Por Gustavo Espinoza M.
Hizo bien el municipio de Lima, liderado por Susana Villarán, al convocar para el pasado 30 de noviembre, un evento en homenaje a Alfonso Barrantes Lingán, al recordarse los 85 años de su nacimiento. En lo personal, lamento mucho no haber podido estar allí por razones de trabajo solidario.
Conocí a Barrantes a fines de los años cincuenta, cuando frecuentaba las aulas universitarias situadas en ese entonces en la Casona del Parque Universitario. Y tuve la suerte de recoger informaciones referidas a su actividad estudiantil en los años en los que él fuera Presidente de la Federación Universitaria de San Marcos. Ya en ese entonces Barrantes era considerado un “veterano” de las lides estudiantiles entre otras razones porque un año antes —en 1958— había convocado la manifestación contra Richard Nixon, que se hizo famosa en aquellos años, por reflejar el elevado sentimiento antiimperialista de los jóvenes latinoamericanos.
Hasta ese entonces -según supe- Barrantes era considerado un dirigente aprista, pero aquel año ocurrió el cambio que marcaría su vida. Hay quienes aseguran que elemento decisivo para él fue una visita a China, una conversación con el líder maoísta Chou En Lai y un lapicero que —me consta— Barrantes lució muchos años como su más preciada gala, y que éste le obsequiara.
En ese tiempo —entre 1959 y 1964— mantuve con ABL una estrecha y cordial amistad. Lo visitaba mucho en su estudio, en Lampa 1145, pero nos reuníamos también en diversos escenarios para conversar sobre la problemática universitaria, la situación de los estudiantes y sus luchas, y los temas del país, que nos preocupaban hondamente. Aunque existía entre nosotros una notoria diferencia de edad, me gustaba mucho oír sus experiencias, sus recuerdos y la manera jocosa como se explayaba, sutil, irónico, pero al mismo tiempo mordaz, y ácido en la crítica.
Solidario siempre, y modesto en extremo, nunca pidió nada para él, y dio más bien todo lo que tenía en conocimientos y experiencias a los jóvenes de entonces, que enfrentábamos al régimen de “La Convivencia”, un extraño maridaje entre la dirección aprista de entonces y los banqueros, representados por el Gran Capitán del Imperio Prado.
Barrantes, ya sin cargos de representación estudiantil, era habitúe en los mítines que se celebraban regularmente en el Patio de Derecho de La Casona y en el Parque Universitario. Quienes lo escuchábamos, apreciamos la calidad de su oratoria siempre pausada, reflexiva, pedagógica; y nos parecía instructivo que en ella, aludiera constantemente a Mariátegui, insertara poemas de Vallejo, pensamientos de Unamuno, citas de Ortega y Gasset y alusiones a la literatura y el arte. Y es que Alfonso —quizá por su mayor tiempo de permanencia en las aulas Sanmarquinas— estaba mucho más embebido que nosotros de la cultura humanística de las Universidades.
Por eso no nos sorprendió que ascendiera pronto y apareciera como Secretario General del Instituto Mariátegui, que en ese entonces funcionaba en Huancavelica 342, y donde —alguna vez— se celebró una célebre polémica poética entre José Miguel Oviedo y Alejandro Romualdo en torno a “Edición Extraordinaria”, el poemario emblemático del autor del “Canto Coral a Tupac Amaru”.
Barrantes nunca perdió su conexión con la lucha universitaria. Estuvo muy cerca de la Gran Huelga Nacional de 1960, que se impulsara entonces en defensa de la categoría universitaria y la autonomía de La Cantuta y por el cogobierno en las facultades de Medicina. Asistió a la instalación de la Junta Directiva “roja” de la ENS, en diciembre de 1960, cuando arreciaba la ofensiva maccartista contra los estudiantes y trabajo cerca de la dirección de la FEP en los años de Marx Hernández —el más rico periodo de la historia universitaria de nuestro país por lo menos en la mitad del siglo XX—.
En 1963, actuó como un consejero permanente de la FEP bajo mi presidencia, y tuvo un papel relevante en el apoyo a la huelga del año siguiente, que completó la agenda pendiente del conflicto anterior. Pero ya en ese entonces se marcó una primera disidencia.
Barrantes tuvo siempre dos características marcadas: su espíritu unitario y la fuerza de sus convicciones. En cumplimiento de su primer concepto, no se fue con la corriente fraccionalista que aquellos años escindió al PC en nombre del Maoísmo. Pero, por imperio del segundo, se mantuvo distante de una concepción que no compartía, la que era entonces vigente en el Movimiento Comunista Internacional. El derivado de ese alejamiento, lo llevó a tomar distancia —también— del único proceso realmente patriótico y antiimperialista ocurrido en el Perú en aquellos años: el gobierno de Velasco. Este, sin mucho miramiento, lo recluyó en El Sepa a comienzo de los años 70. Barrantes volvió luego al accionar político sin cambiar para nada ni su estilo, ni sus convicciones. Años más tarde, sin embargo, reconocería que se equivocó. “No tenía -me dijo-elementos de juicio suficientes para actuar de otro modo”. Y eso me hizo pensar también en nuestra propia debilidad: pese a nuestro esforzado trabajo, no habíamos logrado “ganar para nuestra causa” a elementos avanzados de nuestra sociedad.
Logramos hacerlo después, sin embargo, a comienzo de los años 80, cuando resulto posible construir Izquierda Unida y proyectarla como un Frente Popular muy amplio en el que diversos sectores y fuerzas sumaban voluntades de lucha por un Perú mejor. Barrantes estuvo al frente de esa experiencia y supo conducirla hasta que se vio desbordado por la propia inmadurez del movimiento.
Izquierda Unida fue lo mejor que se pudo forjar en el periodo. No sólo porque ganó posiciones de administración municipal en Lima y en otras importantes ciudades del interior del país, sino porque encarnó los sentimientos y los anhelos de millones de peruanos que luchaban por la dignidad y la justicia. Puso en tensión toda la fuerza del pueblo y permitió que distintos segmentos de la vida peruana pusieran en evidencia los rasgos más positivos de su comportamiento social y proyectaran un accionar colectivo y solidario inédito en nuestro escenario.
Por eso, Izquierda Unida pudo ganarse la confianza de la gente. Y por eso, aún es recordada con nostalgia entre millones. Supo sembrar conciencia y alumbrar esperanzas. Y, sobre todo, alcanzó a diseñar el perfil de una sociedad mejor. No obstante, cayó abatida por sus propios errores, por las deformaciones de caudillismo y sectarismo que no se combatieron a tiempo, pero también por el trabajo del enemigo, que buscó tenazmente explotar debilidades y defectos en provecho de su propósito: dividir al pueblo para reinar sobre sus hombros.
El mismo Barrantes incurrió también en errores, pero fue víctima de la odiosa campaña del enemigo que buscó liquidarlo y destruirlo. Gruesos epítetos lanzaron contra él los mismos dirigentes que cinco años más tarde retiraron públicamente todos esos cargos injustos, para lograr que —nuevamente— aceptara encabezar con ellos un movimiento electoral en 1995, jugada en la que éste, finalmente, no cayó.
Desde la crisis de Izquierda Unida —de 1987 a 1990— y después hasta su muerte; coincidí más con Barrantes por sus posiciones unitarias, pero sobre todo por tu ética. Por eso trabajé a su lado, sin sumarme nunca a su movimiento. Mantuvimos una relación de confianza y de respeto que marcó mucho mis convicciones entonces.
Dos fueron los ejes de nuestra identidad en el periodo: la vocación mariateguista, que siempre buscamos profundizar; y su identificación con Cuba, que se tornó aún más evidente en los años difíciles del “periodo especial”. El abordó allí el tema de los “balseros ideológicos” que huían del ideal socialista ante las dificultades que asomaban en el horizonte. Y es que no claudicó, ni en el plano político ni en el ideológico. Le tocó morir en Cuba, un 2 de diciembre hace 12 años; pero se fue dejando a todos una lección de coraje, de ética y de dignidad que los peruanos debemos valorar.
En este marco, es posible que también para darse fuerza ella misma, Susana Villarán —la alcaldesa de Lima— haya recurrido legítimamente al recuerdo de Barrantes para recoger un mensaje que le permitirá derrotar a los advenedizos que hoy le hacen frente.
León Tolstoi en la primera página de su “Resurrección”, dice: “Por mucho que corten los árboles y obliguen a marcharse a todos los animales y aves, la primavera, hasta en la ciudad, siempre es primavera”. Y en Lima, por cierto, será primavera con Barrantes y su recuerdo, y con la derrota de quienes aspiran a revocar a Susana Villarán para satisfacer odios mezquinos e intereses subalternos (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe