alan garcia 196Por Gustavo Espinoza M. (*)

Aunque aún faltan algunos meses para las Fiestas Patrias, el escenario juliano parece haberse adelantado en el juego de los políticos “tradicionales” empeñados en retener a cualquier precio las cuotas de Poder que han alcanzado mediante subterfugios y maniobras.

Lo primero que debiéramos recordar es que, en nuestro país, se considera “políticos tradicionales” a los dirigentes de los partidos de la burguesía, parapetados en oscuros recovecos de la estructura del Estado, donde han desempeñados funciones como parlamentarios, o ministros.

Antes, los “políticos tradicionales” eran los voceros de la oligarquía clásica, aquellos que tenían la tarea de proteger “el orden establecido” y cuidar la vigencia de “los principios democráticos” frente a cualquier influencia progresista o revolucionaria. Con el tiempo, y sobre todo a partir de mediados del siglo pasado —los años de la “convivencia”— este concepto quedó ampliado y se integró a él, el cogollo aprista que rodeaba a Haya de la Torre y que merodeaba, por extensión, a los banqueros del Imperio Prado, los periodistas y exportadores pro yanquis liderados por Pedro Beltrán, los grandes productores agrarios —Julio de la Piedra y los Berkemeyer—  y los militares más reaccionarios ligados al dictador entonces en boga, Manuel Apolinario Odría.

No se ha estimado en esa calificación a los dirigentes de Partidos de Izquierda aunque hayan desempeñado funciones de Estado. Nadie podría decir, por ejemplo, que Alfonso Barrantes, Gustavo Mohme, Jorge del Prado o Javier Diez Canseco, fueron “`políticos tradicionales”. Ellos, se alzaron en distintos niveles de gestión,  contra ese orden formal, y buscaron nuevas formas de presencia y participación ciudadana. Honraron su condición de luchadores.

De los considerados como “expresiones tradicionales” de la vieja sociedad, se puede decir que usaron a sus partidos como fuentes de Poder, y recurrieron a estructuras militares cuando eso fue conveniente para ellos. En lo fundamental procuraron estar situados en la planilla de la administración oficial, para no “perder vigencia” en el mundo formal. No obstante, en algunas ocasiones, sufrieron derrotas. Hoy sienten que se les trastabilla el piso y procuran aferrarse a lo que les queda, con uñas y dientes.

Tuvieron un primer contraste en 1945, cuando la voluntad ciudadana ungió a José Luís Bustamante y Rivero dirigente del Frente Democrático Nacional— como Jefe del Estado derrotando en las ánforas al “héroe” de entonces, el Mariscal Eloy G. Ureta. Nunca se sintieron contentos con el resultado de esos comicios y por eso optaron por desestabilizar a su gobierno a cualquier precio, hasta que idearon —incluso— una “huelga parlamentaria”, liderada por Luís Alberto Sánchez y otros, que cobraron sus emolumentos sin trabajar. Esa crisis -como se recuerda- dio lugar al Golpe Militar del 48 circunstancia en la cual nuestro célebre Martín Adán afirmó con pesimismo: “El Perú ha vuelto a la normalidad”.

La segunda vez que ocurrió un fenómeno parecido, fue en octubre de 1968, cuando un núcleo de militares patriotas jefacturados por Juan Velasco Alvarado, tomó el Poder en el marco de una dura crisis de descomposición del sistema. Pese a sus imprecaciones, los políticos tradicionales tuvieron que esperar doce años para recuperar lo que podrían denominarse “privilegios políticos”: altos cargos y elevadas remuneraciones en la estructura del Estado.

Solo a partir de 1980, renació para ellos “la esperanza”. El denominado “retorno a la constitucionalidad” fue un alegre y frívolo banquete que derivó en una repartija de beneficios en provecho de unos pocos.  En ese espectro,  la crisis continuaba en tanto que casi no se oía “la palabra del mundo”, como genialmente describió Julio Ramos Ribeiro al hablar de los pueblos.

Ocurre que ahora las cosas han tomado otro cariz. Desde el 2010, y a lo largo de tres procesos electorales, los gonfaloneros de la clase dominante no han podido hacer de las suyas y han sufrido más bien, en cada circunstancia, sendas derrotas. Perdieron primero el Municipio Provincial de Lima en el 2010, y después las elecciones presidenciales del 2011. Más recientemente, fueron rechazados en el intento de ganar a la ciudadanía para una causa corrosiva y disolvente: la vacancia en la Alcaldía de Lima. Hoy miran con tensa preocupación, y marcada desconfianza, los comicios que se avecinan: los municipales y regionales del 2014, y los presidenciales y parlamentarios del 2016. Sienten pasos de derrota. En esa obsesión, está la raíz de sus acciones. .  
Alan García, pretendiendo hacer uso de su condición de Presidente dos veces electo, la puso a trasluz recientemente. En ruidosas conferencias de prensa y luego de  su comparecencia ante comisiones investigadoras que olfatean sus cuentas; cargó sus raídos misiles contra el Presidente Humala enarbolando dos temas de corta relevancia: el demandado “indulto” a favor de Alberto Fujimori, y la voluntad supuesta del gobierno de alentar en el 2016 la elección de Nadine Heredia. Ambas banderas han sido usadas para encubrir dos desaguisados de marca mayor: el indulto otorgado por el gobierno de García a más de 5,000 reclusos durante su gestión; y el obvio enriquecimiento ilícito que se deriva de su inmenso patrimonio.

A García le parece indispensable que Ollanta resuelva de una vez -ahora mismo- el indulto a Fujimori, que él no resolvió en cinco años durante su gobierno. Hacerlo —dice— es tener voluntad, decisión coraje, elementos todos que él no mostró en los 60 meses —es decir, en los 1825 días— de gestión gubernativa. ¿Por qué lo plantea entonces ahora como un requerimiento insoslayable e inaplazable? Porque entiende que es fundamental en su estrategia política ganar el apoyo del fujimorismo. Por eso,  su mensaje subliminal dice: si no arrancamos ahora el indulto, lo daré yo el 2016, cuando me re-re-elijan ¿Y Keiko? La dama podrá volver al Congreso, como Parlamentaria por cierto. Aun tiene “techo” para aspiraciones posteriores y lo que necesita entre tanto es ganar algo de plata sin ser una “carga adicional” para los congresistas de su bancada, como le ocurre ahora.

Este tema del Indulto le ha traído complicaciones al señor García. ËL, indultó, conmutó penas, o las redujo, en 5,246 casos; 3,207 de las cuales, fueron dictadas en beneficio de personas involucradas en tráfico de drogas. La cifra no es pequeña. Más de 1,000 resoluciones de ese corte, por año. Más de cien por mes. Más de 3, por día. ¿Firmaba algo más el Presidente García, aparte de indultos, reducciones y conmutaciones de penas? ¿Se dio tiempo?

Pareciera que, además de firmar, conversaba con Dios porque, según ha declarado, “consultó a Dios” cada caso ¿Cómo lo hizo? No se sabe, pero lo que podría suponerse, es que se valió de su representante en esta fatigada, santa y castigada tierra, es decir, del Arzobispo de Lima, Monseñor Juan Luís Cipriani ¿Le habría recomendado la sotana de la yuca, ponerle precio a las indulgencias? Porque con un precio módico, cinco mil indulgencias podrían reportarle recursos suficientes para adquirir una causa en un barrios exclusivo de París ¿verdad? ¿Negocio común, o  “por cuerda separada”, como solía decirse en  ese tiempo?

Cleto Carhuapoma Aliaga, uno de los más notables beneficiarios de la benevolencia presidencial aprista, es un pájaro de alto vuelo: Estaba requerido incluso por el gobierno de los Estados Unidos, su situación era -algo así- como la de los “extraditables” de Pablo Emilio Escobar Gaviria —el otro “Patrón del Mal”— que también tenía políticos y hasta candidatos presidenciales a su servicio ¿lo recuerdan?

Y el caso de la presunta candidatura de Nadine Heredia, es otro. García, fue Presidente. Volvió a serlo. Aspira a serlo otra vez (“si no están de acuerdo, no voten por mi”, dice muy orondo). Exige su “derecho” a ser candidato cuantas veces le plazca. Él, sí, pero la señora Heredia no ¿Por qué?

Por una razón muy simple porque la señora Heredia, si fuera candidata, podría simbolizar la misma voluntad que llevó a Humala al gobierno el 2011. Y a ese fenómeno —que derivó en la derrota de la Mafia apro-fujimorista— García le tiene más miedo que el gato escaldado, al agua caliente. Por lo demás,  sabe que —por vía ordinaria— un gobierno similar a éste podría verse tentado a recurrir —tal vez— al programa de “la gran transformación” ¿y si eso pasará…? ¡Dios mío!, diría Cipriani, reconocido intérprete de la voluntad sagrada.

Pero más allá de esta discusión finalmente aldeana, asoma el juego del cogollo aprista: levantar “demonios negros” para cubrir con una pudorosa mampara el tema de fondo: “El enriquecimiento ilícito del ex Presidente, que pasa por la comisión de diversos delitos que bien podrían inhabilitar su ciudadanía. Entre ellos, el uso de 3,200 millones de dólares en “compras militares secretas”. Como decía don Mario Moreno, ahí está el detalle. (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.pe