Por Juan Sheput
Inspirado en el libro de Lawrence Harrison, El subdesarrollo es un estado de la mente, publicado en 1985, el distinguido periodista argentino Mariano Grondona escribía años después como nuestros patrones culturales, nuestro afán por aceptar folclorismos o irregularidades, era en realidad una de las condiciones vigentes en América Latina que nos condenaba a padecer estructuralmente el subdesarrollo. Es cierto que algunos países, como Uruguay, Chile y Colombia, se vienen desprendiendo de este patrón de comportamiento a diferencia de nuestro país en donde el culto por la irregularidad y por la informalidad se ejerce con entusiasmo.
Vladimiro Montesinos viene siendo absuelto de varios juicios. Su fortaleza en estos procesos es haber ejercido el poder de manera informal. Se sabía de su notoria influencia, pero no firmaba nada. Se sabía de su tremendo poder, pero no tenía un cargo oficial en la estructura del Estado. Como no hay nada firmado, los jueces lo absuelven. A pesar de este nefasto precedente, y salvando las distancias, en el Perú de hoy se sigue celebrando la informalidad en las alturas del poder. Y es esa nueva informalidad, la que rodea al actual mandatario, la que de repente le sigue dando a Montesinos la fortaleza que luce ahora; y si no es así, ¿por qué entonces el premier Jiménez calla ante los peritajes falsos que brotan del Ministerio de Defensa?
El Perú ha vivido ya momentos notables en cuanto a ingresos económicos. Las épocas del guano, el caucho, la harina de pescado y ahora el oro así lo corroboran. Sin embargo, en paralelo los notables ingresos no sirvieron para mejorar nuestra infraestructura, la educación o la reforma de nuestras instituciones. Se sigue haciendo más de lo mismo en materia económica, pues estamos en el sótano de los índices de competitividad; pero nos entusiasmamos con el “crecimiento” económico. Nuestro patrón cultural cortoplacista así lo exige.
El deterioro urbano de la ciudad tiene en los alcaldes a sus más entusiastas impulsores. Calles pequeñas son invadidas por monstruosos edificios, parques son tomados por asalto para convertirlos en centros comerciales. Una y otra vez son destruidas las mismas veredas con el ánimo de gastar por gastar. Los alcaldes han devenido en promotores de la construcción civil. Hay un extraño olor a corrupción. Pero los vecinos no se inmutan. “Hace obra” dicen con idílica resignación. Una muestra más de nuestro penoso patrón cultural.
Que hechos tan graves como la absolución de Montesinos, la economía en piloto automático, la manipulación de un enfermo o la informalidad en el poder sean vistos con tanta naturalidad es una muestra contundente del porqué somos subdesarrollados. Convivimos con la irregularidad, aceptamos la mediocridad y somos poco exigentes. Es el patrón cultural que predomina. Si queremos desarrollarnos debemos empezar por cambiar primero, nuestra forma de pensar.