Por José Carlos García Fajardo*
Si el mayor peligro que tiene la humanidad es la explosión demográfica, porque nuestro planeta no puede sostener a una población que creció de mil doscientos millones de seres en 1914 a los más de siete mil millones actuales, la falta de agua dulce es la mayor amenaza para la seguridad de los seres humanos a corto plazo, advertía R. Kennedy, profesor en Yale.
Pero el agua que permite la vida debe ser potable y la mayoría del agua del planeta es salada, inutilizable para beber y para regar cosechas y plantas.
Sólo el 2,5% del agua de la Tierra es agua dulce, atrapada en enormes acuíferos subterráneos o en los casquetes de hielo de los Polos y el agua de nuestros lagos y ríos no representa más que el 0,01% de las reservas del planeta.
Primero fue la lucha por el oro, después por el petróleo (oro negro) y ahora por el agua (oro azul). La lucha por esa agua puede hacerse crítica en los próximos años en vastas áreas que se extienden desde el norte de África hasta Asia meridional. Hay estudios que demuestran que en la misma Europa se están comprando y privatizando todos los recursos hídricos.
Las cuencas fluviales donde la situación es más grave se encuentran en regiones donde el rápido crecimiento de la población presiona los recursos existentes y el recalentamiento del planeta puede agravar las condiciones de sequía. Como ejemplo tenemos el Nilo, que fluye desde Etiopía hasta Egipto, pasando por Sudán; el Jordán, compartido por Israel, Jordania, Líbano y la Autoridad Nacional Palestina; el Tigris y el Éufrates que fluyen desde Turquía a través de Siria hasta Irak; y el Indus, cuyos afluentes atraviesan partes de India y Pakistán.
Las amenazas contra la pervivencia del agua en condiciones potables y útiles para los riegos y para la regulación de la atmósfera se pueden concretar:
La política por el control de las corrientes de agua dulce. Las naciones de las partes altas de los ríos desvían el agua para proyectos de regadío con el fin de impulsar la agricultura, como está haciendo Turquía con la Presa Ataturk. Pero los países que están río abajo, como Siria e Irak, sufren por la reducción del volumen de agua que les llega.
La segunda se refiere al tremendo aumento de la demanda mundial de agua dulce. En 1825, había alrededor de 1.000 millones de seres humanos en nuestro planeta, que en su mayoría sacaban y utilizaban el agua con métodos preindustriales. Hoy ya superamos los 7.300 millones de personas en el mundo, con necesidades cada vez mayores y con industrias (cemento, acero, chips de silicio, hoteles) que consumen inmensas cantidades de agua. El crecimiento de la economía mundial desde 1800 y el incremento del nivel de vida de tanta gente han ido acompañados de un aumento incontrolado del consumo de agua.
Aunque no existiera ninguna amenaza contra la seguridad de nuestras reservas de agua, la demanda total está ejerciendo una tremenda presión sobre las reservas normales.
Los mayores problemas actuales se producen en Asia, donde la población aumenta de forma increíble y la estación de las cosechas es cada vez más breve, porque las temperaturas son más elevadas y las precipitaciones, más escasas. Sin olvidar que los glaciares de todo el mundo están derritiéndose de forma constante, en particular los gigantescos glaciares de Tíbet que alimentan los grandes ríos de India, China y Vietnam. Hablamos de más de tres mil millones de personas, la mayoría en edad fértil. Y de unas sociedades que reaccionarán con furia a la pérdida del agua, con unos Gobiernos que quizá respondan luchando por las reservas de agua en vez de negociar para encontrar una manera inteligente de compartir un recurso cada vez más escaso.
La guerra por el agua ya ha comenzado aunque todavía sólo se hable de los hidrocarburos. Los conflictos se trasladarán cada vez más a regiones con recursos naturales abundantes, que habían sido olvidadas durante la guerra fría.
El resultado es una nueva geografía estratégica, definida por la concentración de recursos y no por las fronteras políticas. Los Estados no importan tanto como los intereses en esta ciega escalada de los poderes económicos sobre los sociales. Padecerán los seres humanos reducidos a meros recursos útiles para ser explotados. Si en el Apocalipsis se anunciaban los Cuatro jinetes de la victoria, la guerra, del hambre y la muerte, ahora ya sabemos que la sed será el Quinto, en un planeta lleno de agua.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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