Por Mesías Guevara Amasifuen
Debemos ser críticos e implacables de los actos de corrupción, que causan la descomposición social en nuestra patria. La ciudadanía tiene el derecho de invocarle al gobierno que ponga coto a la corrupción que lacera la piel de nuestra Nación y hace sangrar el alma de nuestra patria, haciendo que nuestro futuro se torne desesperanzador.
Nadie debería mantenerse al margen de lo que viene sucediendo. La salud moral de la sociedad en su conjunto está en cuestión. Más allá de la necesidad de condenar la perversión del aparato gubernamental, todos los hombres y mujeres del país tenemos por delante la tarea de cultivar nuestra alma con la práctica permanente de los valores, el respeto de las buenas costumbres y el reconocimiento a las vidas ejemplares, sólo así podremos convertirnos en referentes de una sociedad fundamentalmente joven, que tanto necesita de buenos ejemplos para redimir el país.
En ese sentido, nuestras acciones deben basarse en la ética del carácter, cuya construcción se basa en principios fundamentales, tales como la integridad, justicia social, equidad, dignidad humana y honestidad, por tan solo citar algunos… que por lo demás no son, ni deben ser ajenos, a los peruanos, puesto que hemos heredado nuestra trilogía andina que predica la honradez, la laboriosidad y la veracidad.
En este camino, recordemos el inmortal mensaje que nos legó Jorge Basadre: “La primera cosa que tiene que hacer toda auténtica juventud, es aprender a no venderse. Nada más grave para el futuro y para la salud moral de una nación que las asambleas de pusilánimes o aprovechadores venales cuyo lenguaje común es tratarse mutuamente como respetables. No sólo los políticos, sino muchos grandes médicos y grandes abogados y profesores y aristócratas e intelectuales entran en esa lucrativa confraternidad”.
Volvamos los ojos también a Séneca, quien recordaba al mundo “la brevedad de la vida”. En verdad la vida es corta pero valiosa, los peruanos no podemos así continuar autodestruyéndonos, permitiendo que las bajas pasiones nos gobiernen y que los egoísmos y mezquindades orienten nuestras vidas. No olvidemos, “las personas pasan, las instituciones quedan”; nuestra misión es trabajar con firmeza en el noble propósito de consolidar nuestra nación.
Vivimos en el milenio de la verdad, en nuestro horizonte se dibujan justificadas esperanzas de que la humanidad logre dejar atrás al oscurantismo que por siglos la ha sometido, condenándola a la ignorancia, conduciéndola por el camino del temor y la ignominia, alejándola por desgracia del sendero del amor, único camino que conduce a los dominios de la verdadera felicidad. Urge pues en estos momentos, convertirnos en los protagonistas de la historia futura del Perú. Para lograrlo, requerimos acceder a la sabiduría, colmar de amor a nuestros corazones y de inteligencia a nuestra mente.
No olvidemos que nuestros enemigos son la pobreza, el desempleo, el analfabetismo, el hambre, la pobreza moral, el egoísmo, la corrupción, la mezquindad y el protervo oportunismo. ¡Luchemos para que en nuestro país impere la justicia social!, teniendo en cuenta que debemos desterrar y enfrentar a todo aquel que pretenda saquear o incendiar nuestra patria, nuestra casa común. Así como es necesario desterrar de la función pública a personas de escasa solvencia moral, también urge que desterremos de nosotros la indiferencia por el manejo de la cosa pública. No olvidemos que millones de peruanos sólo se preocupan de sus asuntos particulares, desatendiendo las cuestiones de Estado, girando así un cheque en blanco a ciertos fascinerosos que —con la etiqueta de políticos— manejan las arcas del Estado y socavan los cimientos del futuro que hemos de legar a las generaciones venideras.
El camino para desterrar los hechos de corrupción se construye promoviendo e incrementando la participación de la ciudadanía. El gobierno tiene la obligación de hacer transparente la gestión pública, poniendo la información al alcance de todos nuestros compatriotas. No quepa duda que hoy, más que nunca, urge dignificar la política, que en su esencia es el arte de servir y la capacidad de gobernar en pro de un presente y de un futuro deseable, que pueda ser legado con honor a nuestros hijos.