Por Gustavo Espinoza M. (*)
La batalla de Salamina enfrentó a los griegos con la flota del imperio persa en el 480 antes de nuestra era. Fue una de las confrontaciones armadas más importantes y decisivas de su época, y en ella el heroísmo y la abnegación de sus combatientes dejó una estela mágica en la historia. Recientemente, el escritor español Javier Cercas aludió al tema para hablar del valor de quienes lucharon por la causa de España en los duros años de la Guerra Civil que se desencadenó en su suelo, en un libro que tituló “Soldados de Salamina”. Por extensión, bien puede decirse que ellos, son todos los que luchan con abnegación y coraje, y que entregan todo en defensa de un ideal que encarna los más puros sentimientos del hombre. Es en ese espíritu que podemos considerar a nuestro Javier, un verdadero Soldado de Salamina.
Conocí a Javier Diez Canseco hace algo más de 40 años. Y me tocó compartir con él diversas experiencias de vida.
Hoy, que ha fallecido, es preciso recordar que simbolizó muchas cosas al mismo tiempo: la defensa del ideal socialista, la lucha contra la impunidad, la defensa de los derechos humanos, el combate contra la corrupción, la identificación con los intereses de los trabajadores, la solidaridad con Cuba, el apoyo al proceso liberador que se opera en nuestro continente. En suma, las banderas por las que combatimos resueltamente millones de personas en nuestro continente.
Con Javier, los comunistas peruanos -por lo menos, los de mis tiempos- tuvimos numerosas coincidencias, y dos diferencias puntuales que no se pueden soslayar. Comenzaré aludiendo a ellas. La actitud ante el proceso antiimperialista liderado por el general Velasco -que nosotros respaldamos con firmeza-; y el tratamiento de los problemas de Izquierda Unida en los que -a nuestro juicio- la impaciencia cegó a valiosos compañeros y a algunas de las organizaciones a las que representaban.
Pero más allá de esos desencuentros, tuvimos inmensas coincidencias que se mantuvieron a través del tiempo y dieron lugar a una colaboración constante y a una práctica fructífera en distintos escenarios. Y eso fue, finalmente, lo que primó. Y es que, con el paso del tiempo, Javier y nosotros, hicimos el balance de nuestros comportamientos, y reconocimos el error de haber puesto las diferencias por encima de las afinidades, cuando debió ser exactamente al revés. Eso, habría permitido enfrentar mejor a los verdaderos enemigos de nuestro pueblo.
No siempre las autocríticas fueron expresas en términos de formulaciones políticas, pero sí en el plano concreto de las acciones. En los hechos se confirmó una mutua disposición orientada a superar entrampamientos y seguir adelante en procura de objetivos más altos. En ese plano, tuvimos un sin fin de coincidencias.
El 22 de marzo de 1984, por ejemplo, nos batimos juntos en las calles de Lima, en el marco de un exitoso Paro Nacional decretado por la CGTP. Seguramente habrá quienes recuerden que, en esa circunstancia se produjo un atentado contra la vida del Secretario General del PC, el entonces Senador Jorge del Prado, en la Plaza Dos de Mayo. Mientras nosotros actuábamos al lado de nuestro más calificado dirigente; Javier Diez Canseco, Rolando Breña, Manuel Dammert y otros, enfrentaban la represión con la misma consecuencia y valor en otras zonas de la ciudad. Antes, en 1978, con camaradas nuestros como Valentín Pacho, Javier fue deportado a Argentina por Morales Bermúdez
En ese periodo, estuvo en distintos escenarios y lugares, con Del Prado y otras figuras de la Izquierda, en la defensa de los derechos humanos y los intereses de los trabajadores. Había comenzado ya el “periodo de la violencia”, y se sucedían matanzas en distintas zonas de la patria. Y la representación parlamentaria de IU se esforzaba por hacer honor a su condición de tal, para hacer llegar la voz de quienes no tenían voz. En esa tarea se registraron las más expresivas convergencias.
Con Del Prado estuvo también Javier en la Comisión que investigó la masacre de Accomarca. Y luego ambos coincidieron en la investigación de la matanza de los Penales, en la Comisión que presidiera el Senador de IU Rolando Ames, en junio de 1986. Ellos crearon las condiciones para investigar y denunciar una política genocida impuesta al país tanto por el gobierno de Belaúnde Terry como por la administración de García Pérez.
En este último gobierno -entre 1985 y 1990- coincidimos en numerosos casos en los que la dinámica era la misma: bajo el pretexto de “combatir la subversión”, efectivos militares o policiales consumaban crímenes contra poblaciones indefensas. Quizá si una de las más sonadas en ese periodo, fue la matanza de Cayara, en mayo de 1987; pero hubo otras: Llocllapampa, Pomatambo, Parcco Alto, Puccas, Pampa Cangallo, Umaro, para citar solo algunas. Directa o indirectamente, Javier se interesó en todos los casos expresando identificación solidaria con las víctimas, y demandando investigación y sanción, como correspondía
Esa experiencia, y la forma cómo mantuvimos en alto las denuncias que hiciéramos, anudaron de manera aún más estrecha nuestros lazos solidarios, lo que se confirmó en otras ocasiones.
Cabe recordar específicamente que el “Caso Cayara” -lugar que visitamos juntos en memorable jornada- fue visto en el Senado, donde las voces de Diez Canseco y Del Prado brillaron con luz propia. Aunque la mayoría parlamentaria aprista -eran, 60 de un total de 90 integrantes de la Cámara- encubrió vergonzosamente el crimen aprobando entre gallos y medianoche el “Dictamen Melgar” que liberada de toda responsabilidad a los autores directos de la matanza; la historia registró la verdad, en la voz de Javier y otros congresistas de entonces.
Estuvimos a la par, en todo ese tiempo y muchas veces, en los calabozos de la DINCOTE para sacar de ellí a compañeros detenidos injustamente o salvar de las torturas a quienes eran objeto de tratos crueles, inhumanos y degradantes por parte de la “humanista” Policía Nacional.
Nos unió después la lucha contra Fujimori. En ella actuamos en diversos planos, en la calle o en los foros públicos en los que se denunciaba la conducta genocida y corrupta del régimen de entonces. Parodiando a John Le Carré, podría decirse que en ese entonces, salíamos indemnes de unos tiempos en los que “había que tener temple de héroe, para ser una persona decente”.
Y juntos también procuramos hacer andar un proceso de democratización efectiva de la sociedad peruana a partir del 2001.
Restablecido el orden formal, y consumada la división de la Izquierda, estuve entre los que respaldó a Javier alentando su acción parlamentaria. Siempre pensé que ése era el escenario ideal para sus luchas, y se lo hice saber incluso cuando decidió postular, en el 2006 a la Presidencia de la República.
En las dos últimas décadas, Javier brilló enarbolando banderas que compartimos con él plenamente: la defensa de Cuba y su solidaridad con los 5 héroes cubanos prisioneros del Imperio; lo acreditaron. En la materia, Javier no solamente acertó, sino que tuvo, además, una conducta consecuente. Cuando cayó la experiencia socialista en la antigua URSS o se desmoronó el sistema de gestión en la Europa del Este y la Cuba de Fidel siguió izada en el océano, Javier supo orientarse, Y es que, como dijera Cercas, “no se equivocó en el único momento en el que de veras importaba no equivocarse”.
La muerte de Javier es, por cierto, una pérdida irreparable para el movimiento popular. Deja un vacío que bien podría considerarse histórico pero, al mismo tiempo, concita lealtades y llama a la acción a muchos más. Todos, podremos enfrentar el reto a condición que seamos capaces de concertar la unidad y poner los ideales por encima de la mezquindad y el egocentrismo.
Pero cabe también reconocer los valores de quienes, como él, fueron soldados en la lucha por una sociedad mejor. Como dice el autor del libro que tomamos como referencia, Javier “fue un soldado solo, llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países, y que sólo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida; joven, desharrapado, polvoriento y anónimo, infinitamente minúsculo en aquel mar llameante de arena infinita, caminando hacia delante bajo el sol negro del ventanal, sin saber muy bien hacia dónde va ni con quien va ni por qué va, sin importarle mucho siempre que sea hacia delante, hacia delante, hacia delante, siempre hacia delante…”
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.pe