podían ser comparadas con un pueblo noble y generoso como el chileno. En una clara alusión a la legitimidad de la guerra cívica el escrito reiteraba el hecho de que la violencia de “todo ciudadano digno” estaba absolutamente justificada cuando “gobiernos infames y naciones carniceras violadoras de la ley” tenían la osadía de enfrentarse a Chile. 424 En el “Canto a la victoria”, un poema publicado a raíz de la toma de la capital peruana y en la pieza “Chorrillos y Miraflores”, Esteban Muñoz Donoso, articulista de El Estandarte Católico, hizo explícitos algunos de los elementos de género presentes en el discurso nacionalista modelado en la esfera pública de la república en armas. 425 La feminización y erotización de Lima, tema del que nos ocuparemos en el cuarto capítulo, tuvo por objeto caracterizar a la capital peruana como una mujer, débil, humillada y pecadora. En resumen, una criatura inferior que era avasallada por la masculinidad del ejército vencedor.
Colaborar con los esfuerzos de sus asociaciones civiles y dotar al conflicto con Bolivia y Perú de una justificación ideológica no fueron las únicas tareas que se autoimpuso la prensa chilena entre 1879 y 1884. Otra de las funciones que cumplió, a lo largo de la guerra, fue ejercer una estricta vigilancia sobre las labores de La Moneda y el comando militar destacado al Norte. Desde mediados del siglo XIX en adelante, el periodismo se erigió en el representante de la opinión pública frente a los abusos del poder. Hay que recordar que durante la administración de José Joaquín Pérez se produjo una verdadera eclosión de la prensa político-satírica cuyo foco de atención fue el gobierno de turno. 426 La combatividad de la prensa chilena, entre 1879-1884, no puede ser entendida, en consecuencia, sin tener en consideración el poder que esta ejerció en las décadas previas, en la guerra contra España y en la discusión pública en torno a las reformas constitucionales y al conflicto limítrofe con Argentina. 427 La violencia física y simbólica que se vivió en Santiago a raíz de la guerra contra España (1864-65) y de la que dio cuenta Martina Barros de Orrego en un apartado de sus memorias se manifestó, también, en la caricatura que sobre aquel conflicto anticolonial fue publicada en la prensa popular. 428
En las décadas previas al enfrentamiento entre Chile, Perú y Bolivia, floreció una prensa satírica que mediante el uso de cientos de caricaturas alcanzó su momento de gloria durante la Guerra del Pacífico. Los periódicos de caricaturas a los que me refiero, y cuyo aporte ha sido analizado en el trabajo pionero de Trinidad Zaldívar, fueron El Barbero, El Ferrocarrilito y El Corvo. En ellos, argumenta Zaldívar, la guerra se convirtió en un símbolo de fácil consumo, apoyado en una serie de imágenes y metáforas. Estas hablaban, por un lado, de las modificaciones y adaptaciones de la información ofrecida por las autoridades públicas y, por otro, de la elaboración de interpretaciones asequibles a los no versados en asuntos bélicos. Así, la guerra fue simplificada para pasar a convertirse en un juego de niños, una riña entre personajes animalizados o un asunto donde lo que primaba era el romance u otras cuestiones de tipo sentimental. 429 Prosiguiendo con la tendencia a satirizar y feminizar al rival la república peruana fue presentada, en una de las caricaturas publicadas en El Barbero como una viuda de duelo llorando por la partida de su marido, el Presidente Mariano Ignacio Prado. “El valiente Prado” señaló una de las leyendas del dibujo, “ha huido a Europa”. El hombre aparentemente más grande con el que contaba el Perú, a nivel de figuras políticas, puso pies en polvorosa diciendo “libre yo mi pellejo y el diablo se lleve a mi patria”. 430
El vocabulario que se fue forjando durante las decisivas jornadas de 1879-84 tuvo como correlato un ensanchamiento notable de la esfera pública. Es en ella donde se irán imbricando conceptos provenientes del republicanismo constitucional, de un nacionalismo a la defensiva y de la tradición ideológica de la “gran usurpación”, proveniente de las guerras de la Independencia y de la posterior guerra contra España. Esta trilogía de gran utilidad para los propósitos del periodismo de guerra que definió pero también transformó la Guerra del Pacífico en un proceso de consumo público y en un espectáculo de masas.
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Notas
385 Bulnes, Historia de la Guerra del Pacífico, I, p. 136. Una situación semejante, aunque en menor escala, se ve en la guerra de la Confederación. Véase Ana María Stuven, “La palabra en armas: patria y nación en la prensa de la guerra entre Chile y la Confederación Perú-Boliviana, 1835-1839”. en Mc Evoy y Stuven (eds.), La República peregrina, pp. 407-425.
386 Para este punto ver, por ejemplo, los editoriales publicados a partir de 1768 en El Chilote de Ancud.
387 La Juventud, 23 de febrero de 1879.
388 La Juventud, 9 de marzo de 1879.
389 La Juventud, 12 de octubre de 1879.
390 La Juventud, 8 de junio de 1879.
391 La Juventud, 13 de julio de 1879.
392 La Juventud, 23 de noviembre de 1879.
393 La Juventud, 14 de diciembre de 1879.
394 La Juventud, 19 de noviembre de 1879.
395 La Juventud, 19 de noviembre de 1879.
396 Justo Arteaga a Aníbal Pinto, Amunátegui 16 de mayo de 1879, en AN.FV. Vol. 415, ff. 140.
397 Domingo Santa María a José Antonio Soffía, 6 de noviembre de 1883, en AN.FV. Vol 413 fs. 193-196.
398 Manuel Baquedano a Aníbal Pinto, Tacna 30 de junio de 1880, en AN.FV. Vol 415. ff. 231-231.
399 Manuel Baquedano a Aníbal Pinto. Tacna 39 de agosto de 1880, en AN.FV. Vol, 415, f. 238.
400 Domingo Santa María a Aníbal Pinto, Antofagasta 25 de junio de 1879, en AN.FV. Vol. 416. f. 26.
401 Errázuriz, Hombres y cosas durante la guerra, p. 2.
402 Carmen Mc Evoy, “Guerra, civilización e identidad. Benjamín Vicuña Mackenna (1879-1884)”, Jahrbuch fur Geschichte Latinamerikas, Vol. 46, 2009.
403 “Patriotismo y unón”. El Chilote, 27 de abril de 1879.
404 “No creemos en la paz”. El Taller, 8 de marzo de 1879.
405 El Nuevo Ferrocarril, 14 de julio de 1879. Para un artículo de similar tendencia, cuya finalidad era mostrar ante el lector chileno la utilización del asesinato político en el Perú ver “El Bajo Imperio: El asesinato político glorificado en el Perú”. El Nuevo Ferrocarril, 8 de abril de 1880.
406 El Mercurio de Valparaíso, 22 de enero de 1881.
407 El Nuevo Ferrocarril, 23 de febrero de 1880.
408 La Juventud, 12 de octubre de 1879.
409 La Situación, 12 de octubre de 1882.
410 La Voz Chilena, 8 de julio de 1880.
411 La Esmeralda, 25 de noviembre de 1879.
412 La Actualidad, 20 de enero, 14 de febrero y 26 de febrero de 1881.
413 La Actualidad, 20 de enero de 1881. En la edición del 28 de febrero del mismo año, el editorialista reafirmaba el objetivo de la publicación: “Defender los intereses de Chile y formular opinión franca sobre la política interior y exterior del Perú”.
414 La Actualidad, 26 de febrero de 1881.
415 La Actualidad, 3 de marzo de 1881.
416 La Actualidad, 30 de abril de 1881. (reproduce un editorial de La Patria de Valparaíso).
417 La Actualidad, 24 de marzo de 1881.
418 La Actualidad, 14 de febrero de 1881.
419 La Actualidad, 18 de febrero de 1881.
420 La Actualidad, 24 de marzo de 1881.
421 Para caricaturas de Piérola, quien incluso será feminizado, ver El Corvo, 9 de febrero, 12 de febrero y 27 de abril de 1881.
422 La Voz Chilena, 6 de julio de 1880.
423 La Juventud, 8 de junio de 1879.
424 El Chilote, 27 de abril y 21 de junio de 1879.
425 Esta interpretación y su sustento bibliográfico en Carmen Mc Evoy, “Bella Lima ya tiemblas llorosa del triunfante chileno en poder: Una aproximación a los elementos de género en el discurso nacionalista chileno”, en Narda Henríquez (comp.), El hechizo de las imágenes: Estatus social, género y etnicidad en la Historia Peruana (Lima: Pontifica Universidad Católica del Perú 2000), pp. 195-222.
426 La Unión Liberal, 16 de agosto de 1862.
427 Para una aproximación a estas importantes coyunturas, en especial las elecciones congresales de 1870 ver Collier y Sater, History of Chile, pp. 114-115. El Congreso de 1870-1873 estuvo conformado por la crema y nata de la política chilena, lo que incluye a cinco presidentes. A pesar de las esperanzas que se despertaron hubo pocas reformas, una de las más importantes la prohibición de la reelección presidencial inmediata.
428 El relato de Martina Barros de Orrego, Recuerdos de mi vida (Santiago, Editorial Orbe, 1942), p. 109, pone en evidencia el encono popular que se desató contra los españoles y que fue fomentado por la prensa. Barros de Orrego cuenta las persecuciones feroces contra “godos inocentes” propietarios de pequeños negocios. Siendo una niña la misma Martina vio a un huaso que galopaba a caballo llevando a la montura a un aterrado español que “corría como loco, con los ojos saltados de terror, tratando de seguir al caballo y no caer y morir arrastrado”.
429 Trinidad Zaldívar, La guerra de los lápices: Imagen y representación de la República, la Iglesia y la Nación chilenas (Tesis Doctoral, Pontifica Universidad Católica de Chile, 2008).
430 La nota y la carátula con el título de “Consolando al Perú” apareció en El Barbero, 27 de noviembre de 1879.
http://www.voltairenet.org/Periodismo-ciego-sordo-mudo-e?var_mode=calcul
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