Por Alfonso Basco*
Ha pasado ya tiempo desde que comenzamos a vivir tal y como lo hacemos ahora. Un modelo centrado en: máxima producción al mínimo coste y consumo ilimitado para generar ‘crecimiento’ infinito. ¿Qué buscamos con esto? Tener el mayor lucro en el menor tiempo posible.
A pesar de ello, una parte considerable de la sociedad todavía no sabe que nuestro modo de vivir forma parte de un sistema concreto, una opción elegida entre otras muchas. Tantas como podamos imaginar. Incluso hay quien va más allá y piensa que las opciones a elegir son: el caos absoluto o aquello que tenemos ahora. Esta preocupante simplificación aflora de manera automática cuando se cuestiona nuestro modo de vida. La visión mayoritaria es que un sistema diferente al actual equivale a violencia, desorden, pánico… y a perder todas nuestras posesiones.
Si observamos con detenimiento, el sistema está muy bien resguardado en todos y cada uno de sus rincones. Poco a poco ha ido estableciendo un 'Nuevo Orden' que ya no sólo controla lo político, lo económico, o lo social; también controla nuestra mente. Llegó a nuestras conciencias en mucha mayor medida de la que imaginamos. Y es ahí donde se ha instalado, velando por sí mismo. Es por esto que incluso en un momento como el actual, en el que cada vez nos queda más claro que este sistema no nos lleva a nada bueno, sigue habiendo el mismo miedo a un cambio.
Hace no demasiado tiempo, el destacado filósofo y psicólogo, Erich Fromm, mostraba su visión presente y futura del ser humano transformado en un Homo Consumens. Un consumidor total, cuya única finalidad es tener más y usar más. Entre otras cosas, alegaba que la sociedad produce cada vez más cosas inútiles; y en igual proporción, cada vez hay más personas cuya vida está principalmente destinada a ser un eslabón más de la inercia consumidora. No le faltaba razón. Poco a poco vamos viendo crecer esa espiral en la que, desde pequeños, se nos crea la necesidad de consumir de forma compulsiva. Y sobre todo, de consumir aquello que no necesitamos.
Frente a una publicidad constante orientada al consumismo extremo, unos medios de comunicación que lo alimentan, o un poder empresarial y financiero centrado en que este modelo no cambie, de poco sirve explicar a unos y otros hacia dónde nos lleva esta dinámica de vida. Y a pesar de lo que pueda parecer, la solución no pasa por ningún tipo de acción radical. No se trata de ‘borrar del mapa’ el poder que nos domina y decide sobre nuestras vidas, sino de cambiar la mentalidad individualista y deshumanizada de donde parte este sistema tan injusto, tan desigual. Mientras no sea la sociedad la que cambie, podríamos desmantelar una y otra vez grupos de poder o gobiernos codiciosos, que volverían a ser sustituidos por otros con idéntica mentalidad. La desigualdad social tampoco se soluciona imponiendo a toda la población el mismo nivel de riqueza; sino con las mismas oportunidades, derechos y libertades para todas las personas. El consumismo no se vence a través del consumo ‘cero’; sino siendo conscientes de las consecuencias del consumo irracional, usando (cuando nos sea posible) medios de intercambio alternativos al dinero y consumiendo de forma ética y responsable. Por suerte, poco a poco se va entendiendo este constructivo mensaje, aunque la presión ejercida para que seamos una sociedad codiciosa, obsesionada con el dinero y dependiente de cosas que no necesitamos, sea muy grande.
Se dice que estamos en una época transitoria, entre una etapa que se resiste a acabar y otra que no se decide a empezar. De nosotros depende acelerar ese proceso y dar paso a aquello que tanto demandamos. Pasemos de la protesta a la propuesta. Lo que puedas, donde puedas, cuando puedas; pero formando parte de la solución, no del problema. Claro que es posible.
*Director de Cultura de Solidaridad
Centro de colaboraciones Solidarias